Montanier saluda a la afición en Pamplona. |
El de Philippe Montanier ha sido uno de los nombres de la temporada por motivos muy diversos. Estuvo al borde del cese y escuchó gritos de "Montanier dimisión", pero dejará el club con una oferta de renovación sobre la mesa y con el beneplácito mayoritario de los aficionados. La pregunta, y todo un debate que se ha extendido a lo largo de toda la temporada, es qué papel ha tenido él en el crecimiento de la Real hasta su regreso a las competiciones europeas diez años después. El acuerdo en ese debate, siquiera un consenso amplio, parece imposible. Habrá quien piense que es un gran entrenador, responsable primordial de que la Real haya ofrecido grandes tardes de fútbol y de su posición final en la clasificación. Y habrá quien piense que todo el mérito es de los jugadores y que el técnico es simplemente la persona que ha dispuesto el destino para sentarse en el banquillo en el momento de su explosión. Unos y otros sí podrán estar de acuerdo en una cosa: Montanier ha sido en la Real un hombre con suerte.
Y para constatar esa definición no hace falta recordar las grandes y a veces milagrosas victorias de su equipo cuando la guillotina estaba a punto de caer sobre su cuello, como el gol de Iñigo Martínez de la pasada temporada en el Benito Villamarín o la victoria en Málaga de la Liga que acaba de finalizar, con el equipo bordeando los puestos de descenso. Él mismo evidenció en varias declaraciones públicas que no esperaba en absoluto el resultado de esta temporada. Justo antes de arrancar la campaña, proclamó que no entendía la euforia de la afición, cuando el final demostró que había motivos de sobra para sentirla. No fue ésta la única frase que le delató. Una incluso más significativa llegó tras el decepcionante empate en Anoeta ante el Deportivo de la Coruña, cuando dijo que estaba contento por cerrar la primera vuelta con 26 puntos, los mismos que sumó en la segunda de la campaña anterior, porque demostraba una regularidad del equipo. Con la victoria en Vallecas en la segunda vuelta, con siete partidos por delante, ya había pulverizado ese registro de regularidad y con esos regulares 52 puntos, no habría llegado a Europa. Antes de jugar contra el Valencia recalcó que la plantilla no se había planificado para estos logros. ¿Y cuándo ha sido así en la Real?
Pensativo, en Getafe. |
Una más. Después de la ya mítica victoria ante el Barcelona, aseguró que él no había cambiado nada, que su apuesta seguía siendo la misma. Esa frase esconde lo que sí sucedió, una transformación bastante importante de muchas cosas. La esencial, el esquema de juego. Cuando llegó a la Real apostó por el 4-3-3, y acabó cediendo al más habitual por estas lides 4-2-3-1. Mantenía a Illarra alejado del pivote, y cuando retrasó su posición es cuando se convirtió en el mejor mediocentro de la Liga. A Agirretxe le condenaba al banquillo en muchos partidos pensando en el rival y apostaba por Vela como un siempre fallido falso 9, y eso también lo tuvo que corregir. Cuando los laterales dejaron de encontraron un freno en los tres mediocampistas, hicieron crecer al equipo con su arrojo y poderío físico. E incluso, por citar un acierto en sus cambios que prácticamente nadie le había reclamado y que sí se convirtió en una de las claves del excepcional rendimiento, descubrió a Xabi Prieto como mediapunta y así dejó a Vela libertad para buscar la portería desde la banda derecha, sin duda su gran acierto táctico de la temporada aunque en el caso del capitán tardara mucho en ser efectivo.
A pesar de que el grado de sentido común que Montanier ha aplicado en su trabajo es bastante superior al que mostró en la primera temporada, del nuevo fracaso copero que cosechó el equipo en esta su segunda tentativa (olvidado ya en junio, pero que procede recordar al resumir toda la temporada) y al margen del resultadismo que implicaría calificar su trabajo como excepcional cuando acaba con el equipo en Europa y de mediocre cuando lo deja en mitad de la tabla, lo cierto es que su labor ha sembrado dudas, y el entorno realista las ha hecho notar en todos los niveles, desde el propio club al aficionado de a pie, pasando por los medios. Algunas de esas dudas han sido muy evidentes, como su en demasiadas ocasiones equivocada lectura de los partidos cuando la pizarra inicial ya no cuenta o la inexplicable tardanza en hacer cambios, lo que da una increíble ventaja a los rivales para adaptarse a las circunstancias de juego, habiendo sido no pocos los entrenadores que han sabido sacar partido. Eso ha perdurada hasta el último de sus partidos. También ha sido evidente la falta de ambición que ha transmitido a los jugadores en algunos choques asequibles sobre el papel, como el jugado en Granada, con sus cambios (Granada en Anoeta) o incluso con la alineación inicial (Pamplona), en etapas de dudas o ya en la de ilusión europea.
Dando instrucciones en Anoeta, ante el Valencia. |
También ha dejado dudas con su gestión de algunos jugadores. No hay nada que recriminar a que opte por un grupo más o menos cerrado de efectivos, catorce o a lo sumo quince escogidos en los que recae el grueso de los minutos. Pero ha llevado esa máxima a extremos difícilmente comprensibles, señalando incluso a algunos jugadores. Hablar de su errónea gestión de Pardo es una evidencia. Sólo pareció contar cuando no quedaba más remedio y Montanier le negó el papel que tuvo en el crecimiento futbolístico del equipo. José Ángel, al margen de la gran campaña de De la Bella, ha sido un jugador desperdiciado, más incluso asumiendo que fue uno de los motivos de la euforia veraniega que el técnico no entendió. Lo mismo se puede decir de Ifrán o Ros, señalado desde la eliminación copera contra el Córdoba. Incluso Carlos Martínez sufrió un ostracismo no explicado en el arranque de la temporada y Agirretxe desapareció de las alineaciones durante dos meses, en los que incluso se llegó a especular con el deseo de Montanier de traer un delantero en el mercado de invierno que habría estado por delante de él y de Ifrán. El Sanse no ha contado en absoluto y han sido muchos los partidos en los que se han sentado jugadores en el banquillo con los que o bien no contaba por preferencias personales o bien no podía contar por molestias o lesiones. Demasiadas ventajas al rival.
Y aún así, la Real vuelve a Europa, y lo hace por la puerta grande. No se trata de negar el papel de Montanier en el fútbol del equipo, como muchas veces se ha querido interpretar de las muchas y razonables críticas que se le han hecho al entrenador txuri urdin. Obviamente, cuando llegó a la Real su apuesta pretendía ser la que ahora estamos viendo, un fútbol ofensivo, de toque, incisivo en ataque, con total movilidad de sus jugadores ofensivos y preferentemente dominando la posesión del balón. Y más obvio todavía, si forma parte del equipo, forma parte del éxito. Pero es también evidente que ha tardado año y medio en encontrar la mejor fórmula para practicar ese fútbol, dejando un pasado que no se puede borrar de un plumazo. Incluso con esa fórmula hallada, el técnico francés ha seguido incidiendo en algunos de los errores que le colocaron al borde de la destitución, y eso es lo que hace pensar que Montanier ha tenido la fortuna de dirigir una plantilla que está por encima de sus posibilidades personales, que le ha permitido hacer un cursillo acelerado sobre lo que supone dirigir a un equipo de alto nivel en una Liga importante a la que no llegó preparado. Lo que ha enseñado hace que no esté claro que salga de San Sebastián con la lección aprendida, pero eso lo demostrará ya lejos de la Real.
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