Siempre he defendido el enorme valor de la Copa del Rey. No sólo da una plaza para competir en Europa, sino que, sobre todo, te convierte en campeón con mucha más facilidad que luchando durante 38 jornadas. Hoy, además, la Liga es un imposible para 18 equipos de Primera y la Copa, en cambio, no. Llevo 23 años bebiendo con amargura aceite de ricino cada vez que la Copa mandaba a la Real a niveles mediocres, con actuaciones normalmente vergonzosas y eliminaciones más que seguras. Algún pequeño momento de gloria, como aquel 4-1 al Real Madrid en 1993 o incluso la eliminación del Zaragoza en Anoeta en 2008 cuando ambos transitábamos por la Segunda División. Después del sorteo celebrado hoy, veo que 2012, el año en el que se cumplen el 25º aniversario del título de Copa logrado en Zaragoza, aquella noche en la que Arconada detuvo el penalti decisivo, nos ofrece una oportunidad de oro para seguir soñando con este torneo.
No estoy diciendo, ni mucho menos, que la Real tenga un camino fácil hasta la final. No tiene nada que ver, por ejemplo, con el nivel de los rivales que tuvo que eliminar el conjunto txuri urdin en su trayecto hacia el título de 1987. Entonces jugó contra Baskonia, Montijo, Villarreal, Eibar, Mallorca Atlético y Athletic de Bilbao, el único equipo de Primera y ya en semifinales. Ahora, previsiblemente, sus obstáculos antes de una soñada final serían Mallorca, Athletic de Bilbao y Espanyol o Racing, quedando para la final el Madrid o el Barcelona que se enfrentan en cuartos. Y todo ello sin contar con las siempre inevitables sorpresas en la Copa que podrían colocarnos a un rival de inferior categoría en cuartos o semifinales, o, insisto en que soñar es gratis, otro distinto de los dos grandes en la final. Pero es que los siete primeros clasificados de la Liga van por el otro lado del cuadro. Sólo jugarían contra la Real en una final. Es por ello que hay una buena oportunidad de hacer historia, negarlo sería una estupidez. Y lo digo sin dejarme llevar por la euforia tras haber eliminado a un equipo de Primera 23 años después del anterior. En absoluto. Lo digo mirando el calendario y el potencial de la Real.
Pero tengo mis dudas, que proceden en su mayor parte del partido que planteó Montanier en Granada. Todavía no me lo puedo creer, no consigo quitármelo de la cabeza y, por supuesto, no encuentro una explicación coherente a lo que vi. No me sorprendió, porque en realidad forma parte de la rutina en la que estamos metidos desde que el francés es entrenador de la Real. Pero no me gusta porque mina mi confianza en el equipo. Entiendo que también la de otros muchos. Y me temo que incluso la de algunos jugadores. Muchos años he apostado con una amiga a que eliminaríamos por fin a un Primera. Este año no lo hice y le explique que era, ni más ni menos, que porque no podía tener claro cómo iba a afrontar Montanier la primera eliminatoria ante el Granada. Después de la ida, el mejor partido de la temporada, pensé que me había equivocado esquivando la apuesta. Después del partido de vuelta, lamenté que mis razones siguieran vigentes. Montanier ve escenarios tan extraños a la hora de preparar los partidos y los afronta tan mal que es imposible saber qué Real nos vamos a encontrar en el doble duelo contra el Mallorca del próximo mes. Y así es imposible saber si aspiramos a ganar el título.
Como contra el Granada en dieciseisavos, jugaremos la ida de los octavos contra el Mallorca en Anoeta. Y dado el nivel de confusión y sorpresa que reina sobre las decisiones de Montanier, no me atrevo a decir si eso es bueno o malo, como tampoco sé decir si afectará positiva o negativamente jugar en casa la vuelta de unos hipotéticos cuartos o semifinales (eso es lo que entiendo del cuadro que se ha publicado, no puedo estar seguro de que sea así porque sólo se informa del Real Madrid y del Barcelona, de ese ya previsto enésimo duelo del siglo en cuartos de final, que tendrá su segundo acto en el Camp Nou). Es que no lo sé. No sé qué esperar de la Real. Y eso es exactamente lo que me angustia esta temporada. En otras condiciones, tanto cambio y tanto movimiento novedoso podría ser positivo, porque los rivales no sabrían por dónde esperarnos. Pero es justo al contrario. Todo eso hace que la Real no sepa en realidad lo que hace, a qué juega, qué pretende. No lo supo en Zaragoza, en Granada, en Vallecas, en Sevilla, en casa contra el Madrid o el Getafe, en la primera parte contra Barcelona y Athletic.
Y ahora es cuando más maldigo esa mala racha de ocho partidos sin ganar en la que nos sumió esa ristra de decisiones incoherentes y equivocadas. Si la Real hubiera sumado en aquellos encuentros tres o cuatro puntos más, nada del otro mundo viendo los rivales que tuvo y el nivel que exhibieron, ahora podría haberse centrado en la Copa del Rey hasta el próximo 8 de febrero, fecha de la vuelta de las semifinales. Podría haber puesto toda la carne en el asador para tratar de hacer historia una vez en la competición del KO y dejar un poco de lado los partidos de Liga. Pero no puede hacerlo. No tiene ese margen de maniobra porque el descenso está a dos puntos. Y si superara todas eliminatorias, tendría que alternar esos partidos con los viajes a Mestalla y Nou Camp y las visitas a Anoeta de Osasuna, Atlético y Sporing. Cualquier pinchazo en casa, dado que no confío en que Montanier plantee partidos para ganar en campos como los que visitaremos, puede devolvernos a los puestos de descenso con facilidad. Conjugar eso con una eliminación copera, y ya veremos si ésta puede tener además cierto grado de trauma (como lo habría tenido caer en Granada, y no estuvimos tan lejos), ofrecería un escenario complicado para luchar por la permanencia.
Se lo pida a Papá Noel, a los Reyes Magos o al Olentzero, tengo claro cuál es el regalo que quiero para estas Navidades. Sentido común para Montanier. Con eso nos irá bien porque, siempre insistiré en ello, tenemos buenos jugadores. Y con una pizca de suerte, igual es más que bien. En cualquier caso, feliz Navidad para todos los que tenéis el corazón txuri urdin.
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