Sigo pensando que Anoeta es especial, más especial de lo que muchos quieren creer y, quizá, de lo que el recuerdo de Atotxa permite pensar. Es obvio que el vetusto campo de Duque de Mandas, desaparecido ya hace más de una década era único e irrepetible. Es obvio que las pistas de atletismo estorban a la simbiosis de la afición con el equipo ("Aperri, quita las pistas", fue el cántico de Zurutuza tanto en la celebración en el césped como en el balcón del Ayuntamiento un día después). Pero negad ahora que no se os pone la piel de gallina al ver a más de 30.000 personas en Anoeta. Negad que no os emociona verlo teñido con un mosaico así en un día grande (o en el partido del centenario, o aquel día que celebramos el subcampeonato de 2003 contra el Atlético de Madrid). Anoeta es nuestra casa. Con o sin pistas de atletismo. Y que sea un recinto caluroso no depende más que de nosotros, de los realistas.
Lasarte se reía estos días en algunas entrevistas del tópico de que el guipuzcoano es soso. Seguro que tenía en su cabeza el recibimiento al equipo. El de hace dos semanas, antes de jugar contra el Villarreal B, fue apoteósico, pero se quedó en nada comparado con el que vivió el equipo antes de enfrentarse al Celta y escribir la hermosa página del ascenso. Y la memoria, que es demasiado selectiva a veces, se quedará con esta imagen, pero por impresionante que sea no puede hacernos olvidar que ésto es lo fácil. No tiene demasiada complejidad apoyar a un equipo ganador. Lo duro, lo difícil, lo meritorio, es darle al equipo ese plus que necesita en los días malos. O fuera de Anoeta. Viendo a tanta gente volcada con la Real, no dejaba de acordarme de aquel partido que jugó la Real en el Sánchez Pizjuán contra el Sevilla Atlético, hace dos temporadas, en sus primeros días en Segunda. Apenas unos pocos centenares de personas en la grada y un ambiente de campo de barrio. Eso ha sido la Segunda División para la Real, una tortura alejada de lo que merece y de lo que es capaz de generar. A nadie se le olvidará el partido del ascenso. A mí tampoco aquella tarde en el Pizjuán.
Porque de aquella tarde y de otras muchas tristezas, sobre todo la de Vitoria, una herida que queda ahora cerrada, se llega a lo que celebró Anoeta al final. Con los jugadores sobre el césped y con un hermoso recuerdo. "Lo hemos logrado", decían sus camisetas, que llevaban un enorme número 12 en la espalda. Hemos sido el jugador número 12 y el ascenso es también nuestro. Pero con "nuestro" no quiero decir sólo de los 32.000 que había en Anoeta. Ni mucho menos. El ascenso es de muchas personas más. Diego Rivas fue el que se acordó de ellos, de nosotros, de todos. De los que se habían quedado fuera. De los que son de fuera. De los que no tienen acento vasco, de los que sufren en la soledad y en la distancia que tan bien quedaron reflejadas en el anuncio con el que ahora se ha celebrado este ascenso, personificándolo todo en un realista canario. Por eso, y tengo que decirlo, me decepcionó algo el detalle de que Aranburu, que habló como capitán de la Real, lo hiciera sólo en euskera. El brazalete significa mucho y fuimos muchos los que no supimos que nos decía nuestro capitán hasta leerlo en la prensa al día siguiente.
Consumado el ascenso, la vuelta de honor fue preciosa. La importancia de los aficionados creo que ya ha quedado fuera de toda duda, y los jugadores lo entendieron. Por eso era esencial detenerse en todos y cada uno de los sectores del campo para aplaudir a quienes se han dejado la garganta, las manos y el corazón (también la cartera, que no es barato seguir a este equipo durante toda la competición, sea viajando o sea pagando el abono) apoyando a la Real. Anoeta hubiera podido acoger en el día del ascenso a muchos más realistas de los que caben en el recinto. Pero no olvidemos que han sido 15.000 los fieles de verdad, los que han estado allí todos los días. Contra el Alicante, contra el Eibar y contra el Racing de Ferrol. Y toda esa gente se merecía una foto aún más hermosa. Faltaba una copa, la que nos darán de forma fría en una asamblea y no sobre el campo. Otro fallo más de esta Liga de Fútbol Profesional que no hace honor a su nombre en demasiadas cosas.
