Montanier ofreció una muestra más de que no es partidario de seguir algunas de esas dinámicas del fútbol no escritas pero al mismo tiempo infalibles. Agirretxe recuperó el olfato goleador ante el Mallorca después de tres meses sin marcar, y el técnico le premió con el banquillo en San Mamés, donde se tiraron 45 minutos a la basyura. La pasada semana hizo dos ante el Zaragoza, y de nuevo se quedó sin sitio para jugar en Getafe. No habría jugado ni un minuto de no mediar el autogol que condenó a la Real. En muchas de sus jugadas se echó de menos un nueve. El otro de la plantilla, Llorente, lo vio por la tele. Pero si de ausencias hay que hablar, es inevitable volver a mencionar a Rubén Pardo, otro que pagó una gran actuación, la que protagonizó ante el Sevilla, no ya con el banquillo sino con un ostracismo inexplicable. Ayer él estaba jugando un partido de Segunda B cuando el centro del campo de la Real fue infinitamente superior al del Getafe. A uno se le pone la piel de gallina pensando en lo que podría haber hecho Pardo de haber viajado con el equipo, bien para ser titular o bien para sustituir a Markel Bergara se marchó lesionado poco más allá de los diez minutos de encuentro.
Markel, de hecho, fue la sorpresa que se guardó Montanier para el once titular, dejando en el banquillo a Aranburu. Puestos a rotar, casi era más esperable que el capitán descansara el miércoles, en el partido como local, para tirar de galones y veteranía en Getafe, donde bien es verdad que el año pasado anotó dos goles saliendo desde el banquillo. El caso es que la apuesta no tuvo tiempo de cuajar por la lesión de Markel, y no hubo minutos suficientes para comprobar si el claro dominio realista en la zona central del juego había comenzado ya o tuvo mucho que ver con la entrada de un notable Elustondo en el campo. Con ciertas intermitencias y algún pequeño error que desembocó en robos de balón del Getafe, pero Illarramendi, Elustondo y Zurutuza, bien ayudados por Xabi Prieto, camparon a sus anchas por el verde del Alfonso Pérez, superando con mucho a la media local. Por eso, una vez visto el encuentro, no dejo de imaginarme a Pardo ahí. Y viendo que muchas de las ocasiones de la Real llegaron de pases largos de Iñigo Martínez, no puedo más que echar en falta los cambios de juego de ese canterano al que sí le miramos la edad y con el que no somos tan valientes.
A pesar de todas las concesiones, habituales ya por otra parte, la Real debió irse al descanso con ventaja. En la portería más alejada de los seguidores realistas, que acudieron por cientos a Getafe, Illarramendi debió marcar aprovechando un despeje de Moyá a los pies de Vela, que buscaba precisamente un envío largo de Iñigo Martínez. Después fue Zurutuza el que tuvo dos claras opciones, la primera de cabeza a centro de Griezmann y la segunda tras un buen robo de balón protagonizado por él mismo. Lo malo del de Rochefort sigue estando en su ausencia de instinto goleador. Cuando Moyá había rendido ya su palo, él busco un centro que cortó la defensa, frustrando así una clarísima ocasión. En la siguiente jugada, fue Griezmann quien estuvo cerca del gol, pero su disparo se fue a corner. Los corners, por cierto, merecen capítulo aparte. No sé qué clase de análisis se hace en Zubieta para pensar que los gilicorners funcionan, pero lo cierto es que la Real no es capaz de generar peligro casi nunca cuando los saca en corto. Uno que colgó al área encontró rematador y casi la única parada de Moyá en el partido. Por lo visto, seguiremos sufriendo en este aspecto del juego.
El Getafe, sobrepasado sin necesidad de que la Real bordara el fútbol, sólo uvo una ocasión de gol digna de mención. La más clara de los primeros 45 minutos, todo hay que decirlo, porque Miku se quedó solo delante de Bravo, pero hizo un disparo horrible, elevadísimo, con todo a favor y, aunque en directo pareció fuera de juego, en posición correcta. El 0-0 al descanso no hizo justicia a los méritos de la Real, pero lo cierto es que el equipo de Montanier tampoco probó en exceso a Moyá. Y eso, en fútbol, es vital, aunque este equipo se haya olvidado de que lo que hay que hacer siempre es probar al portero rival. La segunda parte comenzó con un ligero cambio de escenario. El Getafe, probablemente por aquello de jugar en casa, estiró líneas y buscó la victoria, sin un ánimo arrolador y con menos fútbol, pero la buscó con más decisión que en la primera mitad. La gasolina le duró diez minutos, que fue lo que tardó el centro del campo de la Real en tomar de nuevo el mando y encontrar, ahora sí y a diferencia del primer acto, más apoyo de los laterales. Cadamuro tuvo un pequeño agujero atrás en la primera mitad y Estrada estuvo muy fallón en los centros, pero la presencia de los laterales es siempre agradecida en el juego de este equipo.
