La Real empieza a entrar en el terreno de lo inconcebible. Pero de lo inconcebible de verdad. De lo desesperante. Y de lo extraño. Porque todo lo que le sucede a este equipo empieza a rozar lo surrealista. El equipo txuri urdin no ha merecido perder hoy en el campo del líder. Al contrario, ha merecido ganar, sin necesidad de hacer un partido perfecto. Pero ha tenido detalles para tirarse de los pelos. El Levante no ha merecido ganar, sino que lo justo hubiera sido su derrota, pero ha ganado porque la suerte le ha sonreído, porque no ha cometido los lamentables errores de la Real (o, al menos, ellos sí los han sabido aprovechar, al contrario que los del equipo de Montanier) y porque cuando lo ha necesitado ha contado con la inestimable colaboración del árbitro. Otra derrota de la Real, de esas que dejan una sensación muy dura de superar. Porque empieza a parecer que da igual lo que haga el equipo txuri urdin, que indefectiblemente va a perder. Como decía Luis García del partido del domingo en Anoeta, hoy era un día para ganar. Y se ha perdido. De eso hay que sacar conclusiones, porque no puede ser que un encuentro como el de hoy se vaya de una forma tan triste. Porque esto empieza a ser tristísimo. Madre mía.
Es surrealista que el cambio más extraño que ha hecho Montanier en su once inicial haya coincidido con el mejor arranque de partido en lo que llevamos de Liga, nada que ver con la desconexión de los primeros instantes ante Zaragoza, Athletic o Barcelona. El técnico francés sentó al fin a Xabi Prieto. Es el mejor jugador de este equipo, pero estaba pidiendo el banquillo a gritos. Nadie contaba con que su sustituto fuera Dani Estrada. Y, qué cosas tiene la vida, Estrada marcó a los cuatro minutos de juego. La Real salió con fuerza. Sin velocidad, porque eso sigue sin tenerlo, pero en menos de diez minutos ya había protagonizado cuatro llegadas de peligro, incluyendo el gol, un paradón de Munúa a Griezmann y un disparo al larguero de De la Bella, que parecía recordar en este arranque (fue un espejismo, pero algo es algo) al lateral que tanto convenció en Segunda y en algunos tramos de la temporada pasada. La verdad es que el once de Montanier era el menos ofensivo de todos los que ha presentado hasta la fecha, mucho menos que el del pasado domingo ante el Getafe, pero era el que mejor estaba funcionando. Vela como falso delantero sacaba de su zona a los centrales del Levante y Griezmann, Estrada, Zurutuza y Aranburu (gran pase el suyo en el inicio de la jugada del 0-1) lo aprovechaban a conciencia.
Después de un cuarto de hora espléndido, aunque, insisto, con poca velocidad en el juego, la Real bajó el tono y el Levante empezó a estirarse. Ahí demostró la defensa de la Real que tiene categoría de sobra, más de lo que la propia zaga cree. El primer tiro a puerta de su rival, ese que es líder de Primera División, ese que con el de hoy ha sumado siete triunfos consecutivos, ese que ya ha marcado 17 goles en nueve partidos, llegó en el minuto 43. Y Bravo hizo lo que se espera de él cuando le llegan una vez, un paradón. Lo cierto es que fue un primer tiempo muy, muy tranquilo para la Real. Mucho. Tuvo ocasiones sobradas para haberse ido 0-2 al vestuario. Pero ya sabemos que el equipo txuri urdin no sabe sentenciar los partidos. Con todo, no fue el único mal de esta Real. Su principal problema sigue estando en el centro del campo. Y, por desgracia, tiene nombre: Mariga. Han pasado ya nueve partidos de Liga y todavía no sé qué es capaz de hacer. Es lento, está mal colocado, no roba balones y pierde muchos, no construye juego ni obstaculiza el del rival, no presiona. No suma, en definitiva, y hace añorar aún más a Illarramendi. Hoy ha jugado de 4, con Aranburu y Zurutuza por delante. Si los fichajes no aportan, es evidente que el equipo no puede crecer.
En todo caso, el partido estaba para ganar, como evidenció Iñigo Martínez mandando al larguero el balón, segunda vez que los palos impedían el gol txuri urdin, en la última acción de la primera parte. El Levante estaba desquiciado, no veía la forma de marcar y apenas había conseguido inquietar a Bravo. Pero hete aquí que se le apareció lo que nunca se le aparece a la Real, la divina providencia. En el minuto 56, y sin que hubiera pasado nada en la segunda mitad (salvo que Aranburu cabeceó flojo y fuera un balón que podría haber controlado para sentenciar el partido), un balón muy mal despejado cayó a pies de Nano en el pico del área pequeña. Su disparo rebotó en la defensa realista y el balón cogió una parábola imposible para Bravo. Mal defendido, sí, pero también mala suerte. Siempre la suerte, esa que no parece acompañarnos ni jugando bien ni jugando mal. Mal síntoma ese de la desesperación. Lo peor, en todo caso, estaba por llegar. Cinco minutos después, el Levante hacía el 2-1. ¿Cómo era posible? No puedo responder a esa pregunta. No me siento capaz. Sólo sé que la Real iba perdiendo un partido que tenía que estar ganando.
