Un espectáculo tan hermoso como el contemplado en Anoeta es imposible de analizar si no es desde el corazón. Porque esto y no otra cosa es el fútbol, corazón, emociones y sensaciones como las que Real Sociedad y Valencia han ofrecido sobre un campo de fútbol, en un duelo de poder a poder de esos que hacen época. Y las miradas seguirán hacia los mismos equipos de siempre aunque lo que ofrezcan sean pachangas más o menos trascendentes, y muchos se perderán la esencia con la que se puede recuperar este deporte, pero este partido ha sido uno de los más hermosos en años. No de la Real, sino en general. La Real ganó mucho más que tres puntos. Ganó el derecho a sentir que la cuarta plaza, la que llevará a la previa de la Champions League, es suya por derecho propio. Porque se impuso al Valencia en una gran noche de fútbol, dentro de un más que analizable e incompetente arbitraje de Fernández Borbalán, remontando, con momentos inolvidables y con reivindicaciones personales de tanto nivel como la que ha protagonizado hoy Imanol Agirretxe. La Real hoy ha sido memorable, casi de principio a fin y con un apenas borrones, dejándose la vida en cada balón y protagonizado un espectáculo de grandeza.
Hoy es un día para sentir orgullo por la Real por tantas razones que no caben en la crónica de un partido. Pero hay una que creo que merece ser destacada: Agirretxe. Esta misma temporada, y no hace tanto tiempo en realidad, se abrió el debate del 9 del equipo. El único baremo que se aplicaba a Agirretxe, siempre para sentenciarle, era el de los goles que había anotado. Pocos, en realidad, pero no tan pocos teniendo en cuenta los minutos que había jugado. Agirretxe siempre ha aportado a la Real mucho más que goles y no ha sido hasta que el fútbol de la Real ha explotado sin medida cuando se ha empezado a valorar ese trabajo. El temporadón que lleva ha encontrado en las últimas jornadas un subidón inconmensurable que hoy ha explotado en un encuentro para recordar que, además, ha coronado con dos goles. En él se puede personificar el éxito de esta Real canterana, humilde y ejemplo de lo que tiene que ser el fútbol en estos días tan mediáticos que vivimos.
El partido arrancó bien porque Montanier aplicó sentido común a su once. No era el día de experimentos y sus elegidos de inicio eran los que cabía esperar, teniendo en cuenta los partidos precedentes y el estado de forma de los convocados. Nunca es bueno experimentar sin motivo, pero una final, aceptándose que el partido de hoy lo fuera, mucho menos. Y es que enfrente estaba el Valencia, el máximo rival por la cuarta plaza y un equipo en forma desde que cambió de entrenador (hace precisamente una vuelta, fue el 2-5 de la Real lo que acabó con la fugaz era Pellegrino) y le dio el mando a Valverde. Por eso, el reto era grande. Y la respuesta de la Real ha sido descomunal. El Valencia salió mandando. Quizá, en un exceso de celo, se pueda pensar que el equipo txuri urdin cedió el balón y mínimamente traicionó el ideario que le ha llevado hasta aquí, pero hoy es uno de esos días en los que hay que dar al rival el mérito que tenía en las circunstancias del juego. Banega dominaba a su antojo por el centro del campo y, pese a su enorme capacidad de pelea, Illarra y Markel no eran capaces de frenarle en esos primeros minutos o de ayudar lo suficiente a la defensa cuando Soldado conseguía hacerse hueco.
Pero no sólo el Valencia alteraba los planes de la Real. Había muchas miradas puestas en el árbitro y Fernández Borbalán no defraudó. Para mal, por supuesto. En menos de diez minutos regaló dos faltas al borde del área al Valencia, se tragó una clamorosa tarjeta amarilla a Feghouli por cortar con la mano un contragolpe y no señaló una más que evidente falta de Cissokho sobre Xabi Prieto que hasta el Valencia esperaba. El arbitraje parecía anticasero, y anticasero fue con rotunda claridad. No debe de ser casual que de los 14 partidos que había dirigido este trencilla antes del de hoy, la Real sólo hubiera ganado uno. Y de repente, Bravo sale de su área y toca el balón con la mano. Claramente. Sin dudas. Se ve sin repeticiones, en vivo y no se puede argumentar ni que arbitrar es difícil ni otros discursos absurdos. Roja de libro... y no pita nada. Soldado se desesperaba. ¿Cómo se puede explicar que un árbitro deseoso de pitar todo lo que pueda contra la Real, que es lo que evidenció, no pite esa jugada? La más absoluta de las incompetencias y de las ineptitudes parece la única explicación. Pero se sigue defendiendo el nivel arbitral. Qué cosas.
