Lasarte, que jugó en el Deportivo de la Coruña como central, llegó como un entrenador desconocido, sería absurdo alardear ahora de que ya sabíamos quién venía. Fue una apuesta de Loren. Y llegó con varios problemas importantes que resolver. La plantilla había formado con Juanma Lillo una piña importante. El entrenador era una pieza más de un vestuario muy unido frente a todas las adversidades que le había tocado vivir en los últimos tiempos. Además, no había dinero para confeccionar una plantilla más potente que las dos que no pudieron conseguir el ascenso en 2008 y 2009. La política de cantera no fue tanto un problema como una condición asumida con bastante satisfacción por el técnico y su equipo, pero era, en el fondo, una limitación más para su trabajo como entrenador. Desde su primer discurso, el día de su presentación, Lasarte dejó muy claro que no tenía más que un objetivo: el ascenso. Proclamarlo a pesar de las dificultades dejó muy claro que era un ganador. Sólo faltaba que las circunstancias y esos pequeños detalles que cuentan tanto en el fútbol le dieran la razón. Y ya lo creo que se la dieron.
Siempre tuvo las ideas claras. Su sistema de juego fue el 4-2-3-1, abandonando la defensa de tres que utilizó Lillo en bastantes tramos de la campaña anterior. Formó casi desde el principio un grupo de jugadores escogidos, los catorce o quince que iban a representar sus ideas sobre el césped, y a los demás los utilizó sólo cuando no le quedó más remedio. Hacer eso y mantener un vestuario feliz es algo que no se consigue por casualidad. Ni tampoco por el simple hecho de ir en cabeza de la clasificación durante buena parte de la temporada. Lasarte supo ganarse el respeto de los suplentes y hasta de los no convocados. Todos estaban a una en su equipo, a pesar de algún pequeño desliz que otro (como aquellas declaraciones de Asier Riesgo cuando renovó Bravo o aquel retraso en un entrenamiento de Johantan Estrada que le situaba más fuera que dentro de la plantilla utilizable). Por eso siempre se respiró tranquilidad cuando hubo lesiones importantes (como la de Bravo) o sanciones de varios jugadores (como la que llevó a Esnaola a un debut que nadie esperaba bajo otras circunstancias).
Lasarte no dudó en dar galones. Se los dio a Ansotegi en el centro de la defensa, por encima de Mikel González, cuya calidad utilizó mucho en la banda. Se los dio a Elustondo, incluso cuando el rendimiento del centrocampista no estaba siendo el que todos queríamos, y a Aranburu, cuando muchos pensaban que el capitán no podría llegar a ofrecer en toda la temporada el rendimiento que dio en el tramo final de la temporada. Se los dio a Diego Rivas, a pesar de que en todos los mentideros esté el convenimiento (cierto o no) de que es un jugador que no gusta al Consejo realista y que no tardará en salir del club, sea este año si hay ofertas, sea el que viene cuando cumpla contrato. Se los dio a Xabi Prieto (quizá siguiendo directrices del Consejo, que ya le ofreció el número 10 en su camiseta con ese fin) y a Griezmann en el centro del campo más ofensivo. La apuesta por el joven potrillo francés tiene más mérito todavía porque sentó a uno de sus fichajes, Johanatan Estrada, el único jugador que trajo habiéndole entrenado ya. Y se los dio a Carlos Bueno, porque para él era el prototipo de extranjero que en la Real debe marcar las diferencias.
No se casó con nadie, y bien lo puede decir Johantan Estrada, sí, pero también otros. De la Bella empezó fatal la temporada, y no dudó en sentarle a pesar de ser un fichaje foráneo. Sarasola no tuvo nivel para suplirle, y ni su condición de canterano le mantuvo en el once. Apostó por Elustondo, pero cuando se recuperó de su lesión no consiguió otra vez el puesto de indiscutible sólo por ser él y, de hecho, no terminó como titular. De Carlos Martínez no quiso saber nada en toda la primera vuelta, porque Dani Estrada le dio un rendimiento fabuloso en su reconversión al lateral derecho. El único movimiento que, quizá, podría tener algo de capricho, fue el de colocar a Bueno casi siempre en lugar de Agirretxe. Lo que pasa es que el canterano estuvo toda la segunda vuelta sin responder a las expectativas, facilitando la decisión de Lasarte en favor de su paisano. Y tuvo muy claro siempre que la Real tenía una forma de jugar. Para algunos no fue demasiado vistosa, pero fue muy profesional, muy efectiva, muy bonita a ratos (el partido en Soria, en Anoeta ante el Betis), pero ganadora siempre.
