miércoles, octubre 23, 2013

Manchester United 1 - Real Sociedad 0 Soñar exige tener fe

El autogol de Iñigo Martínez, el 1-0 definitivo.
Hay pocas sensaciones más bonitas en la vida que la de soñar. Soñar con gestas, con logros, con grandes noches. Con ese gran gol que permita conseguir aquello por lo que se ha luchado tanto. Con esa parada imposible que salva una victoria. Soñar es lo más bonito del fútbol, sin duda. No hay aficionado que no sueñe, y hoy los había a miles con sus camisetas de la Real en las gradas de Old Trafford. Soñamos, ya en primera persona, allí o en la distancia, con ese imposible que es vestir la camiseta y ser el protagonista de esos momentos. Soñamos mientras gritamos desde la grada. Mientras rematamos a escasos centímetros de la televisión. Soñamos, sí. Y por eso el Teatro de los Sueños formaba parte de ese hermoso mundo onírico que hace unos meses habíamos teñido de blanco y azul. Soñamos con seguir soñando cuando el árbitro pitara el final del partido en el Teatro de los Sueños. Pero Old Trafford le ha demostrado a la Real que soñar no es suficiente. O, mejor dicho, que soñar exige tener fe. La que hoy no ha tenido la Real. Por eso ha perdido. Porque la Real no ha tenido fe en sí misma y así ha dejado de ser la Real que podía soñar.

Esa sensación de que ha faltado fe en el equipo que hace tan poco tiempo encandiló a Europa en la eliminatoria previa contra el Olympique de Lyon no impide reconocer que el equipo, en general, se vació. Pero lo hizo sin confiar demasiado en que el disminuido Manchester United que tenía enfrente era un equipo batible, y al final se libró de lo que bien pudo ser una goleada. Y no me creo que tan maravilloso escenario como es Old Trafford intimidara a los jugadores realistas. Tampoco el hecho de jugar en la máxima competición continental ya por tercera vez más la previa. Viendo cómo se está desarrollando la temporada, no es nada descabellado decir que la Real habría tenido la misma poca fe en sus posibilidades jugando, como lo hizo hace no tantos años, en El Alcoraz, Gal o la ciudad deportiva del Villarreal. Esta Real, cuando cree en sí misma, puede superar a cualquiera. Pero esta Real, cuando pierde esa fe, puede caer derrotada también ante cualquiera. Y el United no es un cualquiera, ni mucho menos, pero pocas veces se podrá dar este mismo choque con más posibilidades objetivas de asaltar Manchester.

Jagoba Arrasate puso sobre el césped un once extraordinario. Se puede debatir, con razón, sobre Rubén Pardo, máxime teniendo en cuenta que el hombre que más merecía hoy estar en el once inicial, Xabi Prieto, no estaba para jugar el partido desde el inicio, como demostró después sobre el césped y siendo el primer sustituido. Y se puede debatir sobre Seferovic y Agirretxe, dos delanteros que llevan dos meses sin ver puerta. Pero de lo que no cabe duda es que este mismo once el año pasado habría hecho que la hierba no volviera a crecer bajo su paso. No sería justo juzgar las intenciones de la Real cuando ya iba perdiendo al minuto de juego, en una nueva demostración de su falta de fe y de que eso, además, se ha llevado por delante la buena estrella del equipo. Es inadmisible que Vela, con una actitud deplorable durante todo el encuentro y un acierto al mismo nivel, perdiera el balón que perdió facilitando el muy inglés contragolpe del United, que coronó Rooney con un magnífico disparo que se estrelló en el poste a la izquierda de Claudio Bravo. El balón salió rechazado e Iñigo Martínez lo convirtió en el 1-0 para el equipo local. Un autogol. Justo lo que le faltaba a un equipo sin fe.

