No creo que haya nadie en su sano juicio, ni siquiera los propensos a los accesos de fe inquebrantable, que no se imaginara el desenlace final de este partido en cuando se conoció la alineación y, minutos después, el planteamiento de Montanier. Durante las horas previas al partido se especuló con la posibilidad de que Demidov fuera de nuevo mediocentro, pero el técnico francés de la Real, rizando el rizo una vez más con una de esas sorpresas tan difíciles de argumentar, decidió que fuera central. El tercer central. El quinto defensa. Sí, efectivamente, el mismo sistema con el que ya naufragó Montanier en el partido de la primera vuelta ante el Real Madrid. Va a ser verdad que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, aunque nada dice el dicho popular de los franceses. Y si entonces los blancos tardaron ocho minutos en abrir su cuenta anotadora, aquí el partido murió incluso antes, en el minuto 5. Higuaín, como en Anoeta, fue el artillero de los blancos. Ya está. Partido finiquitado. La única pregunta que flotaba en el ambiente era cuántos goles iba a encajar la Real en el Bernabéu. Y eso es una sensación dura, triste y descorazonadora. Igual no para un entrenador que se contenta con jugar contra el Madrid, pero sí para quienes soñamos con algo más porque, además, lo hemos vivido ya en el pasado.
El ultradefensivo planteamiento de la Real, ese con el que este equipo jamás ha sido capaz de jugar (bien lo saben, por ejemplo, Lotina y Lasarte), no tuvo sentido de inicio, pero lo perdió por completo en el minuto 5. Ya estaba perdido todo lo que se podía perder, pero no pasó nada. No hubo reacción y un solo atisbo de volver al partido, cuando Agirretxe encaró a Casillas desde el flanco izquierdo después de un intencionado disparo de Griezmann que había repelido la defensa. El portero madridista sacó el disparo del máximo goleador realista y ahí se acabó la historia. Y deja en el relato del partido un compendio de ocasiones del Real Madrid, suficiente para que el carro de goles que encajó Bravo fuera todavía mayor. El chilenom de lo poquito que se vio a la altura que merece la camiseta de la Real, evitó una goleada aún más sonrojante y esclarecedora sobre lo que es hoy la Real. Algún detalle de bravura de Iñigo Martínez, algún toque de clase de Xabi Prieto, algún atisbo de mando en el centro del campo de Illarramendi o algún momento de lucidez en Zurutuza cuando entró al campo. No sé si ver estos detalles positivos me convierte en un optimista o un simple iluso porque, insisto, la goleada estaba servida ya desde los vestuarios.
Los primeros 55 minutos del partido fueron en realidad el partido. Cada diez minutos, como un reloj, caía un gol del Madrid. Primero, como ya está dicho, Higuaín. Después Cristiano. Luego Benzema. Todos con una facilidad inusitada, porque no había presión ni buena colocación en el campo. Y cuando parecía que todos los jugadores del Real Madrid iban a querer cobrarse su gol ante tan paupérrimo rival, resulta que los goleadores quisieron repetir. Lo lograron Benzema y Cristiano. Que sí, que son muy buenos, que van a ganar la Liga y que si no hay nada raro jugarán la semifinal de la Champions y puede que la final. Pero la diferencia la marcó el abatimiento generalizado de la Real y la confusión con la que jugó en el Bernabéu. Una defensa de cinco a treinta o cuarenta metros de la portería de Bravo parece un claro suicidio ante un equipo como el Madrid. Abandonar a Agirretxe a su suerte sin apenas apoyos ofensivos, dado que eran los extremos los que se incrustaban atrás y no los laterales los que ayudaban arriba, era una bofetada a cualquier intento de hacer algo en un campo así (en una ocasión, Mikel González llegó a comandar, saliendo desde atrás, una jugada de ataque sólo con Agirretxe). No es que no saliera nada. Es que no se veía qué podía salir bien.
Ya con el 3-0 en el marcador, y habiendo anotado sólo aquel disparo de Agirretxe, Xabi Prieto hizo el 3-1. El 10 realista, junto con Griezmann, fue objeto de la segunda rareza de Montanier en el planteamiento del partido, cambiar de banda a sus extremos, colocando a Prieto en la izquierda sin que eso tuviera ningún efecto en particular sobre el juego. A saber qué se pretendía con ese movimiento de pizarra, porque ni Marcelo ni Arbeloa sufrieron lo más mínimo con esa disposición en el campo de los realistas. Sin embargo, Xabi se sacó un buen zapatazo, uno de los pocos detalles de interés que mostró la Real, que se convirtió en gol gracias a que el indultado Sergio Ramos peinó el balón y lo colocó en la escuadra. No es mal castigo para la negiglencia del Comité de Competición, ese que nunca encuentra irregularidades en las actas que se redactan contra la Real por muy despegadas de la realidad que estén. Pero fue un castigo tan leve que no tuvo incidencia de ningún tipo. Ni en el resultado final ni en el desarrollo entonces del partido. Igual algún iluso pensó que se abría alguna posibilidad de remontar o, siquiera, inquietar al Madrid, pero no la hubo nunca.
