A veces un punto vale más que seis o siete. El de hoy es uno de esos puntos. El Barcelona bailó a la Real en la primera mitad. Pero bien bailada. Pero al Barça le pudo lo que normalmente no le puede: la arrogancia. Y lo ha pagado porque la Real se ha sacado una sacado parte de quitarse el sombrero. Como el año pasado, creyó en la remontada. Incluso creyó en ganar. Era un 0-2 ante el campeón de Liga y de Champions. Se me ocurren pocas losas más pesadas que esa. Y la Real la ha levantado. Con orgullo, con ilusión, con fútbol, con categoría. Y con suerte también, por supuesto, porque no hay otra forma de protagonizar una remontada como ésta si no se tiene suerte. Y buscándola, por supuesto. Porque hoy la Real la ha buscado. Hoy la Real ha demostrado el valor que tiene su camiseta, su escudo, su historia, su sentimiento. Esta Real, jugando así, no perderá muchos partidos. Que los elogios no cieguen a este equipo, porque si se relaja puede caer cualquier día. Pero si tiene la capacidad de frenar al Barça durante dos temporadas consecutivas, el límite está en el cielo. Heroico. Brutal. Y eso que semejante felicidad nace de empate y después de los 45 minutos más frustrantes, los primeros, que se recuerdan en Anoeta. Fútbol.
Tirando de tópico, el partido ha tenido dos caras, separadas por el descanso. A ver cómo se le explica a quien no ha visto el encuentro que en la primera mitad el Barcelona le dio un soberano baño a la Real. Sólo en los primeros veinte minutos colocó media docena de balones a la espalda de una adelantada defensa txuri urdin, desnudando los problemas que puede ofrecer el planteamiento de Montanier, sobre todo ante los equipos más capaces como este descomunal Barça. Además, la presión del centro del campo no era del todo adecuada. Mariga no está, de momento, tan conectado al equipo como para entender qué necesita en cada momento e Illarramendi corrió mucho pero no siempre escogiendo la mejor opción. Los laterales se cerraban al centro, lo que también dejaba libres las bandas (se notó más por la derecha de Estrada), pero ni aún supo cerrar las acometidas blaugranas por el centro. Los de delante ni siquiera tenían la oportunidad de estar en el partido, pero Agirretxe se fajó de manera brutalmente incansable para bajar un par de balones, para dar siquiera un poco de oxígeno a la impotente defensa de la Real. Los goles del Barça, por desgracia para la Real, llegaron muy pronto muy seguidos. Minuto 9, Xavi. Minuto 11, Cesc. Protestados ambos, pero legales, como casi todas las jugadas culés.
Dichos goles fueron consecuencia de lo que se estaba viendo sobre el césped y no merece la pena discutirlo. La superioridad del Barcelona, a pesar del entusiasta arranque de la Real, era notable. Sobreslaiente en realidad. Cesc participó en los dos goles, abriendo la jugada del primero con el pase a Alexis, que fue quien dejó el gol en bandeja a Xavi, y marcando el segundo después de un despiste general de la defensa txuri urdin tras conseguir Bravo sacar un primer remate. 0-2, minuto 11. No creo que muchos pensaran que el partido no estaba cerrado y más que decidido. Se lo creyó también el Barça, que partió con una alineación extraña (Messi, Iniesta, Villa, Mascherano o Abidal en el banquillo), que se vio ya con los tres puntos. Se puso a tocar y a tocar. Sin prisa, con pausa. Esperando el inevitable tercer gol. Solo que ese gol no llegó. A pesar de que la Real llegó a rozar la desesperación en algunos momentos y con algunas faltas que cometió, había jugadores que no se desenchufaron en ningún momento. Y ahí quien se merece un monumento es Agirretxe. Esta vez jugando solo en punta, ofreció un recital de desgaste, de lucha, de pelea y de orgullo.
La Real no encontró el ataque en ningún momento de la primera mitad. La línea de tres centrocampistas (Illarramendi, Mariga, Zurutuza) no fue capaz de dar salida al balón, y los de arriba, salvo las intentonas de Agirretxe, no consiguió hilvanar jugadas de ataque. No pareció contribuir mucho la sorpresa que Montanier se guardó esta vez en la manga. Vela se quedó en el banquillo, porque los dos goles de Agirretxe en Gijón le garantizaron su titularidad, pero la gran novedad fue cambiar a los extremos de posición. Griezmann jugó por la derecha, Xabi Prieto por la izquierda, buscando que finalizaran jugadas, algo que no pudieron hacer. Partiendo de la base de que no era el día para juzgar la efectividad de esta solución técnica, lo cierto es que el cambio no produjo efecto alguno en el partido. O quizá sí, porque fue Xabi Prieto desde la izquierda el primer realista en tirar a puerta. Fue en el minuto 43, lo que da una idea de la impotencia con la que vivió la Real en la primera mitad. Ese primer chispazo pareció despertar a la Real, aunque los efectos no se vieron hasta después del descanso. Porque lo de la primera parte era duro. "No era el espíritu de la Real", confesó Montanier de lo que vio en el primer acto. Y es verdad.
