La Supercopa es, desde luego, una dolorosa espina que la Real tardará en sacarse. No es una competición que se pueda jugar con facilidad, ya que con el actual formato obliga a quedar entre los dos primeros de la Liga o jugar la final de Copa. El equipo txuri urdin, de hecho, no disputaba la Supercopa desde su primera edición, en la temporada 1983-1984, aquella en la que se superó al Real Madrid en una memorable prórroga en Atotxa. Debió jugarla también en la campaña 1987-1988, pero los poderosos no facilitaron las fechas para que se jugara. Para el equipo txuri urdin era la primera presencia por tanto en el nuevo modelo a cuatro que se disputa desde la temporada 2019-2020. Y aunque la pandemia imposibilitó el exótico destino árabe que la Federación ha cerrado para amasar dinero, era una final en todo caso.
O, mejor dicho, una semifinal en la que tocó en suerte el Barcelona, mientras que por el otro lado del reducido cuadro jugaron Real Madrid y Athletic de Bilbao. La posterior conquista de la Supercopa a cargo del conjunto ya entrenado por Marcelino evidenció que el título era algo posible, y a la Real se le escapó una espléndida ocasión de jugar una final y de optar a un título antes de la final de Copa que llevó a este equipo a la gloria. ¿Las razones? Muchas, porque fue una semifinal rica en matices, cambiante en sus momentos y en la que la Real sumó más méritos que el Barcelona para alcanzar el partido definitivo de este torneo. Ter Stegen, de hecho, se mostró como el mejor jugador del equipo culé, lo que da una idea de los aciertos que acumuló la Real. Fue el partido de la temporada en el que Ter Stegen hizo más paradas, y quedó en el recuerdo el desvío prodigioso de una maravillosa falta de Januzaj que merecía el premio del gol.
La semifinal se decidió en los penaltis, y sí, Ter Stegen paró dos lanzamientos, al hasta entonces imbatible Oyarzabal, que de hecho fue el autor del tanto de la Real en el tiempo reglamentario precisamente desde los once metros, y a Bautista. Fueron los dos primeros lanzamientos de la Real. El tercero, el de Willian José, fue al palo. El Barcelona marcó dos de los tres primeros, De Jong también se topó con la madera, pero Dembelé y Pjanic pusieron un claro 2-0. Mikel Merino y Januzaj anotando sus dos penaltis y el fallo de Griezmann dieron vida a la Real, pero en el definitivo lanzamiento, el quinto del Barcelona, Riqui Puig marcó y puso el 3-2definitivo en la tanda. Las lágrimas de Oyarzabal se convirtieron en la metáfora más evidente de cómo se quedó la afición txuri urdin ante el sueño de una nueva final que se esfumó cuando más lo mereció la Real. Como siempre en su historia.
Seguro que hubo gente que pensó que La Cartuja, desde la lejanía de Córdoba, donde se jugó la semifinal, se convertía en un escenario maldito para la Real. Eso lo desmontó la posterior final de Copa contra el Athletic, claro, pero también hubo quien pensó, seguro, que la Real podría lograr el hito de jugar las dos finales separadas solo por quince días, sobre todo cuando a posteriori vimos cómo sí las jugaba, y perdía, el Athletic. La Real en todo caso, se quedó lejos de esa meta. La Copa 2020-2021 solo dio una alegría, la tercera ronda ante el Córdoba. En un partido bien jugado, Willian José se despidió de la Real con un doblete antes de marchar a la Premier. Imanol apostó por la Copa como lo hizo en el exitoso camino de la temporada precedente y jugó con un equipo reconocible, aunque joven. Y aunque los goles no llegaron hasta la segunda mitad, la Real pasó con solvencia y con merecimiento, sumando una victoria más a la impresionante racha que acumulaba la Real de Imanol.
En octavos de final, el rival fue el Betis. En la previa se recordó que el Betis era, precisamente, el único equipo que había sido capaz de eliminar a la Real en la Copa desde que Imanol se hizo con el equipo, en la temporada 2018-2019, aunque entonces lo hizo a doble partido y empatando ambos encuentros. Pero en esta ocasión el choque era a partido único y en el Benito Villamarín. Se jugó bajo una intensa niebla, y sería fácil trazar analogías entre esa circunstancia y las decisiones que tomó Mateu Lahoz, por las que, sin ya nada que hacer, se disculpó después ante la expedición realista. Expulsó a Illarramendi por una jugada en la que ni siquiera toca a su rival, y en la que Mateu amonestó primero a Merino. El VAR le sacó de su error en la identidad del jugador castigado y el colegiado ejecutó el error hasta el final, mostrando la roja a Illarra. La Real ganaba entonces 0-1, gol de Oyarzabal, y logró aguantar esa ventaja hasta el 78, cuando Canales igualó la eliminatoria y la llevó a la prórroga. Allí, una Real desnaturalizada con los cambios, pensados para aguantar, acabó siendo derrotada por 3-1, con dos goles de un Borja Iglesias que llegaba en plena sequía. Una lástima, otra eliminatoria dolorosa.
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