lunes, marzo 30, 2009

A muerte con Lillo

Si hay alguien que se ha ganado mi respeto y mi aprecio durante los dos años que llevamos en Segunda, ese es Juanma Lillo. Así de claro lo afirmo, sin ningún temor y sin ningún complejo. Cuando el técnico llegó a la Real, tuve mis dudas. Han pasado doce meses desde entonces y en ese tiempo, viendo sus partidos, escuchándole en cada rueda de prensa, me ha ido convenciendo de que es el entrenador idóneo para este equipo y en este momento. Como todos los aficionados al fútbol llevamos un entrenador dentro, y los realistas no somos ninguna excepción, hay decisiones suyas que no comparto. Pero hacía tiempo que me sentía tan identificado con un entrenador. Lo complejo y corto que fue el tercer periodo de Toshack en San Sebastián hace que quizá tenga que retroceder hasta Krauss para encontrar una sensación parecida. Y de eso ya hace nueve años en los que han desfilado, además de Lillo, otros diez técnicos más por el banquillo de Anoeta. Eso sí que tendría que hacernos pensar.

La victoria del sábado fue de Lillo. Él dijo que por quien más se alegraba es por Zubikarai. Yo, con todo el cariño del mundo al meta realista (que se lo ha ganado con su sencillez, con su trabajo de años y con su categoría en el campo) y a Agirretxe (la prueba de que Zubieta vive y puede dar grandísimos jugadores a pesar de la catastrófica situación del club), por quien más me alegré es por el técnico realista. Parece que hay gente que le está esperando, que aspira a que la Real se pegue un batacazo para cargar las tintas contra el entrenador tolosarra. El sábado fue un perfecto ejemplo de ello. Cuando todo el mundo esperaba que alineara a Necati o a Agirretxe ante la ausencia de Abreu, optó por un esquema sin delantero claro. Un esquema producto del estudio del rival, eso que en Segunda ninguno somos capaces de hacer porque no es lo mismo conocer al Barcelona o al Real Madrid que al Castellón o al Nastic. Lillo se lo curra. Será mejor o peor entrenador, pero su honesta capacidad de trabajo no se la puede negar nadie. Y el sábado dio sus frutos.

Pero la identificación que siento ahora mismo con él no es sólo fruto del trabajo. Si volvemos a los nombres que que he citado de entrenadores más o menos recientes con los que sí he disfrutado, veréis que son extranjeros. Aprendieron a querer a la Real trabajando en ella. Lillo no. Lillo quería a la Real mucho antes de que el club le ofreciera el puesto de entrenador. De hecho, como es conocido, fue candidato a ocupar el banquillo en varias ocasiones antes de que le llegara la oportunidad. Y ésta le llegó el peor momento posible. No sé si todos los que se proclaman, definen e incluso sienten como realistas hubieran aceptado coger a este equipo en Segunda División, fuera de los puestos de ascenso y con sólo once jornadas para tratar de conseguir el regreso a la Primera. Lillo lo hizo. No consiguió el objetivo por Vitoria, por una calamidad de esas que suceden cada muchas décadas. Pero eso no resta un ápice de valentía a su gesto de aceptar el banquillo en esas condiciones. Esa valentía, con toda la temporada por delante, no la tuvo por ejemplo Lotina, quien no quiso quedarse en la Real a pesar de que su afición (yo no lo compartía) no dejaba de perdirle que lo hiciera a pesar de tener al equipo moribundo y casi en Segunda.

Desde que Lillo es el entrenador de la Real, se ha partido la cara por este equipo como pocos lo habían hecho en los últimos años. No me refiero sólo a su alabanza continua al vestuario, algo que ya venían haciendo los últimos entrenadores que pasaron por ese puesto, sino a la defensa real de todos y cada de los jugadores que ha tenido. Supo gestionar una plantilla de 30 jugadores haciendo que casi todos se sintieran importantes, y ahora está haciendo lo mismo con una de 20 (excepción hecha de Dramé; algún día, cuando el jugador no esté ya en la Real, habrá que preguntarle por los pormenores de su fichaje y su día a día). El Sanse tiene su sitio y suele ver los partidos del filial, algo que sí que no han hecho demasiados entrenador del primer equipo. Ha defendido al club en los ámbitos en los que debía defenderlo sin temor alguno a que su figura quedara desprestigiada (y muchos han sido los palos que le llovieron, por ejemplo, por decir la verdad sobre los árbitros, de forma razonada, rechazando actitudes y no errores humanos puntuales).

