El presidente es un hombre feliz y se le nota. Ha llevado a la Real seguramente mucho más lejos de lo que podía imaginar en aquella convulsa noche hace ya más de una década en la que se hizo con el poder en el club. No se trata de hacer un diagnóstico de un periodo ya extenso, de todo el tiempo que lleva al frente de la entidad, pero sí de comprobar dónde estamos con los objetivos que tenemos ahora mismo. Año tras año se ve un crecimiento, y eso es algo muy difícil de conseguir. Que jugadores de renombre y de proyección acepten venir a la Real tiene mucho que ver con su realidad institucional. No se trata de convencerles con dinero, sino de animarles a sumar en un proyecto que cada día ilusiona más por todo lo que se ha conseguido y por el futuro que se le intuye.
Aperribay ya era el presidente que consiguió hacer de Anoeta el campo de fútbol que nos merecíamos, uno sin pistas de atletismo, uno que honrara el más añorado espíritu de Atotxa pero desde la modernidad que necesita hoy en día un recinto deportivo. Y hoy es también el presidente con el que nos hemos vuelto a proclamar campeones. No, no es casualidad. Y por eso tampoco parece casualidad que después de la etapa de Loren, larga etapa de un director deportivo que fue un paraguas bastante evidente de algunas de las decisiones tomadas, Aperribay apostara por un tipo como Olabe, uno que, lo dijo abiertamente, quería revolucionar el club. Y en cierta manera lo ha hecho. Su apuesta ha sido arriesgada pero valiente y hoy en día la Real es un destino apetecible para jugadores de cualquier nivel.
Eso no se consigue porque sí, y menos en un fútbol como el actual. Olabe ha sabido conjugar un proyecto inequívoco de cantera con la incorporación de jugadores decisivos. Y cuando hablamos de cantera, no se trata solo de lo que vemos en el primer equipo. Que el Sanse haya conseguido un histórico ascenso a Segunda División cuatro décadas después del anterior y que la Real C también haya logrado subir de categoría es una consecuencia directa del trabajo profesional, concienzudo y acertado que se hace en Zubieta. La Real siempre ha sido Zubieta, pero probablemente nunca lo haya sido con tanta intensidad como lo es ahora mismo.
Y sí, por supuesto, todo este trabajo tiene reflejo en los éxitos de la Real. Aunque esta temporada no se dio dorsal del primer equipo a ningún potrillo por los condicionantes de la pandemia, tanto Roberto López como Zubimendi subieron a todos los efectos, ayudando a que la media de edad en el campo de la Real fuera siempre de las más bajas no solo de la Liga española sino del continente europeo. No, no es nada fácil en el fútbol contemporáneo apostar por chicos de corta edad como si fueran auténticos veteranos, y Olabe lo ha hecho de la mano de Imanol. Si vemos la edad que tienen ahora pesos pesados del vestuario como Oyarzabal o Merino, nos daremos cuenta de que el director deportivo de la Real está armando equipo para años.
Hablábamos de los condicionantes del fútbol actual, y la situación de Odegaard es la mejor muestra. El Real Madrid no encontró dinero para fichar y tiró de lo que tenía, un cedido al que se había comprometido a dejar dos años en Donostia. Rompió un acuerdo táctico que la reglamentación impedía tener por escrito, solo se puede ceder jugadores por un año, y dejó a la Real sin la piedra angular de su fútbol. La reacción de Olabe fue tan rápida y ambiciosa que descolocó a muchísima gente. Convencer a un tipo como David Silva que lo ha ganado absolutamente todo, que era un dios en un equipo económicamente imbatible como el Manchester City y que ha sido campeón del mundo con la selección española, es algo que hace no tanto tiempo no podríamos ni haber soñado. Las lesiones del canario le han impedido rendir al nivel con el que soñábamos, pero que un jugador así esté en la Real, y que esté feliz, es algo que no tiene precio.
Y eso que Olabe ha tenido que lidiar con unas cuantas patatas calientes, y las que le quedan. Lo que más se le ha discutido es la gestión de los centrales. Puede que nunca sepamos qué se coció en las oficinas de Anoeta durante este verano, pero mucho se debatió sobre la salida de Llorente, la escasa confianza que se sigue teniendo en Sagnan, el gran misterio de la gestión de Olabe hasta la fecha, y la escasez de efectivos en esa línea. ¿Fue un exceso de vista? Quizá, y puede que esta verano volvamos a lo mismo, a la necesidad de incorporar un central, pero ha quedado claro que Olabe no trae a nadie porque sí. Y cuando apuesta por alguien, insiste. Lo hemos visto con Carlos Fernández, el relevo escogido para Willian José, otra patata caliente que de momento solo ha salido como cedido. El director deportivo quería al jugador del Sevilla, no lo pudo traer en verano y lo consiguió en la ventana invernal. Y el jugador, por ahora, ha demostrado que merecía esa confianza plena.
No es fácil ser director deportivo de la Real. No es un club económicamente poderoso, y no está el fútbol ni la situación global como para hacer dispendios que salgan mal. Pero Olabe se está moviendo con un tiento envidiable. No es descabellado decir que con él se está consiguiendo que los tradicionales cantos de sirena desde la A-8 sean más ineficaces que nunca, aunque pueda suceder algún accidente en el futuro. Que Remiro, Monreal o Merino escogieran venir a la Real, es algo muy valioso, pero lo es todavía más que canteranos como Merquelanz o el todavía inédito Karrikaburu hayan querido renovar sin tener una posición de privilegio en la primera plantilla y aunque sus nombres ya se hubieran relacionado con el club bilbaíno. Olabe entiende de qué va esto, sabe lo que es la Real y, ojo, ya sabe lo que es ganar con la Real. No da la sensación de que eso le vaya a frenar a él o a Aperribay para que volvamos a sentirlo de nuevo.
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