Jugarte la vida y tener a miles de aficionados del equipo rival en las gradas de tu propio estadio es una sensación curiosa. Es un síntoma de que seguimos siendo unos pardillos para casi todo. No tengo la menor duda de que si el escenario hubiera sido al revés, hace unos días estaríamos lamentando las pocas entradas que habría dado el Sporting para entrar a El Molinón vestido de txuri urdin. Nosotros, al contrario. Justo cuando viene un equipo de una ciudad tan próxima como Gijón, justo cuando el equipo lleva siete semanas sin ganar y vemos el descenso a dos puntos si perdemos, justo cuando hablamos de llenar Anoeta y que ningún carnet de socio se quede en casa... justo entonces inauguramos la muy solicitada y necesaria venta de entradas por Internet y permitimos que muchas de esas entradas tengan Gijón como destino. Es un fallo del Consejo hablar de que está estudiando medidas para llenar Anoeta de fieles realistas y el domingo nos encontremos esto. Un fallo grande. Menos mal que se ganó, porque si no el medio día de ayuda al club contra el Barça podría haber dejado Anoeta plagado de camisetas blaugranas en otra final que podría haberse teñido de drama.
Claro que lo de recibir tantos visitantes es algo hermoso. Ojalá todos los campos fueran así. Ojalá todas las aficiones se comportaran como la del Sporting en Anoeta, al margen de los muy minoritarios y siempre condenables enfrentamientos que parecen inevitables. Es la salsa del fútbol. Y es que uno siempre encuentra curiosos compañeros de asiento. Apenas una fila por delante de mí, había un seguidor sportinguista que vio en directo muy claro el fuera de juego de De las Cuevas en el gol anulado al Sporting pero que tenía dudas de si el balón entraba o no. En la foto que saqué parecía que sí. Y se la enseñé. Luego resulta que no, así que me equivoqué y le equivoqué, no entraba gracias a Bravo. Una media hora después, el chileno hizo el paradón antológico de la tarde. Este sportinguista me pidió que le enseñara la foto. Lo hice y alucinó. Como yo. Como Anoeta. "No se te escapa una, ¿eh?", me dijo. Me quito mérito porque no lo tengo, porque cuando se sacan muchas fotos seguidas siempre hay alguna que merece la pena. Después de otra ocasión del Sporting se gira y me dice: "Todavía tengo en la cabeza la foto que me enseñaste". La del gol anulado, la que podría haber colocado al Sporting en ventaja y a Anoeta en un estado de ansiedad que habría hecho muy difícil ganar.
En el posible penalti a Tamudo, apenas un par de minutos antes del gol de la victoria, discrepamos. Él cree que no es. Yo creo que sí. No tengo foto y, la verdad, no he visto todavía la jugada por televisión. Lo dejaremos en tablas. Cuando marca Griezmann el 2-1 definitivo después de dos rebotes en sendos defensas sportinguistas, él es el único de mi zona cercana que se queda sentado. Creo que todavía está pensando en la foto. Cuántas veces me he visto como él. Le doy una palmada en la espalda. "Se nos ha aparecido la virgen", le confieso. "La de Covadonga", me responde él. "¡Y la de Aranzazu juntas!", añado. Acaba el partido. Nos damos la mano. "Os hemos dado la salvación", me dice. Y ahí sí que estamos de acuerdo. Era vital ganar. Más que vital. Se ganó y Anoeta tuvo mucho que decir. Y quizá también la masiva presencia de seguidores visitantes, que con cada cántico de "Sporting, Sporting" provocaban la respuesta de "Real, Real" en un Anoeta que recordó al de las mejores tardes. Al despedirnos, este sportinguista me preguntó dónde podía ver mis fotos, se lo dije y le pregunté su nombre. "Nacho. Bueno, Iñaki si quieres", me respondió. Un placer, indudablemente un placer compartir grada con gente así.
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