Hace unas cuantas semanas, cuanto la Real todavía miraba hacia arriba en la clasificación con alguna leve esperanza de llegar a las tres primeras posiciones, Juanma Lillo se mostró extrañado por el hecho de que esta temporada apenas hubiera surgido rumores sobre las primas a terceros o los amaños de partidos, asunto que la pasada campaña copó buena parte de nuestro tiempo y nuestra atención en las jornadas finales de la competición (y que coleó con fuerza hasta los primeros meses de la temporada que termina este fin de semana). Pocos días después, se publicó que la propia Liga de Fútbol Profesional había advertido a la Real (se supone que también al resto de equipos implicados en la lucha por el ascenso) de que tenía noticias de que el Zaragoza había pagado a más de uno de sus propios rivales con el fin de que se dejara ganar. La noticia no generó ningún tipo de escándalo. Casi se habló más de las denuncias al Real Unión, equipo al que se ha acusado de hacer lo mismo para subir a Segunda, que de este asunto que salpicó el ascenso a Primera.
La única conclusión posible sobre esto, y más con la experiencia vivida hace un año, es que el fútbol español está podrido y quienes manda en él prefieren que siga siendo así y que quienes consumimos con devoción el espectáculo sigamos sin saber nada. El fútbol español tiene unos sotanos insonsables en los que se oculta miseria, corrupción y, por lo visto, mucho dinero. Había quien pensaba que el objetivo de las últimas cuatro jornadas debía ser quedar para la Real lo más arriba posible, no fuera a ser que esta vez se actuara contra un hipotético tramposo (y también por esas otras trampas, las económicas, las que permiten a determinados clubes vivir endeudados hasta las cejas cuando otros tenemos que penar en procesos concursales). Pero por desgracias ese es un planteamiento algo ingenuo porque jamás se va a encontrar un caso tan claro como el que expuso la Real el año pasado. Iñaki Badiola no sólo lanzo acusaciones, sino que consiguió pruebas de que algo raro había. La Justicia, no obstante, ha decidido archivar el caso. Eso sucedió la semana pasada.
Es gravísimo que se compren partidos. Es igual de grave, reglamento en mano, pagar a un equipo para que venza a uno de tus rivales como comprar a tu propio rival para que no haga todo lo posible sobre el césped. Dejémonos de hipocresías. No hay primas buenas y primas malas. Las dos son ilegales. Podemos mantener todo el debate ético que se quiera, pero el legal, que al final es el que importa, no tiene discusión alguna. ¿Que se quieren aceptar las primas por ganar? Que se legalicen, que para eso se reúnen todos los clubes en Asamblea antes de iniciar la competición. Mientras no se cambien, son ilegales, no se pueden pagar y no se pueden aceptar. Son, además, dinero negro, lo que en condiciones normales tendría que constituir un delito contra la Hacienda pública. Es triste ver que cada temporada aparecen jugadores de distintos equipos admitiendo abiertamente la existencia de estas primas (por ganar; por perder sólo uno lo admitió, Jesuli ante Iñaki Badiola, y al ver la que había armado rápidamente se retractó), pero mucho más triste es que nadie haga algo.
Hacienda podría investigar a los clubes sobre los que hay sospechas de que mueven dinero negro con oscuros fines, pero no lo hace. La Secretaría de Estado para el Deporte podría implicarse para limpiar el fútbol, pero no lo hace. La Federación Española de Fútbol y la Liga de Fútbol Profesional podrían imponer sanciones a quienes no cumplen las normas que ellos mismos imponen a los clubes participantes en las competiciones, pero no lo hacen. Los clubes podrían ser nobles, asumir que están en una competición deportiva en lugar de un mundo económicamente viciado, pero no lo hacen. Los jugadores podrían comportarse como profesionales y denunciar a los tramposos, pero no lo hacen. Nadie hace nada. Y si algo me parece sangrante es que la Liga avise a los clubes de estas irregularidades, diciéndoles también que es muy difícil actuar y probar el pago de primas. Es como si la Policía llama a un ciudadano para decirle que van a robar en su casa pero que ellos no pueden hacer nada. No se puede si no se quiere.
Hay un factor más que se suele utilizar en este debate: el apoyo de los nuestros. Usando como ejemplo lo sucedido el año pasado, se suele decir que la prensa de Gijón apoyó incondicionalmente al Sporting y que la de Málaga hizo lo mismo con su equipo. Por contra, todos sabemos que la prensa donostiarra no hizo lo propio con la Real. Es triste que algunos consideren que su beneficio esté por encima del que pueda conseguir el equipo txuri urdin (que a nadie se le olvide que una sanción al Málaga por este asunto hubiera supuesto el ascenso administrativo para la Real), pero reconozco que este ángulo de la historia me es indiferente. Si algún día se descubriera que la Real ha comprado rivales, la sanción tendría que ser la misma que para cualquier otro. Yo no voy a ocultar nada, como sí parece que se quiso (y se consiguió) hacer en otros sitios. Yo quiero que la Real gane en el campo. Fuera de él, ni quiero ganar ni quiero que me ganen. Quiero que se cumpla la Ley.
Este año, la Real no ha sido el equipo más damnificado por estas prácticas a las que todo el mundo dota de tanta verosmilitud que me parece impensable tener que referirme a ellas como "supuestas". El Hércules es el cuarto clasificado de la Segunda División y el primer equipo que no ha podido celebrar el ascenso. Quizá de esta forma evite que me considere oportunista por escribir lo que acabo de escribir quien el año pasado pensara que hablaba de forma interesada al denunciar las prácticas que se achacaban al Málaga. Este año la Real no obtendría beneficio alguno de una sanción, tan ejemplar como justa si se investigara y demostrara algo, a un club tramposo. Pero me sigue pareciendo escandaloso que nadie actúe. Igual de escandaloso que el año pasado. Y hay que decirlo, porque algunos, los que seguimos ilusionados por ver a nuestro equipo jornada tras jornada, queremos mantener la sensación de que estamos viendo un deporte cuyos vencedores se dirimen en los terrenos de juego. En los despachos, sólo cuando haya tramposos.
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