Pero antes de ir con Montanier, volvamos a lo anterior. Adoro las charlas futbolísticas que tengo con mis amigos. Estos son madridistas. Y, asumo que por mí, le tienen cariño a la Real. Sé que no todo el mundo tuvo tanta suerte el sábado como yo. Sé que algunos realistas fueron insultados, en el estadio y lejos de él, sólo por mostrar públicamente su cariño a este equipo. Yo escuché en vivo cómo el Bernabéu gritaba "a Segunda, a Segunda" sin motivo alguno. Siempre he aplaudido a aquellas personas que llevan con orgullo su camiseta, y la afición de la Real lleva ya muchos años distinguiéndose por plagar de blanco y azul todo estadio en el que juega el equipo. Lejos de los estadios también hay gente que se pone la txuri urdin y sufre los insultos de los indocumentados. Si todo esto no se denuncia, corremos el riesgo de pasen cosas más graves. Y, como afición, no nos lo merecemos. Sobre esto habría que reflexionar mucho, porque al final pagamos los aficionados normales, los que sólo queremos animar a la Real y disfrutar de la vida. Somos nostoros los que sufrimos insultos y, en el peor de los casos, agresiones. Y todo queda en silencio.
También habría que reflexionar si esto forma parte de que, por mucho que nos duela reconocerlo, la Real hoy no sea nadie en el mundo del fútbol. No lo es. Y me duele escribirlo, sí. Llegamos al Bernabéu con la sensación de que eran los madridistas y no los realistas los que estaban siendo continuamente atracados por los árbitros, cuando tenemos mucho por lo que alzar la voz. Turienzo pudo pitar dos penaltis en contra del Madrid y expulsar a Xabi Alonso. ¿Lo hizo? Claro que no. Como Competición no dudó en sancionar a tres realistas e indultó a un madridista. La prensa no nos hace caso, los rivales pasan de nosotros, las aficiones de otros equipos se mofan de nosotros o directamente nos insultan. Y, como apuntaba Mikel Recalde, en el artículo que publicó el sábado en Noticias de Gipuzkoa, las causas no son deportivas sino políticas y sociales. Quizá va siendo hora de que abramos de una vez un debate más serio y analicemos las causas de este ninguneo. Porque yo miro al equipo. Miro su comportamiento. Y sólo veo una actitud ejemplar que no concuerda con la respuesta que recibe.
Volvamos aspectos más lúdicos, volvamos a Montanier. Hubo un momento del partido que conseguí fotografiar el aspecto más álgido de su planteamiento ultradefensivo. No todos los días se puede ver una línea de siete jugadores a 35 o 40 metros de la portería, habrá que reconocerle eso al francés, aunque sea muy dudoso que pueda calificarse de meritorio. Una línea de siete, insisto. Tres centrales, dos laterales y los dos extremos más cerca de la línea de banda que los laterales. Siete en línea. Y casi en el centro del campo ante un equipo tan vertiginoso y veloz como el Real Madrid. Ahí es nada. Claro, el partido acabó 5-1 y porque el Madrid no quiso que fueran más. Uno ya no sabe si Montanier es un loco o un valiente revolucionario. Lo que sí tengo claro es que no entiendo a la Real cuando la veo sobre el campo. Hay momentos de lucidez, en los que sí veo claro el objetivo, sí veo cómo estamos defendiendo los ataques rivales, sí entiendo la conexión entre los jugadores y sí sé cómo pretendemos llegar a la portería rival. Pero son tan pocas esas veces que no veo futuro a la Real por este camino.
Aquí es cuando entra en juego el entrenador que todos llevamos dentro. Yo puedo tener una opinión sobre el sistema, sobre los jugadores, sobre la actitud, sobre todo. Y puede ser completamente opuesta a la de Montanier. Es lícito e incluso saludable. Pero si después sale mi entrenador, el que sí ostenta el cargo, y me explica qué es lo que pretendía con sus decisiones, puedo llegar a entenderle por mal que haya salida la puesta en práctica de dichos planteamientos. Con Montanier eso no sucede. Escuchar una rueda de prensa del francés es sobrecargar de tópicos un mundo ya saturado de frases hechas y lugares comunes. No me satisfacen sus explicaciones ni antes ni después de los partidos. Y eso hace preguntarme cómo serán las que da en el interior del vestuario, esas que no se llegan nunca a saber a tiempo de poner el grito en el cielo cuando la situación lo requiere. ¿La situación actual lo requiere? Francamente, creo que sí. Demasiados días desilusionantes. Cuando el mensaje era que íbamos a crecer, estamos viviendo una temporada demasiado triste como para no pensar así.
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