Para cuando se produjo esa jugada, el Valencia ganaba 0-1. Soldado evidenció que es un pedazo de 9 adelantándose a Iñigo Martínez para rematar un centro de Cissokho desde la banda izquierda y cruzar el balón para que Bravo no pudiera hacer nada. Con el marcador en contra y un árbitro desquiciante, la verdad es que la cosa pintaba mal. O, mejor dicho, habría pintado mal en otras temporadas o en otros momentos. Pero con el nivel de autoconfianza que tiene esta Real, no. Con este equipo capaz de remontar cualquier circunstancia adversa, no Quizá incluso la roja perdonada a Bravo influyera positivamente. Y entonces, Illara y Markel (puede que su mejor partido de la temporada, viendo incluso que buscar compañeros por delante no es tan difícil), empezaron a mandar un poquito más en el centro del campo. El gol llegó, además, en una de las evidentes mejoras del equipo en los últimos meses, la estrategia. Mathieu, descomunal hallazgo de central, se estaba hartando de cortar por alto todos los saques de esquina. Y la Real cambió. Sacó el sexto de que dispuso en corto, Chory puso el balón en el segundo palo y allí llegó un imperial Iñigo Martínez para colocar con maestría el balón en el fondo de la red.
Ahí la Real se dio cuenta, si es que no lo sabía ya, de que todo era posible, de que su fuerza de voluntad le permite remontar los partidos que antes veía perdidos ante cualquier revés. Vela recuperó esa aureola de jugador indefendible y provocó un par de tarjetas amarillas, por lo que también pareció algo incomprensible que en la segunda mitad Montanier le cambiara de banda, un movimiento con el que seguro que Cissokho respiró. Chory empezaba a generar peligro, aunque le faltaba esa chispa que hizo que, en la primera mitad, se echara en falta el brutal estado de forma en el que estaba Agirretxe. Xabi Prieto empezaba a mover el equipo con inteligencia. Los dos laterales empezaban a ser una pesadilla para el Valencia. Y cuando el equipo che pasaba del centro del campo, con el dominio territorial que todavía mantenía desde los primeros minutos, se topaba con dos centrales ahora mismo en un estado de forma inmejorable. Bravo, a pesar del enorme error de la jugada que tendría que haberle costado la expulsión, había mantenido al equipo con vida en una formidable estirada tras una de las muchas faltas que Fernández Borbalán señaló al borde del área txuri urdin.
Es absolutamente innegable que esas manos fuera del área de Bravo marcaron el partido por el momento en el que se produjeron. Pero es que el arbitraje de Fernández Borbalán fue hoy como para descenderle directamente de categoría sin pensárselo dos veces y sin esperar al final de la temporada. Dañino en las decisiones que adoptaba contra la Real, sumó a su terrible actuación dos errores tan decisivos como la no expulsión de Bravo que perjudicaron al conjunto txuri urdin. Todavía con 1-1 en el marcador, omitió unas manos clarísimas de Feghouli dentro del área, que habrían tenido que suponer además su expulsión por doble amarilla. No podía ser una infracción más clara. Y ya con 2-1 una cesión de Costa a Alves, con la rodilla pero con clara voluntad de saltarse la norma (algo que indica el reglamento como sancionable), que habría sido un libre indirecto desde la línea del área pequeña, se fue igualmente al limbo. Árbitro al margen, o quizá añadiéndolo como un mérito más para la Real, el arranque de la segundad mitad evidenciaba que el partido era una hermosísima lucha de fútbol, con ocasiones en las dos áreas.
Soldado y Jonas pudieron marcar para el Valencia, Vela y De la Bella para la Real. Ninguno de los dos entrenadores, puede que algo sobrepasados por el sincero espectáculo que se estaba desplegando sobre el césped de Anoeta, se atrevió a mover ficha antes del minuto 70. Valverde, sabedor de que el empate era un mal menor para su equipo pero al mismo tiempo un premio escaso en la batalla por la Champions, trató de que Piatti le diera la pólvora que le estaba faltando. Y con el equipo visitante volcado, un despeje de Carlos Martínez acabó en los pies de Agirretxe, que trenzó una primorosa pared con Chory Castro, condujo el balón y con un magnífico pase dejó solo al uruguayo para que éste hiciera el 2-1. Una contra de manual, sí, pero gestada por el impresionante lujo técnico que se tiró el 9 txuri urdin en el arranque de la jugada. Ahí sí movió ficha Montanier, y colocó en el campo a Zurutuza por Chory, un cambio lógico y acertado, que el centrocampista pelirrojo hizo bueno forzando varias faltas de forma consecutiva. Lo importante era la pelea y el control en el centro del campo. Y costaba mantenerlo porque enfrente estaba un equipo muy bueno que buscaba con ahínco la forma de generar peligro.