Como yo, Lillo se ha rebelado contra aquellos que hace un mes proclamaron que ya no subíamos, que el tren se había ido. Y si se coge el tren y se vuelve a Primera, sé que Lillo no será ventajista, no sacará pecho, no recordará en público para su escarnio los nombres de quienes enterraron a la Real antes de tiempo. Lillo se limitará a ser feliz por sus jugadores, por el vestuario, por la afición, por el club, por su gente y, en último término, por él mismo. Lillo ha creído en la Real más que muchos realistas juntos. Mucho más. Sigue creyendo. Y no creo que me arriesgue mucho si digo que seguirá creyendo hasta el final, hasta que llegue el éxito o la calculadora nos diga que es imposible. Cuando en la última jornada de la temporada pasada, todo estaba perdido, el Málaga y el Sporting ganaban y la Real empataba en casa con el Córdoba, hizo un triple cambio. Saco tres delanteros al campo: Víctor, Skoubo y Gari. Con todo perdido, una decisión desesperada, pero incluso con cierta fe ante lo imposible. Sabe, y así lo dice, que esta temporada, ahora mismo, está muy difícil subir a Primera División. Es lo que tiene que decir. Pero lucha por lograr que sea realidad.

Futbolísticamente, se ha enfrentado a demasiados molinos y sigue vivo. Si algo no me gustó de su llegada, fue el momento en que se produjo. A Lillo le veo tan empapado de conocimiento futbolístico, que creo que no tener una pretemporada para preparar un equipo a su gusto merma su rendimiento. Quizá por eso le faltó algo en partidos concretos, como en Vigo o en casa ante el Nastic. Este año sí tuvo esa pretemporada y la aprovechó. Se reían de él por ensayar con tres defensas y con una clara vocación ofensiva. Decían que la Real no tenía equipo para eso. Pero con eso mismo maravilló al principio de esta temporada. Ese sueño se lo reventaron las lesiones y también la situación económica de la plantilla. Que a nadie se le olvide que Elustondo lleva seis meses sin jugar, Díaz de Cerio otro tanto y Xabi Prieto estuvo tres. Que Sergio también ha tenido alguna lesión de importancia y que los partidos internacionales le han dejado sin su portero titular en muchas ocasiones. Y a todo eso se ha encontrado solución. Sacrificando parte de la idea futbolística, desde luego, pero nunca la obligada entrega sobre el campo, nunca el trabajo antes de los partidos, nunca todo aquello que supone llevar y defender el escudo de la Real.

Hay veces que no le entiendo, hay decisiones suyas que no comparto, hay cosas que yo no haría de la misma forma. Pero sé que todo lo que hace Lillo es por el bien de la Real, es un intento honesto de ganar cada partido que no tiene más justificación que esa. No sé si todo lo que tiene Lillo es suficiente para que este equipo celebre el 21 de junio el regreso a Primera División, pero quiero creer que sí. Ojalá que sí. La victoria del sábado y otros muchos partidos me obligan a pensar que sí, por mucho que algunos deslizaran nombres de sustitutos a poco que las cosas fueron mal. Él se merece este ascenso como el que más, y por eso estoy a muerte con él.

1 comentario:

PatiodeCaballos dijo...

Completamente de acuerdo contigo. Lillo es el entrenador ideal para la real. Yo también tuve mis dudas al principio, pero como los jugadores, acabé cautivado por el. Creo que la real deberia de renovarle, en primera o en segunda por varios años, ya que es el mejor entrenador que ha tenido la real en varios años y puede ser el mejor entrenador para el futuro inmediato.