"Quizá tenemos que aprender a ser más perro si cabe, aprender que el fútbol no siempre se juega de la misma manera y buscar diferentes alternativas en un mismo partido. Y esto el primero que me lo cuestiono soy yo". Esto lo dijo ayer Martín Lasarte, todavía en Mallorca, escenario del último y lamentbale partido de la Real. Y de esa sencilla frase se pueden sacar muchas lecturas. Las estrictamente futbolísticas ya las hemos sacado todos durante y después de los decepcionantes partidos contra Osasuna y Mallorca, creo que incluso el equipo también lo ha hecho aunque para comprobarlo habrá que esperar a las 20.00 horas del sábado. Pero como a pesar de las tres derrotas consecutivas, yo mantengo intacta la confianza en la capacidad del equipo, hay otra vertiente de esa expresión que me preocupa más. La del otro fútbol, ese que la Real no sabe practicar.
Ya dije al comienzo de la temporada que a este equipo le falta un Karpin, mucho más después de la salida del equipo de Carlos Bueno, el único jugador que aporta algo remotamente parecido al carácter de aquel ruso que pasó por la Real y dejó su huella en dos etapas diferentes. Eso era antes ser perro en el mundo del fútbol. Ahora no, ahora ser perro va de algo totalmente distinto, algo que reconozco que no me gusta y me preocupa a partes iguales. Veréis, temo que para ser perro haya que caer en armas, artes y artimañas que, por encima de todo, me parecen despreciables. Digo que lo temo porque, día tras día, aumenta la sensación de que todos son perros en este sentido menos la Real. Me preocupa, porque esas perrerías dan muchos más puntos de los que merecería un equipo que caiga en semejantes lodazales, puntos que acaban por marcar una diferencia con respecto a la Real.
Sé que la Real jugó muy mal en Pamplona y en Mallorca y que no mereció traerse nada. No estoy justificando el pobre rendimiento del equipo, no. Pero miro las estadísticas de faltas de ambos partidos y me echo a temblar. En ambos hubo un equipo noble, que jugó sin dar una mala patada, que intentó defender en lugar de hacer faltas. Ese fue la Real. Osasuna abusó de las infracciones. Cada balón que recibían Zurutuza o Xabi Prieto eran falta y apenas hubo castigo para sus acciones. En Mallorca no fue tan acusado, pero Rubén cometió una entrada sobre la que sólo cabía una discusión: si era sólo amarilla o si merecía la roja directa. El jugador malloquinista ya tenía una amonestación, con lo que se hubiera ido a la calle en cualquier caso. ¿Alguien ha visto una foto de esa acción? ¿En algún resumen se ha destacado esa jugada como una de las claves del partido? No. No ha tenido la menor relevancia en los juicios arbitrales de la semana. Las pocas tarjetas amarillas que vio no lastraron a Osasuna y el Mallorca no se quedó con diez jugadores aunque lo mereció. Mucha casualidad tiene que ser eso, y más cuando es un comportamiento que llevamos viendo ya demasiados años.
La Real no tiene un solo jugador que dé patadas. Rivas hace muchas faltas, sí, pero nunca va a dañar al rival. Tampoco tiene jugadores que monten escándalos sobre el césped, que levanten los brazos para echar al público encima del árbitro, que protesten airadamente las decisiones de los colegiados. Ni siquiera jugadores que se tiren habitualmente para engañar al trío arbitral y provocar penaltis o expulsiones, aunque Xabi Prieto tenga la fama de caer fácilmente al suelo (será que le pegan poco...). Los recogepelotas de Anoeta no desaparecen nunca, ni siquiera cuando se gana por la mínima y no hace falta que diga lo habitual que es eso en el fútbol español, da igual la categoría. Que le pregunten a De la Bella dónde tenía que buscar balones el sábado para sacar de banda. Lasarte no genera altercados para detener el juego, ni discute con banquillos o jugadores rivales. A nadie con la camiseta txuri urdin se le ocurriría jamás lanzar un balón al rectángulo de juego para que el árbitro detenga el partido porque no se puede disputar con dos balones. Eso lo hizo el madridista Pepe en Anoeta y debió ver su segunda tarjeta amarilla. Como Rubén, llegó al pitido final sobre el césped.
Son demasiados años ya con la sensación de que con la Real no hay justicia. No la hay dentro de los terrenos de juego, y no hará falta recordar que el equipo txuri urdin transformó su primer penalti a favor la temporada pasada en la jornada 39 o que en la semana en la que más expulsiones ha habido por proteger a las estrellas de la Liga nos dimos cuenta con la entrada de Rubén a De la Bella que éste no merece la misma consideración no ya que Messi, Cristiano Ronaldo o Iniesta, sino que por ejemplo el espanyolista Osvaldo, que sí forzó la expulsión del osasunista Lolo aunque por televisión parezca que ni le hace falta. Tampoco hay justicia con este equipo fuera de los terrenos de juego. Y no hay que irse a turbios sucesos como los que rodearon a los ascensos de Málaga, Zaragoza y Hércules, uno por cada una de las tres temporadas que pasó la Real en Segunda. Me acuerdo por ejemplo de que la Liga y la Federación quisieron dar la bienvenida al equipo txuri urdin en su regreso a Primera, aunque luego no pasara nada, con uno de los árbitros que más le había perjudicado en Segunda o de esos sorteos de Copa en los que a la Real siempre le toca uno de los rivales más complicados que le pueden tocar.
En este sentido, yo no quiero que la Real o sus jugadores sean más perros. Celebro que en en las filas realistas no haya carniceros o piscineros. Me gusta que, bien o mal, la Real de los jugadores y la de los directivos intenten ganar sus partidos sólo desde el fútbol. Lo que no me gusta es lo que se está imponiendo. Que quien se extralimita en su interpretación del regalmento no reciba su justo castigo. Ya van tres partidos en los que la Real ha salido perjudicada por las decisiones arbitrales (bien es cierto que ante el Real Madrid Zurutuza cometió un penalti por mano, y justo es reconocerlo), y en uno de ellos se le cayeron directamente dos puntos de su casillero, y eso sin contar la posibilidad de jugar 40 minutos contra un Mallorca con diez jugadores y sólo un gol de ventaja. Y el problema está donde siempre: en los comités, en los que mandan y en los árbitros. De los problemas del juego de la Real ya se encargará Lasarte. Pero los otros también quitan puntos y parece que nadie los quiere solucionar. La Real podrá ser uno de los damnificados de esta permisividad, pero al final si alguien pierde de verdad es el fútbol.
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