Lasarte ha optado por acercar su equipo lo más posible al de la semana pasada. Está claro que el uruguayo no es muy amigo de los cambios y hoy lo ha vuelto a demostrar. La baja de Aranburu, además, le allanaba el camino para repetir ideas. Mikel González volvió a la banda izquierda, una clara muestra de que los extremos del Real Madrid eran una preocupación. Y el miedo era que se repitiera lo visto en el Camp Nou. Hasta el madridismo era consciente de que si la Real era capaz de aguantar el 0-0 durante basantes minutos o incluso de adelantarse en el marcador había opciones de que se escapara algún punto del Bernabéu. ¿Y qué hizo la Real? Encajar un gol en el minuto 8. El mismo en el que sucumbió al Barcelona en el Camp Nou por primera vez. El mismo error, la misma pena. Elustondo dejó el balón en los pies de Kaka con un despeje malo, muy malo. Y el brasileño, desde dentro del área, no tuvo más que buscar el palo de Bravo. La defensa estaba vendida. No sería la última vez que se vería una situación parecida durante el partido, porque la Real despejó mal en muchas ocasiones y, sobre todo, no fue capaz de controlar el centro del campo, los rechaces ni las segundas jugadas sobre su área. Demasiadas oportunidades para el Madrid.
Pudo cambiar el partido si Tamudo hubiera acertado sólo unos segundos después de que el Madrid se adelantara en el marcador. Casillas no despejó con sus puños con la contundencia debida un centro de Griezmann desde la izquierda y Tamudo remató al aire. Su segundo golpeo, éste sí, se encontró con la espectacular respuesta del mejor portero del mundo, que evitó el empate. Y marcó la diferencia entre la Real y el Madrid. Los blancos habían disparado una vez entre los tres palos y fue gol. La Real también tuvo una ocasión y no marcó. ¿Se puede ganar así en el Bernabéu? Probablemente no si no es el día más afortunado de tu vida. Y no lo fue para el equipo txuri urdin por sus propios méritos. O deméritos, más bien. Porque Cristiano Ronaldo no se podía creer la enorme cantidad de tiempo de que dispuso para armar el disparo que acabó siendo el 2-0 en el minuto 20. Muy, muy fácil lo tuvo. Nadie salió a cubrir su disparo. Será que no sabíamos que Cristiano Ronaldo tiene un gran disparo desde lejos. Será eso. Como no cabe en la cabeza de nadie que Lasarte no le dejara esto bien claro a los suyos, parece evidente que fue un defecto de los jugadores. Un defecto que ponía en 2-0 en el marcador, en el Santiago Bernabéu y con 70 minutos por jugarse. Sí, olía a goleada local.
Lo curioso es que la Real cumplió el guión en cierta medida. No es que Xabi Prieto, Zurutuza y Griezmann tuvieran su día, pero eran ellos, y sobre todo el pelirrojo de Rochefort, quienes ponían la calidad sobre el campo y provocaban que la Real tuviera alguna ocasión de gol. Estaba claro que alguna se iba a tener. Y Tamudo tuvo el 2-1, y la posibildiad de meter a la Real en el partido, pero Casillas respondió con otro paradón. Por el otro lado, el guión también se cumplía en las facilidades defensivas (ya desde el centro del campo, con responsabilidad de Diego Rivas pero sobre todo de un Elustondo al que los partidos le vienen enormes con demasiada frecuencia; ¿puede ser Zurutuza, por mucho que duela alejarle del área, la solución para el doble pivote?) Qué facil tocaban Ozil, Kaká y Cristiano. ¿Xabi Alonso? Ni se enteró de que había un rival. Qué fácil, por mucho que a Mourinho le molestara que le recalcaran este aspecto en la rueda de prensa. Porque la Real no fue la Real. No fue el mismo equipo que arrolló al Real Madrid en tantos aspectos en el partido de la primera vuelta en Anoeta. No quiso serlo, porque no fue el equipo blanco el que sacó a la Real de ese papel. Fue el propio conjunto txuri urdin. Cómo si no se vuelve a explicar que el tercero del Madrid llegara en un corner. En otro córner, porque es ya la gran asignatura pendiente de esta Real. Entre Ansotegi, Xabi Prieto y Mikel González, Cristiano pareció saltar solo. Completamente solo. Inexplicable.
