Con el cuerpo de funeral que nos está dejando la Real en las últimas semanas, llega el día de difuntos. Y hoy me acuerdo especialmente de dos de esas personas que han dejado huella en el conjunto txuri urdin y que ya no están entre nosotros. Genaro Celayeta y José Luis Orbegozo. Me acuerdo de ellos porque nos dejaron cuando la Real estaba todavía en Segunda División. Puede parecer una tontería, ya que lo más importante para sus personas queridas eran Genaro y José Luis, no el lateral de aquella Real campeona y el presidente en la época más gloriosa del club realista, pero siempre he pensado que para ellos tuvo que ser duro dejarnos con la Real en el pozo de la Segunda División. Ellos, que tanto quisieron a este equipo y que tanto hicieron por convertirlo en un grande, tienen un último recuerdo triste. Espero que desde donde estén pudieran ver el ascenso, espero que sigan viendo los triunfos del equipo.
Insisto, puede parecer una tontería, y no quiero parecer agorero ni macabro, pero todos nosotros vamos a tener algún día un último partido de la Real, un último recuerdo teñido de blanco y azul con el que nos iremos a la tumba. Todos nos vamos a marchar de este mundo en algún momento y, si tenemos el corazón txuri urdin, seguro que, entre el recuerdo y el cariño a las personas que realmente nos importan, dedicaremos alguno de nuestros últimos pensamientos a la Real. En lo bien o lo mal que lo hizo el último día, en el aplauso que nos arranca la jugada o el gol de tal jugador, en la pifia que hizo ese tuercebotas que no entendemos cómo puede estar vistiendo la camiseta realista. Ya sabéis, el fútbol no es una cuestión de vida o muerte, sino algo mucho más importante. Y la Real es incluso más importante que el fútbol.
En el fondo, eso es lo que más me enfada de dar la imagen que se dio el sábado. Hasta ocho días después, la Real no volverá a saltar a un terreno de juego. Asumo que los profesionales quieren ganar siempre y que toman sus decisiones en base a ese objetivo. Pero lo que no sé si asumen es lo que pensamos, sentimos y sufrimos todos los que de verdad llevamos el blanco y el azul en la sangre. Todos los que semana a semana, día a día, nos sentimos orgullosos de ser de la Real. Todos los que queremos que nuestro equipo siga siendo lo que tiene que ser, el más especial de los clubes, el más humilde y el más batallador, por grandes que sean las adversidades. Esa Real no se vio el sábado. Esa Real apenas se ha visto esta temporada.
Podría despotricar aquí y ahora contra todo y contra todos, contra el entrenador, contra los jugadores, contra el director deportivo. Puede que incluso tuviera razón. Pero no lo voy a hacer. Y si no lo hago es porque sé que el domingo a media tarde me volveré a enfundar la camiseta de la Real con el mismo orgullo de siempre, con la misma ilusión que lo hice el sábado pasado. Con el mismo deseo de que la Real sea la Real, en la victoria y en la derrota. Y confiando en que, cuando se marche un realista, lo haga feliz de serlo. "El día que me muera, yo quiero mi cajón pintado de de azul y blanco, como mi corazón", dice uno de esos afortunados cánticos que calan hondo en la afición. Yo lo canto sintiendo sus palabras. Hoy más que nunca. Ganemos o perdamos.
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