La Real, en todo caso, demostró amor propio a partir de ese momento, con algo menos de media hora por jugar. Se fue a por el partido. No es que tuviera grandes ocasiones de gol ni un dominio arrollador, pero el mensaje era claro: el 2-1 era injustísimo y había que arreglarlo. Tras el cambio obligado por lesión de Mikel González por Demidov, Montanier, esta vez sí, hizo los cambios adecuados (aunque, quizá, un pelín tarde): Llorente entró por Estrada (que ha jugado dos partidos como titular, ambos a un nivel muy bajo pero ha marcado en los dos, ante el Granada y hoy) y Xabi Prieto hizo lo propio por Aranburu (buena actuación del capitán, aunque de más a menos, en su partido 400). Sin forzar demasiado a Munúa, lo cierto es que la Real consiguió embotellar al Levante en su área. Fruto de esa presión llegó el empate a dos. Iñigo Martínez cazó en la frontal del área el rechace de una falta y lanzó un espléndido disparo que el meta levantinista ni siquiera vio. Era el empate y, con absoluta sinceridad, el partido estaba para ganar. ¿Que quedaban sólo cuatro minutos? Daba igual, el partido era txuri urdin. Y debió serlo con gol de Llorente. Su cabezazo, culminando una gran jugada de ataque, lo despejó Del Horno en boca de gol sin saber cómo.
Y ojalá el partido hubiera acabado ahí, porque el relato hubiera sido muy distinto con un punto más en el casillero, pero no. Nunca acaba ahí. La fortuna no le sonríe a este equipo nunca. La fortuna, y algo más. La Real permitió un contrataque del Levante en el minuto 92. Regla número uno de cómo no se puede perder un partido así. El contraataque acabó en una falta absurda de Zurutuza. Regla número dos de lo que no hay que hacer en esas circunstancias. Si hay falta, que sea en campo del Levante. Estaba lejos, de todos modos. Pero la tiró Rubén y la marcó. Desde unos 40 metros. Ante una barrera de chirigota. Con un Bravo al que seguramente no se puede echar la culpa y tan atónito como cualquiera que haya visto el partido. Maldito último minuto. Maldita suerte. Y maldita Real, sí. Porque no se puede perder un partido marcando dos goles fuera de casa. Porque no se puede ser tan lamentablemente ingenuo. Porque no se puede resignar uno a su suerte cuando viste la camiseta de la Real, ni siquiera cuando sea ésta tan horrenda y gafe (perdonandme el enfado por esta trivialidad, pero ¿por qué demonios juega la Real con su camiseta suplente cuando no es necesario?). Acaba el partido y la sensación de frustración e impotencia es tan grande que uno no sabe ni contra quién arremeter.
Pero es fácil. Hay que arremeter contra el árbitro. Ese que machacó a faltas en ataque a la Real, privándole de una decena de jugadas de ataque (una, en la primera mitad, tenía un claro sabor de gol) y, sin embargo, dejó seguir la jugada que acabó con el primer tanto del Levante después de una escandalosa falta de Ballesteros. También pudo señalar penalti (¿y roja? ¿Será posible que este equipo juegue algún día contra diez jugadores?) de Munúa a Vela justo antes del rechace que Estrada convirtió en el 0-1. Hay que arremeter contra todos los que nos quieran hacer creer que Mariga es un jugador para la Real, a menos que a partir del próximo sábado (yo hoy imploro que no juegue, porque con él al nivel que ha desmotrado hasta ahora el Madrid nos puede destrozar) sufra una transformación como no se ha visto en la historia reciente del fútbol. Hay que arremeter contra todos los jugadores por su bisoñez, por su ingenuidad, por su pusilanimidad, porque Llorente (cada día que pasa le veo más imprescindible, aunque sea cojo) en cinco minutos les enseñó qué es lo que no se puede permitir que se le haga a un equipo como el nuestro. Y no sé si arremeter, pero desde luego hay que empezar a explicarle a Montanier que nos está volviendo locos y no está consiguiendo, ni de lejos, lo que nos dijeron que se iba a conseguir.
Se han jugado nueve partidos y no puedo quitarme de encima la sensación de que estamos en una situación límite. Cuatro derrotas en los últimos cinco. Un punto de quince posibles. Cuatro derrotas consecutivas como visitante. Y malas sensaciones. Las que deja sentirse siempre abocado a la derrota, incluso cuando muchas cosas se hacen mejor que el rival. Dado el bajo nivel que se está viendo en la zona menos noble de la Primera División, la Real no va a perder ningún puesto esta jornada. Mantendrá la decimoquinta plaza y sus ocho puntos. Los mismos que tenía hace ya casi dos meses. Y ahora viene el Madrid. Mal enemigo cuando el equipo es presa de la desesperación que produce que dé igual jugar bien o mal, acertar en muchas cosas o fallar en casi todas, marcar goles o no hacerlos. Porque hoy la sensación es que da absolutamente igual lo que haga la Real, que indefectiblemente va a perder el partido. Eso genera ansiedad. La ansiedad lleva a las derrotas. Y las derrotas, cómo me duele decir esto desde el convencimiento de que la Real tiene un gran equipo al que no sabe sacar partido, a la Segunda División. Conocemos el camino. No creo que lo repitamos. No esta temporada. Pero ahora mismo me siento en una situación límite. Y las grandes noches están pensadas para responder a esto. A ver el sábado.
2 comentarios:
No se mereció perder en Valencia pero no se puede perdonar tanto.
El 3º gol del Levante es de broma, desde 40 metros y rasa no nos puede marcar, la barrera y Bravo no se que hacían.
Al menos se mejoro mucho el juego y se dio otra imagen fuera de casa, ese es el camino pero sin regalar nada.
Cityground, ya, es que es esa sensación rara de no merecerlo por fútbol pero sí merecerlo por pardillos. Yo el tercer gol todavía no me lo creo...
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