La Real está en caída libre. Eso es malo. Malísimo. Pero, siendo sinceros, no es lo peor de la actual situación del conjunto txuri urdin. Lo peor es que no se ve el fondo, no se vislumbra el final de este proceso de descomposición alarmante que tiene muchos culpables en diferentes esferas del club. La Real ya está donde nunca estuvo en su primer año tras el regreso a Primera, en puestos de descenso, y lo está por propios merecimientos. Es obvio que tendríamos que tener algún punto más de los que tenemos, pero es aún más obvio el amplísimo catálogo de problemas sin resolver que afecta al equipo de Philippe Montanier, un técnico que no parece tener la más mínima idea de cómo darle la vuelta a esto y que desconcierta más a cada decisión que toma. El Rayo tampoco tuvo que esforzarse mucho para golear a la Real y hacer lo que, ahora que decir que por desgracia, no hizo el Real Madrid en Anoeta hace una semana. Lo malo es que este 4-0 tampoco será la necesaria catarsis porque el penalti y expulsión que acaba en el 1-0 y las dos tempraneras lesiones actuarán de coartadas.
Por una vez en lo que llevamos de temporada, Montanier apostó por el once más previsible. Bravo, Carlos Martínez, Demidov, Iñigo Martínez, De la Bella, Mariga, Markel Bergara, Zurutuza, Xabi Prieto, Griezmann y Vela. Pero algo flotaba ya en el ambiente porque el técnico francés puso a doce jugadores a hacer el calentamiento previo. Esos once e Illarramendi. ¿Iba a ser titular el canterano? Parece que no. Cuando al minuto y medio de partido Markel Bergara se echa al suelo y pide el cambio, cobró forma la sospecha de que el 5 no andaba bien y por eso el técnico sopesó arriesgar desde el inicio con Illarra. Sospecha solo, da igual que haya confirmación. Una lesión muscula al minuto y medio de empezar un partido ya es algo a analizar. En el minuto 10, y sin que la Real hubiera salido mal del todo al partido, éste se acabó. De la forma más sencilla. Un balón largo que De la Bella, aunque parecía tener ventaja, no acierta a cortar. El pase hacia la frontal del área antecede a un disparo que saca Bravo como puede y, antes de que el chileno pueda despejar el rebote, Iñigo Martínez agarra de la camiseta a Delibasic. Penalti, expulsión y gol.
Y así se acabó la Real. Porque es de sobra conocido que el carácter no es ya una seña de identidad del equipo txuri urdin. Carácter tiene Iñigo Martínez, pero la acción del penalti delata que además de carácter tiene juventud y bisoñez. Es, de largo, el mejor central de la plantilla, pero no es la primera vez que juega con fuego. Da la sensación de que nadie le ha advertido que se podía quemar y Vallecas le devolvió a la realidad. En una jugada así, era mil veces preferible que marcara Delibasic. Es 1-0, pero con once contra once. Hay partido. De esta manera, se acabó. Y se acabó, de nuevo hay que decirlo, por demérito de la Real. Cierto es que a este problema hubo que sumar la segunda lesión en poco más de un cuarto de hora, la de De la Bella. Cierto es que Montanier ya se había visto obligado a introducir primero a Illaramendi y luego a Estrada (como lateral izquierdo, tercera posición en la que juega este año, después de haber ocupado las dos de la banda derecha). Y cierto es que en el final de la primera mitad la Real supo mantener al Rayo cerca de su área e incluso forzando alguna jugada de peligro que, eso sí, se diluyó mucho antes de ser considerada como ocasión de gol. Pero se acabó el partido en el minuto 11.
