domingo, enero 16, 2011

Para todas las edades

Me encanta la imagen de un padre con su hijo en un campo de fútbol. Sencillamente me encanta. No puedo evitar una sonrisa cuando lo veo. Y más aún si el crío, encima, lleva el escudo de la Real. En Getafe hubo varios chiquillos dentro del centenar de aficionados realistas que acompañaron al equipo. Y debieron disfrutar como lo que son, como niños. Ellos recordarán que, siendo unos canijos, estuvieron sentados en Getafe viendo ganar a su Real por 0-4. El lunes irán al colegio orgullosos, presumirán ante sus compañeros de clase, más aún si éstos son de equipos que no hayan ganado esta jornada. En su memoria tendrá un recuerdo precioso de lo de ayer. Sí, ya sé que es sólo una victoria en Getafe. Pero los niños no hacen distingos. Quieren que su equipo gane siempre, ya sea la final de la Champions League o el partido de la jornada 19 de Liga. Con ambientes como el de Getafe, con las aficiones mezcladas por la calle, con un respeto mayoritario entre las gradas, y con un buen partido en el césped, hacemos afición en los niños. Con partidos los lunes, los sábados a las diez de la noche o los domingos a las nueve, no. No saquemos a los niños del fútbol, por favor.

Porque esos niños son los que después crecen y siguen a la Real por todo los campos. A la Real y a cualquier equipo, pero sobre todo a la Real. Quizá no somos tan numerosos como otras aficiones. Quizá no hagamos tanto ruido. Pero ahí estamos. Y estamos siempre. Con nuestra camiseta txuri urdin, con nuestro corazón a tope animando al equipo, cantando sus goles, lamentando sus errores. No importa que estés callado o gritando, con una máscara que siempre acapara los flashes o en la última línea de la grada, allí donde sabes que no vas a salir en la televisión. Nada de eso importa. Lo que importa es que estamos. En todas partes. Donde menos se pueda esperar el equipo que hay algún aficionado. Algunos viajan y otros están. Porque algunos se marcharon en sus autocares de vuelta para el norte y otros simplemente cogieron el Metro para llegar a casa. En todas partes hay realistas que cada fin de semana sufren y se emocionan con la Real. Eso tampoco podemos permitirnos el lujo de que se pierda. Por eso es tan importante que, cuando acaban los partidos, los jugadores saluden a los suyos y reconozcan su esfuerzo por estar allí, en terreno rival. Y con su camiseta siempre puesta.

Y eso, además, ha calado muy hondo. Si antes el vestir de txuri urdin en un campo parecía algo propio de la juventud, ahora ya no. No importa la edad para enseñar lo que uno quiere a la Real. Y de todo se aprende. Mientras la Real ganaba y nos hacía disfrutar, había quien contaba batallitas. "¿Habíais nacido cuando lo de Gijón?", preguntaba un hombre. "Joder, aquello sí que fue increíble", añadía. Y de aquel día pasamos al 0-4 del Bernabéu en la Copa del 88, sin saber que Getafe nos iba a regalar el mismo resultado, aunque sea menos trascendente para la historia realista. Y de ahí, pese a ser completos desconocidos, acabamos abrazados, celebrando el cuarto gol de la Real y sin mirar ya el tiempo que faltaba para el final. Es hermoso ver que la memoria no se pierde, que todos tenemos ya nuestras batallitas por contar. Que la Segunda División no nos ha quitado ilusión alguna por narrarlas, y que hay quien te cuenta que estuvo en Tarragona, en Córdoba, en Cádiz, en Irún o donde hiciera falta. Y esas batallitas las cuentan los más mayores, sí, pero también las tenemos ya nosotros. La Real es parte de nuestras vidas y no hay edad para ser de la Real. A las duras y a las maduras, como decía una pancarta txuri urdin que se colocó en la grada.

La edad, la inexperiencia, es lo que muchos han destacado para hablar de la celebración de Griezmann en su gol. "Cuando marco un gol soy como un niño", dijo el propio francés disculpándose con la gente de Getafe a la que hubiera podido ofender. Estoy con Lasarte en que el gesto del chaval sobró, sí. Fue una forma de echarse al público encima, un público que a partir de entonces silbó cada acción del joven extremo realista. Pero, qué queréis que os diga, creo que todo esto abunda en lo que vengo sospechando desde hace demasiado tiempo, que hay alguna gente esperando a que sucedan anecdotillas como ésta para sacarles punta. Repasad lo que hizo Griezmann. Besó la ikurriña de su camiseta. Ni insultó a nadie, ni hizo un corte de mangas, ni escupió a la grada, ni agredió a ningún rival. Besó una ikurriña. Y la gente se molestó. Lo curioso es que ningún medio de comunicación hace referencia a la sempiterna presencia de banderas españolas en manos de unos cuantos cafres de los fondos de los campos españoles cada vez que son visitados por la Real o el Athletic. Ellos sí van al campo para ofender y a nadie parece importarle. Lo de Griezmann no es una ofensa, se mire como se mire, aunque sí pudo perjudicar a la Real. Él no lo volverá a hacer. ¿Habrá banderas españolas buscando esta misma respuesta en los próximos partidos que la Real juegue fuera de casa?

2 comentarios:

cityground dijo...

Una gozada ve siempre seguidores de la Real en cada campo.

Lo de Griezmann se ha sacado de tiesto, igual se equivoco el chaval pero algunos les falta tiempo para atizar a la Real, espero que el próximo jugador que provoque a la grada sea tratado como lo ha sido Griezmann pero sabemos que no sera así, ¿tanto daño hace besar una bandera?.

Juan Rodríguez Millán dijo...

Cityground, pues sí que es una gozada, sí, y tú bien lo sabes por el campo que más cerca te queda, ¿verdad? Esa misma pregunta que te hasces tú, me la llevo haciendo yo desde el momento de la celebración...