Resulta curioso que prácticamente nadie se haya dado cuenta de que es un gol que, en realidad, no tendría que haber subido al marcador. El balón rechazado por el poste de la portería de Bravo lo busca Chicharito desde una clara posición de fuera de juego e Iñigo lo introduce en su portería al tratar de evitar la llegada del mexicano. Lo de los arbitrajes Champions desde luego no va esta temporada con la Real, claramente perjudicada en los tres partidos que ya ha disputado de esta liguilla, en el cómputo general y en decisiones puntuales. El holandés Nijhuis sancionó a los realistas con una dureza y una exageración impropia de la fama que tiene esta competición y, sin embargo, dio carta blanca a varios jugadores del United, sobre todo a un Evans al que pudo señalar un penalti por saltar con el codo por delante contra Xabi Prieto, una acción que repitió varias veces sin sanción, pero también a Valencia y Smalling, ésta ya en la segunda parte, o un Rafael al que el propio David Moyes tuvo que retirar por si acaso.

Con o sin la nefasta actuación arbitral, lo cierto es que en la primera media hora la Real fue arrollada. Y para que eso sucediera no hizo falta más que un jugador, Wayne Rooney. Es asombroso que no tenga la fama de otros o que, cuando el pasado verano hizo el enésimo amago de marcharse del United, ningún equipo grande que no fuera el Chelsea, ni mucho menos Madrid o Barcelona, hiciera un intento serio por contratarle. Es un futbolista extraordinario porque lo tiene todo, pero sobre todo por una visión de juego sencillamente descomunal. Todo lo que hace tiene sentido y puso en evidencia que muchas de las cosas que hicieron jugadores realistas, sobre todo Markel Bergara e Iñigo Martínez, carecieron de ese mismo sentido. En cada jugada conseguía tres metros para maniobrar con tal facilidad que el vídeo del partido de hoy tendría que ser mostrado en las escuelas de fútbol. Bravo, sin duda el mejor jugador de la Real en Old Trafford, evitó que Rooney hiciera el segundo al cuarto de hora, y el inglés mandó fuera una espectacular tijera apenas un par de minutos después.

El United, todo hay que decirlo, era sobre todo Rooney. Buena presión en la salida desde atrás de la Real, que con Markel vio una vez más cómo es imposible a poco que el rival aprieta, pero nada del otro jueves. Pero la Real nunca tuvo fe en sus opciones. Chicharito, desaparecido durante todo el partido, pudo hacer el 2-0 pero lo marcó en clara posición de fuera de juego. Era el minuto 20 y el equipo txuri urdin, de nuevo con una salida heladora para la ilusión como ya le sucedió en Leverkusen, tardó todavía nueve minutos más en dar señales de vida. Y fue en una jugada aislada y personal. Seferovic recibió un balón, encaró a Jones en la frontal del área y enganchó un zapatazo que De Gea envió a córner. Arrancaron ahí unos minutos de cierta igualdad, incluso de superioridad realista que se plasmó en la ausencia total de ocasiones de gol del United y lo cerca que estuvo Griezmann de romper esa nefasta racha que ya lleva camino de los cuatro años sin anotar de falta directa. La madera, con De Gea ya batido, escupió el balón con saña, evidenciando que, haga las cosas bien o mal, la suerte ha abandonado a este equipo.

En esa misma falta, Xabi Prieto vio tarjeta amarilla por sacarla cuando el árbitro ya había ordenado la colocación de la barrera a la distancia reglamentaria. Esos detalles son los que muestran que la Real no tuvo fe. Y es aún más triste la sensación que queda cuando el arranque de la segunda mitad evidenció que, con esa fe, el partido, lo que llevamos de temporada, y esta misma Champions podría haber sido muy diferentes. Nada más volver de los vestuarios, un centro de Griezmann, en la única ocasión en la que se atrevió a buscar el espacio en la banda y las carreras que tan bien protagoniza, no lo alcanzó Vela por los pelos. A renglón seguido, una jugada en la que hubo varios centros y remates fallidos sembró la inquietud en la defensa del equipo inglés, que casi devuelve el autogol de Iñigo Martínez. Parecía que, como en Leverkusen, la Real de la segunda parte podría nivelar el partido. Pero no fue así. De Gea tampoco llegó a estar realmente exigido en esos minutos, más allá de un disparo de De la Bella que volvió a encontrarse con el larguero (dos palos en Old Trafford tampoco se pueden despreciar), aunque la sensación futbolística fuera entonces mucho más favorable a la Real.