Se acabó porque la Real no supo cambiar. Se acabó porque no quiso arriesgar. Como ante el Real Madrid, Montanier optó por mantener lo mismo que acabó la primera mitad. Hubo un momento en el que parecía que Vela, que no es y no parece que pueda llegar a ser el nueve de referencia de esta Real por mucho que se vacíe, intercambiaba su posición con Xabi Prieto, que en Segunda hizo algún buen partido como falso delantero. Pero fue eso, un espejismo. El inmovilismo presidió la disposición de la Real al inicio de la segunda mitad, sin el arriesgado tercer cambio desde el inicio y sin más baile de fichas. El Rayo tardó sólo cuatro minutos en castigar la falta de grandeza de la propuesta de la Real. Insisto, la empresa era compleja por estar perdiendo y con diez jugadores, pero defender el 1-0 no llevaba tampoco a ningún lado. Cuatro minutos tardó el Rayo en destrozar la ilusión que pudiera tener la Real de remontar en la segunda mitad. Michu se revolvió fácil, fácil en el área e hizo el segundo. Y eso que Mariga, en la primera mitad, había dado alguna muestra, dentro de su lentitud, de ser mejor central que mediocentro.
Antes de los veinte minutos de la segunda parte, cayó el tercero. De nuevo por el centro, de nuevo todo pareció muy fácil para el rival de la Real. De nuevo fue Michu. Y la gente coreando con olés los pases de Movilla, al que la grada llamaba con sorna "juvenil". En el minuto 73 llegó el cuarto, de falta directa, esta vez de Trashorras. Y para entonces el partido parecía que podría acabar en una goleada de escándalo. Eso, por cierto, es marca ya de esta Real Sociedad. El Zaragoza ganó por los goles que quiso, y fueron dos. El Madrid, lo mismo, y cometió la temeridad de dejar su cuenta sólo en uno. El Rayo pudo hacer sangre, pudo hurgar en la herida de la Real, y no lo hizo. El partido deambuló ya hasta el final. Sandoval, sancionado, pudo hacer del tramo final del partido un carrusel de homenajes y ovaciones para deleite de la parroquia vallecana, que disfrutó de lo lindo con la mayor goleada de la temporada (ya que la Real no volverá a pasar esta campaña por Vallecas, será difícil que supere el registro de hoy).
El problema de la Real no es perder 4-0. El problema de la Real es de imagen, es de sensaciones. Y una muestra es el tercer cambio de la Real. Con 3-0 en el marcador y a punto de recibir el lanzamiento de una falta en contra, Montanier decide sustituir a Griezmann para dar entrada a Mikel González. Después de haber aguantado una hora con Mariga de central, ¿qué sentido tenía esa sustitución? ¿Qué queríamos defender? ¿De verdad el mensaje era contentarnos con el 3-0? En el banquillo se quedaron sin jugar Aranburu, Llorente y Agirretxe. Penalizado en exceso por los cambios obligados, cierto, Montanier no hizo el más mínimo intento de igualar el encuentro con sus decisiones desde el banquillo. Si hace una semanas ya ardía en deseos de saber qué le está pasando por la cabeza a un jugador tan temperamental como Llorente, lo vivido hoy en Vallecas hace que ese deseo se multiplique. No se ve en los jugadores nada que invite a pensar en una reacción. En su entrenador, aún menos. Ni siquiera el lamentable arbitraje de Muñiz Fernández, casero y provocador, puede servir de excusa, pues su decisión trascendente es acertada.
La Real está en descenso. A esta hora de la noche es colista gracias a la momentánea victoria del Getafe contra el Atlético de Madrid. Y es colista porque ha encajado 18 goles. Porque ha perdido ya siete partidos. Porque lleva siete semanas sin ganar y porque ha sumado uno de los últimos 21 puntos. Pero sobre todo es colista porque no sabe cómo ejecutar las jugadas de estrategia, porque no tiene un fútbol claro (¿se puede defender un 1-0 con diez jugadores y hacer tres veces menos faltas que el rival, ocho de la Real por 24 del Rayo?), porque desaprovecha sus virtudes, porque se empequeñece ante toda adversidad, tenga ésta el tamaño que tenga, porque Montanier no está sabiendo sacar lo mejor (ni lo más regular) de sus mejores jugadores (y eso es especialmente alarmante en Prieto y Zurutuza, pero también en los dos fichajes, que lo juegan todo y que aún no han aportado absolutamente nada). Ocho puntos en once jornadas. Las cuentas empiezan a ser ya dramáticas. No se ve el fondo. Bueno, sí, sí se ve. Lo hemos vivido durante tres años. Y como no abramos los ojos, lo volveremos a ver.
(Mil gracias a mi buen amigo Juan María por facilitarme la fotografía del once inicial que encabeza esta crónica)
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