Toda esa gente de la Real es la que más ha sufrido durante la temporada. Los miedos, las derrotas, los nervios, la ansiedad, el "otra vez se nos escapa", el "aurten bai" ("este año sí"). Eso lo padecen los jugadores, sí, pero es el sufrimiento del aficionado. Por eso la fiesta del lunes era la fiesta de la gente. Por eso tantos se agolparon en la puerta de Anoeta esperando la salida del autocar descapotable que llevaba a la plantilla, por eso tantos tenían tantas ganas de disfrutar de ese momento que desafiaron a la lluvia que regó San Sebastián con una fuerza inusitada apenas unos minutos antes del comienzo de la fiesta. Pero es que el cielo donostiarra también es txuri urdin, no lo dudéis. Se puso a llorar de felicidad en cuanto el árbitro pitó el final del partido ante el Celta y la Real se convirtió en equipo de Primera. Nos dejó que lo celebráramos a gusto esa misma noche. Al día siguiente, no pudo reprimir las lágrimas de felicidad, pero supo mantener la compostura para que todos saliéramos a la calle a vivir un momento tan especial sin tener que mojarnos. Y cuando la fiesta acabó, lloró de nuevo. Qué bonitas son esas lágrimas.
Todos vivimos el momento y lo recordaremos siempre. Estas chicas vieron la cámara y, quizá pensando que estaba allí por parte de algún medio de comunicación más importante que este pequeño rincón, me pidieron que les hiciera una foto. No sé si llegarán a verla, pero su entusiasmo y su cariño por la Real bien merece que la publique. Y es que son bonitas son las sonrisas de los aficionados. Sobre todo si van revistidas de los colores de la Real. Ese es un triunfo que ha costado mucho conseguir. Llevo ya unas cuantas semanas felicitándome de que se vean ahora muchas más camisetas de color txuri urdin que antes (y también más camiseta de la Real que de otros equipos). Gorka Reizabal me contó que hace ya muchos años nadie llevaba una camiseta blanquiazul para animar a la Real y que hubo una precursora que se puso el mundo por montera y, a pesar de ser criticada, se enfundó su camiseta. Eso es cariño. Ella no pudo ver el ascenso porque hace tiempo que nos dejó (como también nos dejaron, y no paré de acordarme de ellos y de lo que me hubiera gustado que alguien lo hiciera públicamente, Alberto Ormaetxea, Genaro Celayeta o José Luis Orbegozo), pero le hubiera encantado esta imagen. Va por ti, Tina.
Y va por Martín. Lo de Lasarte es algo impresionante. Habrá quien dude de él como entrenador, quien piense que, quizá, su forma de plantear los partidos nos va a hacer sufrir en Primera División. Ahora nadie lo dirá, porque está claro que el mundo no está pensado para rebatir a los ganadores. En cualquier caso, todos hemos aprendido a respetar y a querer a este entrenador uruguayo. Nos ha ganado, y no sólo porque los resultados le hayan acompañado. Siempre tan serio en su trabajo, siempre tan correcto en sus formas (excepto aquel día ante el Levante, cuyo arranque de cólera también encontró la simpatía de los realistas), siempre tan preciso cuando habla. Nos faltaba verle tan feliz como nosotros. Y con el ascenso lo hemos conseguido. Recuerdo ahora cómo celebró el triunfo ante el Villarreal B. Un poco apartado de los demás, cerrando los puños, gritando y mirando hacia el suelo. Me vi reflejado en él. Como me vi reflejado en sus gestos de ánimo con los brazos cuando llegó a Anoeta el domingo. O con el entusiasta agitar de su bufanda sobre el autocar. Incluso cuando cedió todo el protagonismo de la fiesta a los jugadores. A él le tocaba disfrutar. Y se lo merece.
Hay quien lamenta que la Real no tenga un lugar como Cibeles o Canaletas para celebrar sus triunfos. Quizá sea porque lo veo desde fuera, pero para mí ese lugar siempre ha sido y siempre será Alderdi Eder y el Ayuntamiento. Es ahí donde espero ver a mis campeones, en ese balcón, junto a una bandera txuri urdin. Es ahí donde disfruté viéndoles alegres por el triunfo conseguido. "Esto no nos lo va a quitar nadie, ¡nadie!", gritó desde allí Mikel González. Y es verdad. Manu Sarabia, ahora comentarista de Canal + y en tiempos jugador del Athletic de Bilbao, dijo con cierta sorna que la Real ya le saca dos títulos de Segunda a los bilbaínos. En realidad son tres los títulos de Segunda División que figuran en el palmarés realista, pero la verdad es que no me importa lo que puedan decir otros. También merece la pena recordar aquí lo que dijo Lasarte, aquello de que el fútbol da más penas que alegrías y que por eso hay que disfrutar de las segundas. Y ya lo creo que disfrutamos la que supone este ascenso. Es un gran logro. Lo es. Aunque algunos tengan miras más cortas y piensen que no.