La lesión de Mikel González fue el reconocimiento del error táctico de Montanier. Puede que en condiciones normales el primer cambio del francés hubiera llegado en el minuto habitual, el 70, pero el tirón que sufrió el central realista le obligó a mover el banquillo antes del descanso, aunque ya con 3-1. Y Montanier escogió a Zurutuza, devolviendo al equipo a un dibujo más normal. No podía ya cambiar nada, pero lo cierto es que con el de Rochefort en el campo la Real se movió con más comodidad en el césped del Bernabéu. Decir eso es evidenciar algo superfluo, porque el partido estaba ganado y el Madrid estaba ya sesteando a la espera de más goles que engrosaran la paliza y destrozaran un poco más la ilusión del seguidor txuri urdin. En los diez primeros minutos de la segunda mitad hizo dos más y ahí se quedó todo. Comenzó el tiempo de los homenajes. Que si quito a Benzema para que se lleve la ovación del público, que si sacó al canterano para que ese sí disfrute, que si "hola gallinero", que si "Guardiola marción" y, sí, que si "a Segunda, a Segunda". La humillación adquirió tintes dramáticos y hay que decir claramente que la responsabilidad no estuvo en del todo en la galaxia madridista sino en lo que hizo la Real.
Tras el quinto gol, Montanier colocó a Vela por Agirretxe y después se autohomenajeó esperando hasta el minuto 73 para poner a Pardo en el campo, sustituyendo a Cadamuro y acabando el partido, por si faltaba algún detalle vergonzante más, con Xabi Prieto como lateral derecho. No sé de qué manera crece un jugador de 19 años disputando los 17 minutos de la basura en un encuentro decidido, en el que el Madrid ya no está haciendo nada más que aplaudir a los suyos y la Real esperar resignada a que acabe el suplicio, pero el chaval, que es muy bueno, lo intentó todo. No creo que nadie corriera y sufriera más que él en esos minutos finales. Por el camino, por supuesto, queda otra arbitraje calamitoso del que nadie hablará por culpa del contundente resultado, pero Arbeloa cometió penalti sobre Agirretxe, Marcelo pudo hacer lo mismo con Cadamuro (en una de sus escasísimas subidas por banda, destrozado como estaba en defensa por todo el ataque local) y Xabi Alonso tuvo que haber visto la segunda tarjeta amarilla. Turienzo pareció empezar su horrenda labor con el objetivo de molestar al Madrid, incluyendo un fuera de juego inexistente que llevaba camino de ser entonces el 2-0, hasta acabar mostrando poca misericordia con la Real. Lo de siempre.
Lo malo de perder 5-1 en el Bernabéu no es la derrota en sí misma, sino que se asuma que es algo normal. Para mí es otro hachazo más a la ilusión, otro más que sumar a los vividos en Zaragoza, en Granada, en Vallecas, en Mallorca, en Bilbao, en Anoeta ante Real Madrid, Athletic, Atlético de Madrid o Levante. Es el enésimo hachazo y no sé cuántos más hay que soportar antes de rendirnos a la evidencia de que la Real es un equipo insulso, sin plan A y sin plan B, que recorta considerablemente la capacidad de sus propios jugadores, responsabilidad de un entrenador que desconoce dónde están los límites de sus jugadores (los límites por arriba y por abajo) y que no es capaz de entender las dinámicas más elementales del fútbol. En una temporada en la que equipos como el Levante, el Rayo, el Osasuna o incluso ya el Getafe (ese que con tan poca cosa derrotó a los realistas hace una semana) están continuamente hablando de sus opciones de ir a Europa, un bicampeón histórico de la Liga como la Real, que presume de tener ahora mismo una de las mejores hornadas de canteranos de las tres últimas décadas, acumula naufragios que no encuentran explicaciones lógicas. Contra el Rayo, ahora, una final. Y si no se gana igual ese sufrimiento que pensábamos que no íbamos a tener se instala ya de forma irremediable en Anoeta y en sus gentes. Gracias a ridículos como el del Bernabéu, que nadie dude de eso.
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