Última jornada de Liga. El equipo está ya matemáticamente salvado y sin opción de conseguir objetivos más ambicioso. Llega un Valencia también liberado de deberes y se habla de un partido de solteros contra casados. Y Anoeta está lleno para despedir a su capitán, Mikel Aranburu, tras catorce temporadas en el primer equipo. Eso es la afición de la Real. Algunos creen que una buena afición es aquella que se desplaza en masa para ver un día glorioso de su equipo. O aquella que se demuestra numerosa en las victorias. Yo creo que no. Creo que una afición se muestra en los momentos que son emocional y pasionalmente importantes para su equip y en sus horas más bajas, esas en la que muchos abandonarían el barco. La Real ha pasado por esos momentos en los últimos años y su afición ha estado ahí. En campos en los que nunca pensó que estaría, en una Segunda División de la que durante años se creyó a salvo. Ese espíritu, dos años después del ascenso, sigue vivo. La afición de la Real sigue siendo su tesoro más valioso.
Año tras año, viendo las imágenes que se producen en otras ciudades cuando sus equipos descienden a Segunda, me reafirmo en la creencia de que somos grandes. En la tristeza del descenso, unos buscan culpables, lanzan proclamas contra sus propios jugadores. El día que se consumó la tragedia en Valencia, nosotros, en masa, renovamos nuestros votos de fidelidad a nuestro equipo. Quizá lejos del entorno txuri urdin, y de eso también tienen culpa ciertas campañas mediáticas a las que sigo sin encontrar sentido, no se es consciente de lo que supone mantener más de 15.000 espectadores siempre transitando por la Segunda División. O de lo que es llevar masas de fieles a Huesca, Soria o Salamanca. También a la hora de valorar el comportamiento de la afición, se tiende a premiar al ganador, al más numeroso, al más fuerte. Algún día, quizá, repararán en el comportamiento modélico y hermoso que da año tras año la afición de la Real Sociedad. Quizá.
O quizá no, y ahí es donde empieza el sentimiento de preocupación. En la temporada recién finalizada, la afición txuri urdin ha sufrido unas cuantas tardes desagradables. En Bilbao se produjeron agresiones por parte de la seguridad privada del Athletic, de la empresa Prosegur, sin que hubiera ningún motivo para ello. En Getafe, un enfrentamiento en plena calle con tintes de encerrona en la que no participaron sólo hinchas del equipo local aquel día se saldó con la identificación exclusiva y la propuesta de sanciones elevadísimas sólo para seguidores de la Real. En Cornellá-El Prat se dio un trato vejatorio por parte de los mossos d'esquadra a los realistas que, sin intención o aspecto provocador, y sin haber cometido ningún acto sospechoso, fueron registrados y tratados como criminales. En Málaga hubo agresiones impunes a seguidores con la camiseta txuri urdin. Y eso sin contar con los gritos que se escucharon en el Santiago Bernabéu de "a Segunda, a Segunda" o las clásicas vejaciones en forma de cántico que el Frente Atlético entona en el Vicente Calderón cada año.
Es evidente que detrás de todo esto hay razones políticas y sociales. Futbolísticas no las hay. La Real es un equipo que en los últimos años no se ha ganado la enemistad de ningún equipo o afición. Al contrario, los aficionados realistas sí tienen motivos sobrados, deportivos y no tan deportivos, para no sentir aprecio por algunos equipos y aficiones. Comenzando por un poco de autocrítica, no se puede obviar que en San Sebastián ha habido algunos episodios desagradables este año. Con algunos seguidores del Getafe hubo peleas, muy desagradables fueron las imágenes de los Ultra Sur en Anoeta y en más de una ocasión se escuchan cánticos que, a la inversa, no nos gustaría escuchar cuando somos nosotros los que viajamos. Yo no me siento cómoco cuando en Anoeta se corean cánticos contra los "españoles". Y no sólo ya por lo mucho o poco que podamos ofender a otras aficiones, sino porque en la propia afición de la Real hay muchos "españoles", por no hablar de alguno que otro que viste nuestra camiseta en el campo. Quizá tendríamos que empezar a cuidar esos detalles. Quizá sería la forma de hacer ver que nuestro deseo es, exclusivamente, disfrutar del fútbol y de nuestro equipo.
En un análisis simplista, eso podría valer como excusa para lo que se vive en Madrid. ¿Pero en Barcelona? ¿En Bilbao? ¿Qué motivos hay en esos lugares para que haya tanta inquina hacia la Real? Lo vivido no se corresponde en absoluto con el buen rollo que transmite la afición de la Real allá por donde va, alejada casi siempre de incidentes y con ganas de compartir el gusto por este deporte. Vallecas, sin duda el destino más bonito para ver un partido del equipo txuri urdin (y por eso hay que alegrarse de su permanencia en Primera) o Pamplona no tendrían por qué ser excepciones en el trato que la afición de la Real tiene con otros colectivos de seguidores. Y me preocupa que algún día los problemas deriven en situaciones de odio que, hace no tantos años, ya sabemos cómo acabaron en las puertas del Vicente Calderón. Sin embargo, ese mismo estadio me dejó motivos para el optimismo. Dos parejas de amigos, uno de la Real y otro del Atlético, se paseron por las inmediaciones del recinto con sus camisetas puestas. Y el estadio colchonero silbó cuando el Frente Atlético quiso burlarse de Aitor Zabaleta. Hay esperanza. Pero no dejemos de trabajar por la concordia. Con la afición que tenemos, cada problema que vive tiene que ser cada vez más insoportable.
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