Era el minuto 41 de la primera mitad y el partido estaba sentenciado. Sí, podíamos tirar de optimismo (de mucho optimismo) y pensar que en la segunda parte cambiarían las cosas. Pero siendo realistas, la cosa estaba liquidada sin que la Real hubiera opuesto demasiada resistencia. Y, de paso y como ya hizo en Anoeta, había actuado como quitapenas de Cristiano Ronaldo. Llegó al partido de ida después de no sé cuántos partidos sin marcar y lo mismo pasaba en este encuentro. Pues gol en los dos y listo. ¿Y que el Madrid estaba deprimido por ver al Barcelona a diez puntos de ventaja? Pues 3-0 fácil al descanso y listo. La Real hizo méritos para recibir la insignia de oro y brillantes del club que preside Florentino Pérez y dinamitó los sueños de quienes pensábamos que la historia podía ser bien distinta. Por eso, cuando llegó el 3-1 de la única forma en la que podía llegar (de rebote), nadie pensó en el milagro de la remontada. Casi ni siquiera en marcar un segundo gol y que, por lo menos, el Bernabéu tuviera que pedir la hora. Y es que el Madrid, dando la sensación de que estaba a medio gas, ya había podido marcar algún gol más, incluyendo un larguero de Kaká. Pero el marcador ponía 3-1 después de que Tamudo rematara, Casillas hiciera otro paradón y el despeje rebotara en Arbeloa para entrar en la portería.
Pero como la Real había venido al Bernabéu, o al menos lo parecía, para quedar bien con todo el mundo y molestar lo menos posible en este trámite de partido, faltaba darle al nuevo la ocasión de que rematara el marcador. Adebayor, sí, marcó el cuarto. Lo asombroso es el nefasto balance defensivo de la jugada, propio de un equipo que ya había bajado los brazos, algo que la Real no se puede permitir ni siquiera perdiendo por 5-0, muchos menos con 3-1. Para entonces, ya sólo quedaban dos minutos, cuando Adebayor completó el festín futbolístico liderado por ese gran jugador que es Ozil, el Madrid protagonizaba un plácido recital de taconazos, rabones y demás exquisiteces futbolísticas. Al fin y al cabo, encontraron poco rival y el marcador se lo permitía. No cabe ni enfadarse por ello, porque los causantes de que el Madrid se diera tantos lujos vestían de negro y azul. Bravo también tuvo que hacer alguna que otra parada de enorme mérito para evitar una goleada todavía más sonrojante. Los cambios de Lasarte apenas se notaron, aunque Sarpong pareció entender el partido mejor que ningún otro atacante de la Real en los pocos minutos de los que dispuso. Menos aún tuvo Agirretxe, seguramente porque nadie pensaba en el milagro ni siquiera tras el 3-1.
¿Moraleja? La que se quiera. Por el lado benevolente, y sumado a los tópicos de siempre, se dirá que este es un paso necesario más en el aprendizaje de una plantilla joven e inexperta que viene de Segunda División. Por el lado más exigente, queda una profunda desazón, porque la Real ha dejado pasar otra ocasión más de demostrar que es más de lo que muchos creen. Eso lo hizo ante este rival en Anoeta, pero el Bernabéu se le hizo inmenso a este equipo. Y sin demasiado motivo, la verdad. Nunca el Madrid habrá tenido que correr tan poco para encontrar semejante carrusel de oportunidades de gol. Y eso es culpa de la Real. No hay otra explicación. Eso duele, porque había ilusión en este partido. Que se lo pregunten a los valientes que ocuparon el lugar más alto del estadio madrileño con sus camisetas de color txuri urdin, unos valientes que se hicieron escuchar a pesar de la goleada y de la abrumadora inferioridad numérica. Valientes que hoy miran la clasificación y ven a la Real con 28 puntos en la décima posición, tres por debajo de la séptima plaza (que, gracias al Real Madrid y al Barcelona, da un billete para la Europa League) y siete por encima de los puestos de descenso. Porque esos valientes sabían, parece que mejor que sus jugadores, que hoy se podía haber hecho algo en el Bernabéu. No se ha hecho. Y es una gran decepción.
1 comentario:
4-1 esto es lo que recibimos cuando vamos a pasar la tarde al Bernabeu, sin comentarios...
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