El técnico de la Real siempre ha estado en su sitio. Ha sido respetuoso con todos (incluso con los árbitros y en los días mas difíciles), ha dado lecciones importantes en sus comparecencias ante la prensa, antes y después de los partidos. Ha demostrado un sentido común que no estamos tan acostumbrados a ver por aquí en los últimos años. Y siempre ha creído en su equipo. Siempre. Eso, con el pesimismo que había en este equipo (y del que el propio Lasarte, siguiendo la estela de Lillo, alertó en los primeros compases de la temporada), tiene un valor incalculable. Lillo también demostró esa fe, pero los resultados por desgracia no le dieron la razón. Sólo una vez perdió los papeles, ante el Levante en Anoeta, y su enfrentamiento con el banquillo rival (que le costó la expulsión) incluso engrandeció su figura a los ojos del seguidor realista. Su carácter marca. Su forma de vivir los partidos en la banda, también. Y no puedo más que sentirme identificado con él cuando recuerdo la forma en que celebró la victoria ante el Villarreal B, mirando al suelo, gritando con los puños cerrados, sólo por un instante. Lasarte es fútbol en estado puro.
El entrenador es el mejor fichaje que hizo la Real hace un año, pero hay cosas que quedan por mejorar. Ahora todo es felicidad y eso suprime algunos análisis, pero la plantilla con la que afrontó la temporada tenía carencias en su configuración. Quizá sea más un problema de la dirección deportiva de Loren que del entrenador, pero a falta de mayores detalles hay que lamentar algunas cosas. Por encima de todo, la gestión de la portería. Al final ha salido bien porque Bravo, Riesgo y Zubikarai han sido necesarios, pero no se puede anunciar la venta de dos porteros y que al final se queden todos. Como tampoco el trajín inclasificable (y muy poco criticado cuando es algo inconcebible) con Queco Piña tras la lesión de Riesgo. A la plantilla le faltaba claramente un lateral derecho, aunque ahí la apuesta de riesgo también salió bien. Y Johantan Estrada es un fracaso absoluto que en Primera hay que intentar evitar. ¿Y si no llega a aparecer Griezmann en esta Real?
El entrenador es el mejor fichaje que hizo la Real hace un año, pero hay cosas que quedan por mejorar. Ahora todo es felicidad y eso suprime algunos análisis, pero la plantilla con la que afrontó la temporada tenía carencias en su configuración. Quizá sea más un problema de la dirección deportiva de Loren que del entrenador, pero a falta de mayores detalles hay que lamentar algunas cosas. Por encima de todo, la gestión de la portería. Al final ha salido bien porque Bravo, Riesgo y Zubikarai han sido necesarios, pero no se puede anunciar la venta de dos porteros y que al final se queden todos. Como tampoco el trajín inclasificable (y muy poco criticado cuando es algo inconcebible) con Queco Piña tras la lesión de Riesgo. A la plantilla le faltaba claramente un lateral derecho, aunque ahí la apuesta de riesgo también salió bien. Y Johantan Estrada es un fracaso absoluto que en Primera hay que intentar evitar. ¿Y si no llega a aparecer Griezmann en esta Real?
Pequeños borrones, discutibles en todo caso, que no empañan lo que decía al principio, que Martín Lasarte es el entrenador que ha llevado a la Real a Primera después de tres años en Segunda. Y lo que es más importante, es el técnico que nos ha devuelto la sonrisa que perdimos cuando el equipo entró en aquella deriva que nos tuvo años coqueteando con el descenso y después llorando por haber perdido nuestro lugar en la élite. Gracias, Martín.
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