La labor de Lillo ha sido tan discutida y discutible como la de todos sus antecesores inmediatos en el cargo, pues, como ellos, el técnico tolosarra entró sin quererlo en la espiral destructiva en la que está inmersa la Real desde hace demasiados años. Lillo, eso sí, es de los que más han hecho para que esa espiral afecte lo menos posible al equipo. Para evaluar el trabajo del entrenador el problema es el mismo que para calificar la trayectoria de la misma Real. No subir, siendo este equipo el que es y sabiendo como sabemos que su sitio está entre los mejores, es un fracaso. Pero los condicionantes de la temporada invitan a hacer una lectura muy distinta. Al menos con muchos matices. Lo que no se puede negar es que, aún sin el ansiado ascenso, los números de Lillo en la Real son buenos, son números que habíamos olvidado en los últimos años que disfrutamos (más bien sufrimos) en la Primera División.
Lillo comenzó la temporada con una apuesta arriesgada: una defensa de tres. Y la cosa no salió nada mal, a pesar de las muchas reticencias que había en el entorno. Esa Real que arrancó en agosto (ya con una pretemporada que alteró la fisionomía de la Real que Lillo dirigió en los once últimos partidos de la pasada campaña) nada tiene que ver con la Real que acabó la temporada, más allá de un dibujo inicial sobre el terreno de juego. Ni en nombres ni en el tipo de fútbol que practicaron. El técnico quería que descansara sobre Elustondo el juego del equipo, que fuera el primer atacante de un once muy ofensivo, en el que Xabi Prieto marcara diferencias, Sergio canalizara las ocasiones de gol y Díaz de Cerio se convirtiera en el artillero. Los cuatro sufrieron lesiones de importancia. Y eso obligó a Lillo a modificar la hoja de ruta. La Real no podía practicar el juego que él quería sin esos cuatro hombres básicos y quizá tardó demasiado en verlo.
Cuando Lillo fichó por la Real, muchos tenían la idea de que era un técnico que lanzaba a sus equipos al ataque de forma alegre y algo despreocupada, que era, como algunos se referían a él de forma despectiva, un filósofo del fútbol para quien los resultados tenían menos importancia que la forma de conseguirlos. Su paso por San Sebastián ha servido para romper muchos tópicos sobre su persona. Lo que Lillo decía antes y después de los partidos encontraba relación con lo que acontecía sobre el terreno de juego. Las explicaciones que él daba servían para entender lo que había pasado en los 90 minutos. Su conocimiento de los rivales le ha servido a la Real para ganar puntos. Por contra, su conocimiento de los suyos a veces ha provocado cierta perplejidad. La situación de Dramé (¿quién le fichó y por qué?), la falta de confianza en Necati (avalada, eso sí, por sus mediocres datos anotadores) o no dar más minutos a algunos jugadores del Sanse (por méritos suyos o por carencias del primer equipo) quedan en el terreno de lo inexplicado.
Algunos han criticado el empecinamiento de Lillo en el sistema de tres defensas, pero quizá olvidan que la Real ha sido el equipo menos goleado de la categoría. Le ha faltado algo de equilibrio en ataque, el que siempre han ofrecido en este equipo los laterales y carrileros, pero las bondades de ese sistema han quedado a la vista de todos con ese dato: 38 goles encajados, uno menos que el Rayo Vallecano. Otra de las críticas más severas que se han hecho a la labor de Lillo ha sido con respecto a la preparación física, pero hay que recordar que las lesiones más importantes que ha padecido la Real no han sido musculares. Es cierto que varios jugadores han llegado fundidos y lesionados al final de la temporada, como Carlos Martínez, Markel Bergara, Ansotegi, Marcos o Mikel González, pero las múltiples bajas por fracturas o esguinces y lo corta que era la plantilla les han llevado a hacer un esfuerzo aún mayor del esperado. ¿Habría sido así con una plantilla de 25 jugadores o con menos lesiones? Probablemente no.
Donde Lillo ha fallado ha sido en la búsqueda de soluciones a los problemas de juego, en especial a la ausencia de hombres importantes como Elustondo o Xabi Prieto. Todas las líneas han sufrido rotaciones, como es lógico, pero el centro del campo sólo ha funcionado con la idea inicial del técnico, y en especial fuera de casa porque Anoeta ha sufrido con una Real lenta, predecible y capaz de generar muy pocas ocasiones de gol, dejando pasar demasiados minutos de juego sin imponer su estilo. Tampoco pudo ver soluciones el técnico en la faceta anotadora. A Lillo le costó demasiado tiempo encontrar soluciones a la baja de Díaz de Cerio. Entre el día de su lesión y el debut de Abreu, la Real jugó once partidos y sólo anotó diez goles. Una losa demasiado grande que, además, costó la pérdida de quince puntos. Demasiados.
