Algo debe de andar mal si estoy de mala leche después de haber ganado un partido fuera de casa con un gol tan extraordinario como el que Iñigo Martínez logró en Sevilla, un gol que no me voy a cansar nunca de ver y que no creo que debemos dejar de alabar como se merece. Pero es que llevo tres días así, de mala leche. Creo que el error que cometemos a menudo todos los que vemos un partido desde fuera es que queremos convertirnos en entrenadores. Es decir, que si el que de verdad se sienta en el banquillo no hace lo que queremos sentenciamos con mucha facilidad que se está equivocando. No sentimos normalmente la empatía suficiente con el entrenador como para ponernos en su sitio o para entender su responsabilidad. Por eso, nunca he sido resultadista. Por entendible que sea desde el punto de vista de la directiva, no me parece justo condenar a un entrenador por perder uno, dos o siete partidos. Montanier pensó el viernes que ahí estaba el problema de su situación en la Real, y lo que le sucedió el domingo en el Benito Villamarín viene a decirle que se ha equivocado. Otra vez.
Si Montanier está en el filo de la navaja no es porque la Real estuviera en puestos de descenso. Es porque prácticamente nadie entiende algunas de las decisiones que está tomando. Pero hay que ir más lejos de las sensaciones para entender el desgobierno que ahora mismo reina en la Real. Un ejemplo es lo sucedido tras el penalti que sufrió Griezmann. Resulta que el lanzador designado, en ausencia de Xabi Prieto, es Agirretxe (eso es lo que publica hoy Noticias de Gipuzkoa). Dijo Montanier que a veces quién chuta un penalti se decide por sensaciones, y estoy de acuerdo sólo en parte. Si el designado no se ve con fuerza para lanzar, entonces otro debe dar un paso al frente. Ahí entran en juego las sensaciones. Pero si el lanzador designado por el entrenador está con confianza, entonces no hay discusión posible. Si no, ¿para qué designar un lanzador? Que coja el balón quien crea que lo mete y listo. Pero las cosas no se hacen así. No creo que Agirretxe, increíblemente decisivo en Sevilla a pesar de su soledad de delantero (un gol, una asistencia, un balón al larguero y autor del disparo que provocó el paradón del partido), diera un paso atrás. La temporada pasada, Ramos se saltó esa jerarquía en el Madrid y se armó un considerable debate que incluso le llevó al banquillo. Aquí no va a pasar nada. Malo.
Mi opinión sobre Montanier empeora partido tras partido, pero no sólo la mía, sino la de gentes de dentro y de fuera de la Real, y eso es preocupante. Y eso que en Sevilla plantó un once coherente que me hizo dudar. Lo único que no terminó de gustar es que Llorente no fuera titular, pero no por el hecho de no jugar, sino más que nada porque de esta forma el técnico francés evidenciaba, una vez más, que no termina de confiar en él y que su alineación de la semana pasada era más una concesión de cara a la galería que algo hecho por convicción. Al menos, esa es la sensación que da. Y es que las críticas a Montanier van sobre eso, sobre sensaciones. La sensación en el minuto 72 es que la Real ya había ganado el partido en Sevilla, con el 0-2 marcado por Vela. Fue un partido en el que el mexicano marcó su primer gol, Griezmann (pese a la falta de confianza en el penalti) resurgió, Agirretxe batalló, el centro del campo encontró su sitio y la defensa estuvo firme y segura (partidazo de Mikel González y de Iñigo, gol aparte). A pesar de todos esos méritos, Montanier creyó que cambiarlo todo podía dar más garantías. Y ya sabemos lo que pasó. Centro del campo debilitado, defensa de cinco y dos goles en cinco minutos, ambos por el centro, marcados por un equipo que llevabas más de 600 minutos sin ver puerta.
Dicho todo esto y viendo los anteriores partidos, no creo que el entrenador esté capacitado para dar la vuelta a esta situación. Los jugadores sí, en ellos sí confío. Los jugadores ganarán partidos, incluso cuando todo se haga mal porque el fútbol es así de caprichoso. Montanier, quizá, también ganará alguno si sigue en su puesto. Pero lo que hay en el ambiente es la asunción de un fracaso del que nadie se quiere responsabilizar. Se dice, y así se ha publicado, que la Real ya tiene sustitutos para el francés y que estamos sólo a la espera de un nuevo traspiés para su cese. Eso es un error. Es tirar tiempo a la basura. Pero es que el error es mucho más profundo y se encuentra en las enigmáticas líneas que escribe Roberto Ramajo en As. Dice que el cese "resulta muy caro si no se dan unas determinadas circunstancias que esta semana no se cumplen". Lo único que ha cambiado tras el partido del Villamarín es que la Real ha salido de los puestos de descenso. ¿De verdad hay que entender que la Real ha firmado un contrato con un técnico en el que se ha incluido una cláusula que hace más costoso su despido si no estamos entre los tres últimos clasificados? ¿Esa es la confianza que se tenía en el entrenador que tenía que hacer crecer a la Real como Lasarte, según la directiva, no iba a ser capaz?
En su momento, ya dije que no me convencían los motivos por los que Aperribay y Loren decidieron que Lasarte no continuara siendo el entrenador de la Real. El voto de confianza en el nuevo entrenador ya se ha diluido por completo, cuando apenas hemos llegado al primer tercio de la Liga. Se da por hecho que en el minuto 85 del partido contra el Betis se había decidido ya cesar a Montanier, y no se ha hecho efectiva esa decisión porque un canterano de 20 años lanzó un prodigioso zapatato desde el centro del campo en el minuto 92 y entró. Si hubiera ido fuera, si Casto lo para, si el balón rebota en el larguero y no entra, Montanier habría sido cesado. Qué cosas, hemos convertido la continuidad del entrenador en una cuestión de azar. En verano echamos al entrenador sin tener recambio y ahora tenemos recambios pero no hay valor de dar el paso de echar al entrenador. Así es difícil tener claro lo que le va a suceder a esta Real, tanto como tener confianza en el futuro. El domingo estaba de mala leche, y eso que ganamos de amarillo y la derrota del Barça nos hace conservar, un año más, nuestro espectacular récord de imbatibilidad. Sigo de mala leche. Pero, además, mi desconfianza crece porque no sé si alguien tiene claro qué hacer para que no suframos esta temporada para celebrar la permanencia.
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