La primera vez que vi a la Real en el Santiago Bernabéu fue cuando aquel equipo de los Arconada, Górriz, Gajate, Zamora, Bakero y Begiristain salió aplaudido por la parroquia madridista después de endosar a los blancos un maravilloso 0-4 en las semifinales de la Copa del Rey. Dado que la Real ha ganado muy pocas veces allí, supongo que mucha gente tendrá la tentación de no creerme si les digo que mi segunda visita, la primera en Liga, acabó también con victoria txuri urdin, 0-2 en la temporada 93-94. El jugadón de Alkiza en el centro del campo para el maravilloso desmarque de Kodro y el gol de Imanol en el descuento. Y rizando aún más el rizo de lo imposible, mi tercera visita fue un empate a cero, en un día en el que Kodro y Zamora luchaban por el Pichichi que finalmente se llevó el chileno. Mis tres primeras veces, canté seis goles de la Real y no vi ninguno del Real Madrid. Después de aquella última, yo era un chaval de 16 años que se sentía invencible en el campo de aquel equipo que me contaban ya tenía cinco Copas de Europa y era uno de los más temibles no sólo de España sino del mundo. Pero a mí no me había ganado.
Por supuesto, luego vi derrotas. Pero como no sólo de victorias vive el aficionado, no son éstos los únicos recuerdos maravillosos que tengo del Bernabéu. Yo vi ante el Real Madrid y en su estadio cómo la Real de Alberto, Idiakez, Karpin y De Pedro le levantó un 2-0 a los merengues en siete minutos, en la temporada 1995-1996, sólo para acabar derrotada por la cobardía de un árbitro que señaló el oportuno penalti para los locales antes de llegar al final. Me emocionó el vuelo de Kovacevic en el siguiente partido en Chamartín, para anotar un sensacional gol de cabeza, aunque después la Real saliera goleada. Recuerdo a Pikabea marcar un gol con el hombro en la temporada 1999-2000 para conseguir un valioso empate. O a Mark González en la 2005-2006 para hacer lo propio en la 2005-2006. Vi a once jugadores con el nombre de Aitor Zabaleta en la espalda disputando el partido hasta el final, con orgullo, pese a perder por 3-2 en la Liga 1998-1999, con dos goles de Darko, bestia negra de los blancos. He vivido un hat trick de Xabi Prieto, y una memorable actuación suya con el número 26, en el 1-4 de la campaña 2003-2004 Y vi uno de los mejores partidos que recuerdo a la Real como visitante, el increíble 0-0 de la 2002-2003.
Tengamos en cuenta estos recuerdos y que he visto desde un asiento del Santiago Bernabéu tres de las cinco victorias que ha conseguido la Real en ese imponente estadio (en la semifinal de los pitos de 1951 no había nacido y sólo me perdí el 2-3 de la temporada 1990-1991 de las que podría haber visto por edad). Tengamos en cuenta que he visto portando la camiseta del Real Madrid a siete jugadores que han ganado el Balón de Oro (Ronaldo, Zidane, Figo, Owen, Cannavaro, Kaká y Cristiano Ronaldo), que he visto a la Quinta del Buitre, a incontables internacionales con la selección española y con las más potentes selecciones de todo el planeta, incluso a once campeones del mundo de selecciones. Y tengamos en cuenta que en la portería local he visto a tipos como Iker Casillas, Illgner o Buyo. ¿Esta todo eso claro? Porque lo que vengo a decir es que la Real, aún perdiendo casi siempre en el Bernabéu, solía competir ahí. A veces ganaba o empataba, la mayoría de las veces perdía. Y, sin pretender que se entienda que el Madrid no tiene ahora uno de los mejores equipos de su Historia, lo hacía contra jugadores de una calidad extraordinaria que, como poco, nada tenían que envidiar a estos.
Así que vamos a dejarnos ya de mitos y excusas baratas. A la Real jamás se le va a exigir ganar en el Bernabéu. Auténticas leyendas realistas se retiraron sin saber lo que era eso. Pero esas mismas leyendas daban la cara. Los justificados enfados de los realistas vienen porque eso ya no sucede. Ahora la Real salta al césped del Bernabéu pero es como si no lo hiciera. En realidad, peor que si lo hiciera. Porque lo que enseña es lamentable y vergonzoso. Perder no, pero ésto sí. No competir es vergonzoso. Asumir una derrota antes de jugar es vergonzoso. Es tristísimo estar toda la semana hablando de que se puede ganar en el Bernabéu para que después el madrdismo vea semejante caricatura de equipo y los realistas tengamos que salir de ese estadio con el rabo entre las piernas y rumiando cada uno a nuestra manera la enésima derrota, una nueva goleada, otro día triste. Basta ya de explicaciones tópicas y manidas. Ya sé que el Real Madrid es muy bueno. Ya sé que es muy difícil ganar en el Bernabéu. No es eso lo que se le exige a la Real. Se exige orgullo y respeto por su escudo. Y yo eso no lo vi el pasado sábado. Ni en las últimas visitas.
Mis tres primeras veces no fueron un espejismo. Sé que no. Sí fueron una afortunada coincidencia, porque es dificilísimo encadenar tres resultados positivos en el Bernabéu. Eso es así. Lo que no puede ser es que la Real asuma una inferioridad tan lastimosa que no se corresponde ni con el potencial que, aún con sus elementos a mejorar, tenía el equipo que presentó ayer Jagoba Arrasate, ni con la historia de este club. Por ejemplo, en esos 19 partidos que he visto en el Bernabéu, encadené cinco derrotas consecutivas después de esas tres primeras veces, entre las temporadas 1995-1996 y 2000-2001. 3-2, 6-1, 2-0, 3-2 y 4-0. Todas aquellas derrotas, incluso las más abultadas, fueron infinitamente más honrosas que las cuatro que ya he encadenado desde el regreso a Primera. Con la Real en Segunda, me pasé tres años pasando por delante del Bernabéu mirándolo con melancolía. Echaba de menos a la Real allí. Ahora, cuando toca volver a ver a los míos, me acerco siempre ilusionado. Eso siempre. Y después del partido, salgo abatido por lo que he visto. Y lo peor es que no entiendo las causas. No me importa perder, pero hacerlo así es una puñalada directa a mi corazón txuri urdin. ¿El año que viene? Volveré a apostar por la victoria de la Real. ¿Me llevaré otra bofetada?
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