En este punto de la temporada, es todavía posible que la Real logre algún objetivo importante. Lo escribo y me cuesta creerlo. Parece mentira después de todo lo que ha sucedido, pero sigue siendo posible. El equipo está a cinco puntos de los puestos europeos, por lo que no es nada descabellado pensar que se puede llegar a ellos y culminar esta extraña temporada con un éxito. Hace siete semanas la Real era colista y hoy le saca diez puntos al equipo que ocupa esa posición. Las matemáticas no engañan y con sesenta puntos en juego sería absurdo que el equipo no pensara en que cotas mayores son posibles. Ganando al Atlético igualaría el registro de la primera vuelta de la temporada pasada, que concluyó pensando en Europa. El problema es que "ilusión" no es precisamente el término que está marcando la temporada. Han sido muchos los palos anímicos que hemos recibido. Hemos sido colistas, hemos experimentado la humillación en la Copa, hemos desperdiciado partidos tan bonitos como el derbi o el duelo ante el Real Madrid, hemos tenido al entrenador al borde del cese al menos en dos ocasiones.
Todo eso contribuye al cansancio anímico que agrava las crisis. Pero el caso es que el equipo da dos buenas noticias seguidas y ahí estamos ilusionados de nuevo. Cuando vienen mal dadas, sale mucha gente dispuesta a aniquilarlo todo, incluso lo que se hace bien, y eso también lo he lamentado muchas veces. Pero cuando hay triunfos la euforia se dispara sin medida. Y no me refiero a esas posibilidades de luchar por Europa, que no he mencionado por creer en ellas tanto como por simple aplicación de las matemáticas. Me refiero a los juicios rápidos. Parece que en Mestalla la Real jugó un partidazo sin igual y tampoco es eso. Ojo, no menosprecio ganar allí. Al contrario, lo valoro mucho por ser una plaza muy complicada, ahora y a lo largo de la historia. Pero se pasa por alto que el Valencia remató como quiso los córners que tuvo, y que si llega a adelantarse en la primera mitad habríamos visto otro partido. Se minimiza el efecto del once que sacó Emery, a todas luces suplente y en muchos casos decepcionante. Y se olvida que la Real no entró bien al partido, como de costumbre, y convirtió en gol su primer tiro a puerta, suerte que no suele acontecer en esto del fútbol.
La Real, en todo caso, no estuvo mal en Valencia, y hay signos de que se hacen unas cuantas cosas bien. No las suficientes como para mirar con relajación los puestos de abajo, pero unas cuantas. Y es que equipo hay, sigo convencido de ello. Pero conviene no olvidar que los varapalos han marcado ya esta temporada. Ese fenómeno de estar viviendo en una montaña rusa emocional es una constante a lo largo de los últimos tiempos y no hay que irse muy lejos en el tiempo para comprobarlo, pues casi existía el convencimiento de que disputar la final de la Copa del Rey era casi un hecho después del 2-0 al Mallorca del partido de ida de octavos. No hay nada que quiera más que ilusionarme de nuevo con la Real, pero ahora tengo que reconocer que me cuesta. Y no sólo por lo de Mallorca, no, que para mí el problema de este club es más profundo que una derrota, por muy dolorosa que pueda ser. Aunque entenderé a quien se quiera ilusionar, yo ahora mismo sólo tengo en mente que esta temporada de altibajos nos deje más cerca de los de arriba que de los de abajo. Ojalá el equipo me desmienta.
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