Cuando la Real cogió de nuevo el timón es cuando Montanier tendría que haber hecho los cambios, mostrar la ambición que requería un partido que, como dijo Luis García del duelo entre estos dos equipos en Anoeta, estaba para ganar. En esos minutos fue Vela quien más cerca estuvo del gol. El mexicano estuvo bastante impreciso, pero eso parece ser de nuevo consecuencia de que fue quien durante más tiempo ocupó la posición del nueve, esa en la que ya corrió el riesgo de perderse durante la primera vuelta y en especial durante la nefasta racha de ocho jornadas sin ganar. Casi como si fuera una fórmula matemática, Montanier no introdujo su primer cambio hasta el minuto 71. Vela fue, precisamente, el jugador sustituido e Ifrán fue el que ingresó en el terreno de juego. El uruguayo roza ya una temporada perdida porque su entrenador no confía en él y cuando lo hace le introduce en el campo sin tiempo material para ser tan decisivo como quisiera. Si uno tarda un poco entrar en el partido, por pocos minutos que hayan transcurrido, el duelo está acabado sin que haya podido oler la pelota.
Eso se acentuó por el momento en el que llegó el gol del Getafe, el minuto 81. Güiza intentó rematar un centro desde la banda izquierda sin conseguirlo, pero molestó a Bravo (¿en el centro del campo y con dos jugadores cualesquiera no se habría pitado juego peligroso?), cuyo despeje rebotó en Iñigo Martínez y se introdujo mansamente en la portería de la Real sin que el delantero getafense celebrara la carambola. La forma en que perdió acentuó la mala suerte del equipo txuri urdin, pues Iñigo Martínez (acompañado por un Demidov notable al que, dicen, queremos vender) fue el mejor de sus jugadores en el campo madrileño. De largo. Su categoría es inmensa y la falta de ambición de este equipo, ojalá no lo sea, puede ser un empujón a que busque horizontes lejanos. Esa falta de ambición, junto a un toque de desesperación que sólo puede salir bien una vez en la vida (y que a Montanier ya le salió en Anoeta contra el Málaga, en aquel ultimátum que salvó todavía no se sabe muy bien cómo), es lo que evidenció el tercer y último cambio de la Real. Aranburu estaba preparado para saltar al campo, supongo que buscando mantener el 0-0. No llegó ni a sacar de centro la Real cuando era Agirretxe el que ya estaba sobre el campo. Qué rápido es a veces el entrenador francés. El Getafe tuvo una ocasión para hacer el 2-0, pero Bravo salió con decisión para desbaratarla.
A la desesperada sólo tuvo una opción la Real, una en la que Griezmann no llegó a cabecear con comodidad un corner peinado desde el centro del área por Agirretxe al segundo palo. Ocasión, para variar, sin remate entre los tres palos. Ifrán y Agirretxe se marcharon de Getafe casi inéditos y el equipo con cero puntos y una derrota difícil de asimilar. Habrá que esperar al cierre de la jornada para saber si la renta con los puestos de descenso se reduce de nueve a seis o siete puntos. Lo que ya se puede decir es que la Real no ambiciona nada más que lo que tiene, un lugar en mitad de la tabla en el que la mediocridad de esta Liga le permitirá terminar la temporada sin tantos sobresaltos como la pasada, en la que los equipos de abajo apretaron hasta hacer exigente la última jornada. ¿Europa? Concediendo tantas ventajas a los rivales, asumiendo que la juventud o la inexperiencia son lacras y no un empuje impagable, y con un conformismo tan evidente, ese objetivo es imposible. La Real perdió por mala suerte, sí, pero habría ganado de haberlo deseado con la misma fuerza con la que prestamos atención a estos detalles que reducen el alcance de un equipo mucho mejor de lo que muchos creen. Ahora toca Anoeta. Igual ganamos y reaparece el revanchismo hacia quienes vemos derrotas como esta de Getafe como algo asumido de antemano por el conformismo imperante.
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