Hace años me dije que si la Real se estaba jugando algo, allí tenía que estar yo. Donde fuera. En las circunstancias que fuera. De esa forma, he vivido sinsabores como la Liga que se fue en Vigo, el descenso en Valencia, el no ascenso en Vitoria. Pero también el debut en Champions, el ascenso en Anoeta y en Cádiz, el partido del centenario. Hace algunos años, sin nada en juego, me planté en Anoeta para ver la despedida de Karpin. Con mucho más motivo, ¿cómo me iba a perder el adiós de Aranburu? Porque era un día en el que la Real se jugaba algo. Claro que se lo jugaba. Se jugaba seguir siendo lo que todos queremos que sea. A mí me emocionó ver Anoeta como estaba el sábado. Sus camisetas de color txuri urdin. Sus inquebrantables aplausos a la figura que nos deja. Su sincero sentimiento realista, de cariño, agradecimiento y devoción por quien nos ha dedicado tantos años, algunos de los más difíciles que hemos conocido la mayoría.
San Sebastián y Madrid están separados por 469 kilómetros. Los hice por ver la despedida de Mikel. El partido número 427 del 11 de la Real que ya deja de serlo. 469 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Los volvería a hacer. No me importaba el partido, ni el rival. Me importaba la despedida. Veo la secuencia de fotos que hice y tiene pequeños saltos en el tiempo. Son los momentos en los que tuve que dejar de mirar a través del objetivo para aplaudir, puesto en pie, mirando casi a través de las lágrima. La despedida de Mikel me enseñó, una vez más, lo que es la Real. Lo que tiene que ser. Lo que todos queremos que sea. Lejos de debates, disputas y sinsabores. La Real es la ilusión de su gente. De los que saltan al césped y de los que estamos en la grada. La despedida de Mikel fue un día grande. Muy grande. Otros creen que se demuestra el valor de una afición o de un sentimiento cuando se arropa al ganador. Qué equivocados están. Ser grande es esto.
Por eso, en el día en que Mikel Aranburu dejó atrás 14 años de profesional en la Real, mucha gente sacó del armario una camiseta txuri urdin con su nombre y su número, el 11, a la espalda. No me puedo hacer a la idea de lo bonito que tiene que ser para un jugador ver a un aficionado con esa camiseta y pensar que alguien se ha acercado a comprar algo tan preciado y ha pedido que le pongan su nombre. Nunca he sido de ponerme el nombre de nadie en la camiseta, supongo que ante el temor de que ese ídolo caiga, decepcione o, directamente, no aprecio el cariño que encierra ese sencillo gesto. Pero siempre sabes que hay jugadores que no te dejarían en la estacada. Mikel Aranburu es uno de ellos. Su nombre nunca hubiera estado de más en mis camisetas. Sirvan estas imágenes de tantas camiseta con el número 11 y el nombre de Aranburu en la espalda como muestra del cariño que los realistas sentimos por Mikel Aranburu. Muchas gracias por todo, capitán.
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