Eso da más mérito a la Real, que supo sobrevivir en los minutos más difíciles, en realidad sin tener que apelar a una defensa numantina o a actitudes antirreglamentarias. Defender lo conquistado, siempre sin renunciar a algo más, forma parte del fútbol y es lo que hizo el conjunto de Montanier teniendo ya en el bolsillo la ventaja en el marcador. Pero como la Real mantuvo su presencia en el área rival además de mostrar unos fundamentos defensivos descomunales, el 3-1 era una posibilidad al menos tan facitble como el 2-2. Y llegó el gol de la Real. Su autor, Agirretxe. Un contragolpe llevado por Vela como el crack que es llegó a pies de Xabi Prieto en la banda derecha. Desde allí, y aunque hoy no fue tan trascendental como antaño o como lo ha sido últimamente desde el centro, sirvió un espléndido balón al segundo palo, desde donde Agirretxe hizo de 9 y dio razones a quienes sólo apuntan sus goles como méritos para que olviden el debate que abrieron en torno a su figura hace pocos meses. Un gol merecido que coronaba una gran actuación personal y de conjunto.
Pero ahí se produjo el único elemento discordante de una noche preciosa y emotiva. Los sentimientos a veces limitan el análisis, pero éste es obligado, incluso en caliente. Por eso se hace difícil entender que Montanier, un entrenador tan reacio a hacer cambios que alteren los partidos para bien, se apresurara de una forma bastante antinatural a hacer los dos que le quedaban. Con tres minutos por jugarse y un Valencia que nunca se rindió, el simple hecho de hacer esos cambios tan seguidos, Pardo por Illarramendi en el minuto 87 y Ansotegi por Xabi Prieto en el 88, ya era una temeridad. Pero además modificar el esquema de juego para colocar una defensa de cinco fue una invitación a que el resultado corriera peligro. En el 89, Jonás hizo el 3-2 y le recordó a Montanier que había partido. El valencianista recogió el balón que despejó Bravo tras un disparo de Piatti para recortar distancias. Y sufrió la Real, sí, porque Fernbández Borbalán se inventó la enésima falta al borde del área, que Jonas estrelló en la barrera, y concedió cuatro minutos de descuento sin que se sepa muy bien por qué.
Y en uno de los despejes a la desesperada con los que la Real quería dar el partido por concluido, encontró la imagen que explicará a la perfección su proeza. La pelea de Agirretxe en el centro del campo le sirvió para verse solo con casi cincuenta metros por delante para enfrentarse a Alves. Agirretxe, que no es un jugador especialmente rápido en la carrera, galopó como lo haría Vela, como lo haría Carlos Martínez, como en su día lo hubieran hecho Periko Alonso o López Ufarte, sin que ningún jugador valencianista pensara siquiera en la posibilidad de alcanzarle y viendo a lo lejos el 9 en su espalda. Agirretxe llegó hasta Alves y con toda la tranquilidad del mundo colocó una preciosa vaselina que superó al arquero rival, dejándole congelado, provocando un grito ensordecedor en Anoeta, uno de felicidad, uno de justicia y uno de puro fútbol. Agirretxe hizo del 4-2 un golazo para recordar que coronaba un partido memorable. Y lo celebró como cualquier otro de los once goles que ya ha marcado en esta Liga, superando ya su propia marca personal en Primera.
Acabó el partido y Anoeta estalló de júbilo. Hoy era el día para demostrar que la plaza de Champions era de la Real, y en un hermosísimo partido la respuesta txuri urdin fue de campeón. La racha ya es histórica, con quince jornadas sin conocer la derrota y un solo día, el del Bernabéu, sin sumar de los últimos 23. Con aplastantes averages particulares con sus dos principales rivales por la Champions, el Málaga (6-3) y el Valencia (9-4). Consolidado como el tercer máximo goleador de la Liga. Y no sólo con un presente formidable, sino con un futuro descomunal, garantizado por la edad de sus piezas clave y por la buena gestión de su directiva a la hora de firmar renovaciones. A la Real se le va a hacer corta la Liga para luchar por cotas mayores, o mejor dicho empezó demasiado tarde para ello sin que hubiera razones que lo justificara, porque ahora mismo no hay ningún equipo que tenga todo lo que pone el conjunto txuri urdin sobre el césped. Y lo que no pone, porque hoy no podía contra con Griezmann y Pardo sigue sin contar demasiado. No le hace falta a esta Real tenerlo todo para protagonizar noches de grandeza, y eso también hay que tenerlo en cuenta. La Real, hoy por hoy, es muy grande. Y de Champions.
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