A partir de ahí, el partido quedó totalmente roto. Ya lo estaba para entonces, pero quedó totalmente en evidencia que la Real tiene ahora mismo a demasiados jugadores lejos no ya de su mejor nivel sino de uno mínimamente aceptable para competir ante rivales de cierta entidad. A Markel Bergara el partido le pasó por encima, Iñigo Martínez (y ojalá que al menos sea por el autogol inicial) no estuvo concentrado, Vela se parece demasiado al que debutó en la Real en 2011 y estuvo tres meses sin dar señales de vida hasta erigirse en la estrella que es hoy, Griezmann sólo ofrece pinceladas de vez en cuando, Xabi Prieto no se encuentra aunque hoy pudiera tener la excusa de la lesión de la que acaba de salir y, quizá sea ésto lo más importante, la Real está jugando sin delantero. Seferovic está absolutamente desaparecido salvo esos chispazos deslumbrantes como su disparo de hoy o aquel que repelió la madera en el Camp Nou. Y Agirretxe no tiene la más mínima confianza para atreverse a hacer lo que el año pasado le convirtió en uno de los jugadores clave para llegar a la cuarta plaza.

Con el partido roto, fue el United el equipo que estuvo más cerca de marcar. Muchas veces. Pudo golear, y hay que decirlo. El palo evitó el gol de Valencia y Carlos Martínez, todo un titán y el otro jugador a elogiar junto a Bravo, evitó el gol de Kagawa en el rechace. Después fue el bravísimo lateral quien también se hizo enorme para tapar la portería desde el suelo ante el mismo jugador. Bravo sacó dos goles a Jones y Valencia. Y Rooney pudo marcar en varias ocasiones, lo que habría sido un justo premio a su descomunal actuación. Arrasate movió el banquillo, arriesgando lo suficiente pero no mucho más, dejando la defensa de cuatro y el doble pivote por miedo a ser machacado. El primer cambio, cantado, colocó a Pardo en el campo en lugar de Xabi Prieto. Y agotó los dos restantes al mismo tiempo, en el minuto 74, dando entrada a Chory Castro y Agirretxe, por un Zurutuza muy intermitente aunque también salvable por momentos y Seferovic. Pero ni con los cambios ni con los contragolpes del United encontró la Real los huecos para intentar que al menos un punto se subiera al avión camino de San Sebastián. La opción del empate se había perdido ya minutos atrás.

La Real llega al ecuador de la fase de grupos de la Champions prácticamente eliminada y dependiendo ya de un milagro. Y es que desde que la máxima competición continental se juega por este sistema sólo hay un equipo que ha conseguido pasar a los octavos de final teniendo cero puntos a estas alturas, el Newcastle en la temporada 2002-2003. Sorprende que un equipo que siempre ha logrado sus mayores éxitos tirando de fe, deambule por los campos más grandes de Europa sin demostrar ninguna. Y recuperar esa fe es el único argumento posible para que los tres partidos que restan de la Champions no conviertan el sueño en una dramática pesadilla. Un milagro, sin duda, pero sumar nueve puntos todavía podría posibilitar la clasificación, aunque obviamente la Real ya depende también de los otros resultados del grupo y de que el Bayer, ya con seis puntos, no sume mucho más. Pero luchar por la tercera plaza sí es obligatorio. Ahora la ostenta el Shaktar con cuatro puntos. Esos son los que tienen que recortar la Real en las jornadas que quedan y con un enfrentamiento directo. Pero sin fe, soñar es absurdo, porque sólo provoca una frustración más grande.

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