La temporada le convirtió en protagonista inesperado en dos ocasiones. Fue expulsado por primera vez en su carrera en el partido de Copa frente al Zaragoza. Vio la roja por salir a defender a uno de los suyos. A Xabi Prieto le estaban cosiendo a patadas y no aguantó más. Qué poco sabía Lillo entonces lo que nos esperaba con los árbitros esta temporada. Poco después, en el partido ante el Eibar en Anoeta, Lillo recibió un botellazo en la cabeza. Esa botella tenía como destinatario al árbitro González González, que culminaba en esos momentos la provocación continua en la que se había convertido su arbitraje expulsando sin motivo a Carlos Martínez, que estaba en el banquillo. El árbitro se fue del campo sin anunciar que el partido estaba suspendido y sin preocuparse por el estado de Lillo. Se quiso armar mucho revuelo con lo que pasó en Anoeta aquel día. Una pena que no se tuvieran las mismas ganas el año pasado cuando el técnico realista también recibió un botellazo en Málaga y fue él quien pidió que no se suspendiera el encuentro. Sí, una lástima.
Lo que nadie podrá negar, ni siquiera quienes están satisfechos con la no continuidad del técnico, es que Lillo sale de la Real como un caballero, sin criticar a nadie (salvo algún pequeño dardo envenenado al director deportivo, Loren) para no perjudicar al club. Y eso merece un aplauso, porque no estamos tan acostumbrados a que desde dentro se alabe a la Real. Sale habiéndose ganado el cariño y la confianza de todos los que estaban dentro del vestuario, y eso no tiene precio. Sale habiendo defendido a capa y espada a todos sus jugadores, incluso aquellos que no eran de su agrado, y eso es algo loable. Sale demostrando un cariño por la Real que hacía mucho tiempo que no veíamos en el inquilino del banquillo de Anoeta, y eso tengo la sensación de que no lo hemos sabido valorar mientras se sentaba en él. No ha pasado a la Historia de la Real porque su equipo no ha subido a Primera, pero la sensación que deja, a pesar de la inmensa distancia final con respecto a los puestos de ascenso, es que podría haberlo conseguido a poco que le hubiera acompañado la suerte a su Real en lesiones y arbitrajes. Pero eso nunca lo sabremos.
Donde Lillo ha fallado ha sido en la búsqueda de soluciones a los problemas de juego, en especial a la ausencia de hombres importantes como Elustondo o Xabi Prieto. Todas las líneas han sufrido rotaciones, como es lógico, pero el centro del campo sólo ha funcionado con la idea inicial del técnico, y en especial fuera de casa porque Anoeta ha sufrido con una Real lenta, predecible y capaz de generar muy pocas ocasiones de gol, dejando pasar demasiados minutos de juego sin imponer su estilo. Tampoco pudo ver soluciones el técnico en la faceta anotadora. A Lillo le costó demasiado tiempo encontrar soluciones a la baja de Díaz de Cerio. Entre el día de su lesión y el debut de Abreu, la Real jugó once partidos y sólo anotó diez goles. Una losa demasiado grande que, además, costó la pérdida de quince puntos. Demasiados.
La temporada le convirtió en protagonista inesperado en dos ocasiones. Fue expulsado por primera vez en su carrera en el partido de Copa frente al Zaragoza. Vio la roja por salir a defender a uno de los suyos. A Xabi Prieto le estaban cosiendo a patadas y no aguantó más. Qué poco sabía Lillo entonces lo que nos esperaba con los árbitros esta temporada. Poco después, en el partido ante el Eibar en Anoeta, Lillo recibió un botellazo en la cabeza. Esa botella tenía como destinatario al árbitro González González, que culminaba en esos momentos la provocación continua en la que se había convertido su arbitraje expulsando sin motivo a Carlos Martínez, que estaba en el banquillo. El árbitro se fue del campo sin anunciar que el partido estaba suspendido y sin preocuparse por el estado de Lillo. Se quiso armar mucho revuelo con lo que pasó en Anoeta aquel día. Una pena que no se tuvieran las mismas ganas el año pasado cuando el técnico realista también recibió un botellazo en Málaga y fue él quien pidió que no se suspendiera el encuentro. Sí, una lástima.
Lo que nadie podrá negar, ni siquiera quienes están satisfechos con la no continuidad del técnico, es que Lillo sale de la Real como un caballero, sin criticar a nadie (salvo algún pequeño dardo envenenado al director deportivo, Loren) para no perjudicar al club. Y eso merece un aplauso, porque no estamos tan acostumbrados a que desde dentro se alabe a la Real. Sale habiéndose ganado el cariño y la confianza de todos los que estaban dentro del vestuario, y eso no tiene precio. Sale habiendo defendido a capa y espada a todos sus jugadores, incluso aquellos que no eran de su agrado, y eso es algo loable. Sale demostrando un cariño por la Real que hacía mucho tiempo que no veíamos en el inquilino del banquillo de Anoeta, y eso tengo la sensación de que no lo hemos sabido valorar mientras se sentaba en él. No ha pasado a la Historia de la Real porque su equipo no ha subido a Primera, pero la sensación que deja, a pesar de la inmensa distancia final con respecto a los puestos de ascenso, es que podría haberlo conseguido a poco que le hubiera acompañado la suerte a su Real en lesiones y arbitrajes. Pero eso nunca lo sabremos.
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