Mokoka puso la nota de color. Estos chicos que colgaron en Youtube su particular versión del Moving de Makako animaron la fiesta en el Ayuntamiento. No sé si a todos se les puso la piel de gallina cuando la letra llegó al punto en que dice "podré jugar contra el Madrid" y, sobre todo, cuando el cantante intercaló un par de palabras más en esa línea: "y ganar". Somos grandes y es hora de que lo demostremos donde corresponde, en la Primera División. Y ahora mismo somos grandes porque los jugadores han creído que lo somos. Por eso uno no podía dejar de disfrutar de sus bromas (Johantan Estrada manteado por sus compañeros, el único, y con toda la gente coreando "Cocoliso, Cocoliso"; ver para creer...), sus risas (Diego Rivas presentado a De la Bella como "el tío que más calzoncillos vende a este lado del Atlántico"), sus bailes (¡cómo disfrutaron Griezmann o Nsue!), sus "camarero" (por mucho que Songo'o no se sepa a estas alturas la canción de San Fermín) y su juerga. Porque también es la nuestra. Y por eso Sergio, casi despidiéndose de la Real, nos recordó en Anoeta y Alderdi Eder ese cántico que a todos nos pone la piel de gallina. "Que sí, joder, que vamos a ascender". Hemos ascendido.
Y si en alguien hay que personalizar toda esta felicidad es en Antoine Griezmann. Verle tan sonriente, disfrutando tanto del momento, nos hará recordar para siempre lo que significa este equipo y lo que supone este éxito en la historia del club. Hay quien decía que esto no hay que celebrarlo, que somos la Real y que debíamos estar por encima de triunfos menores. No estoy de acuerdo. Puertollano es una de las grandes picas de nuestra existencia. Ahora también lo es este ascenso, porque se ha conseguido en unas circunstancias muy difíciles, más de lo que hemos admitido hasta ahora (y no me refiero a la economía del club sino a la parcela deportiva). Griezmann es un triunfo en medio de esa tormenta de dificultades. Es un chaval, muy joven todavía, que se ha hecho camino hasta ahora en este mundo del fútbol gracias a su calidad (que le llevó a sentar a un fichaje personal del entrenador), a su cariño por estos colores (demostrado desde el primer día en que le vimos y hasta ahora, renovando con la Real a pesar de que los medios de comunicación habían hablado de interés de algunos equipos grandes) y a su desparpajo. Antoine es la Real. Y lo seguirá siendo por muchos años, ojalá que sí.
6 comentarios:
Me quedo con la intriga de Tina. Tienes que contar esa historia.
Y hoy si, hace ya tres años. Y por suerte no hemos llegado a estar tres, porque aquel día soñábamos con quedarnos y desde hace unos días, ya sabemos que subiremos.
Un abrazo.
Luis, contaré esa historia, no te preocupes. Tres años desde aquel día, sí. Triste aquel, feliz éste. Como cambian las cosas...
Gran fiesta y merecida por fin, enhorabuena realistas, volvemos a nuestro sitio.
Cityground, enhorabuena también para ti. Para todos los realistas de corazón.
una pena que una persona que escriba tan bien como tú se sienta decepcionado de que el capitán sólo hablara en euskera. decepcionado deberías estar contigo mismo por no haberle entendido al capitán de la real sociedad, ni a muchos otros jugadores que también lo hicieron en el mismo idioma.
Aitor, sé que éste es un tema complicado, pero lo que no puedo hacer es mentir a la gente que pasa por aquí. A mí me decepcionó, y aunque sé que no vamos a estar de acuerdo en el tema, te explico por qué. Lo que yo he hecho no es una crítica al euskera, ni una crítica a su uso en el ámbito de la Real. Ni muchísimo menos. No sé hablar euskera, primero porque no me eduqué en Euskadi y segundo porque no he tenido tiempo más que de aprender lo más básico. Pero adoro esa lengua, me parece maravilloso que se promocione y veo totalmente lógico que un club vasco ayuda a su desarrollo (y por eso, por ejemplo, veo muy bien el acuerdo de patrocionio con la Diputación para el próximo año).
Sin embargo, lo que motivó esa decepción es que la Real es mucho más que todo eso. Hay seguidores de la Real, muchísimos, más de los que te podrías imaginar, lejos de allí. A veces muy lejos. Es gente que no tiene la posibilidad de ir a Anoeta cada quince días, es gente que defiende estos colores en ambientes a veces difíciles, que frecuenta campos muy alejados de la comodidad del nuestro. Y es gente que, en muchos casos, no es vasca y, por tanto, no sabe euskera. Esa gente merecía que el capitán de la Real Sociedad les tuviera en cuenta a la hora de dirigirse a la afición del equipo, porque para tener el corazón txuri urdin no es requisito saber euskera. Por eso lo digo. En el fondo no es más que una anécdota, pero a mí me gustaría que la Real, que toda la Real, valorara a esa gente. Y creeme cuando te digo que el último en el que estoy pensando cuando hablo de esa gente es en mí mismo. Espero haberte aclarado un poco más los motivos de mi afirmación, que, como te digo, en absoluto pretendía ir contra nada o contra nadie.
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