La segunda mitad ofreció un cambio radical de escenario. En muchas cosas, pero sobre todo en lo que de verdad mueve el fútbol: el estado de ánimo. La Real salió dispuesta a remontar. O, al menos, a morir matando. Agirretxe tuvo una clara ocasión de gol a los dos minutos, que no cogió portería por milímetros y que si lo hubiera hecho se habría encontrado con un Valdés batido. El 9 de la Real encontró el gol diez minutos después. Un golazo, que recuerda al primero de los que marcó en Gijón. Un gol de nueve, nueve. De cabeza y superando a un defensor más alto. Y de los que devuelven la moral, los que convierten el estado de ánimo en un jugador más. Cuatro minutos después, la Real empató el partido en una jugada extraña. Villa lanzó un pase atrás sin ningún control. Ante la sorpresa de la defensa blaugrana, Agirretxe cazó el balón y encaró a Valdés. Le regateó. Puso el corazón de todos los realistas en un puño con una vaselina que Busquets intentó sacar, y de hecho sacó, con la mano. El balón se fue al larguero. Mateu Lahoz fue a señalar penalti mientras Griezmann marcaba gol. Al final, y sin que nadie sepa cómo ni por qué, el colegiado señaló gol y enseñó tarjeta amarilla al central, en lugar de decretar penalti y expulsión.
Es lo que tiene el siempre extraño arbitraje de Mateu Lahoz, que uno puede esperarse cualquier cosa. Incluso que haga una pared con Villa. Afortunadamente, el desaguisado que protagonizó, aunque a muchos les guste este tipo de arbitraje, no tuvo incidencia en el marcador más allá de esta jugada, que sentenció de una forma que en cualquier caso no parece demasiado reglamentaria. El 2-2 puso el partido en una situación extraña. El Barcelona se adueñó de nuevo del balón de una manera salvaje, pero, en realidad, daba la sensación de estar más cerca el 3-2 que el 2-3. Montanier trató de asegurar el partido, con Cadamuro por Xabi Prieto, Aranburu por Mariga y Vela por un exhausto Agirretxe. Todo parece más defensivo que lo que había sobre el campo, pero aún así parecía más cerca la victoria que la derrota. Incluso que el empate que ya reflejaba el marcador. No es decabellado decir que el Barça se fue vivo de Anoeta. Bravo sacó por abajo un buen balón a Messi y otro por alto centrado desde la banda derecha, pero no se vio demasiado exigido. La Real, en cambio, acabó el partido a lo grande, encerrando al Barça en su área en los últimos minutos a base de córners. Alves estuvo a punto de marcar en propia puerta quitándole el gol a Iñigo Martínez, que acto seguido tuvo otra buena opción de cabeza.
La verdadera medida de la gran remontada de la Real la dio Messi, tirándose en el interior del área de Bravo en el minuto 92, buscando el penalti salvador para el Barça. Mateu Lahoz, en la única decisión clara y sin discusión de todo el partido, le enseñó tarjeta amarilla al Balón de Oro. Qué mejor muestra de impotencia que sintió el equipo blaugrana por ver cómo el txuri urdin recuperó un punto y le hizo perder dos. Al Barça le pesó una arrogancia que no suele mostrar. No tanto por la alineación, porque ese Barcelona bailó a la Real en la primera mitad. Pero lo vio todo ganado. La Real, en cambio, no lo vio perdido. Agirretxe dio una exhibición a todos los niveles. Xabi Prieto sumó otra asistencia más, Griezmann comenzó a borrar los silbidos que escuchó en el amistoso de hace unos días por sus coqueteos con el Atlético de Madrid con un gol muy importante. Los cambios contribuyeron a la fortaleza del equipo. Y, sobre todo, la Real dio una lección de fe y orgullo absolutamente inconmensurable. Fue una remontada brutal, digna de todos los elogios que a uno se le puedan ocurrir. La Real arranca con cuatro puntos en dos partidos. Dos partidos que dejan mucho buenos y esperanzadores detalles. Y sumamos un punto con el que nadie contaba. Eso tiene, sí, un valor incalculable. Ahora, a seguir rentabilizándolo.