domingo, junio 12, 2011

La cuestionable importancia de no ver tarjetas rojas

Ha pasado bastante desapercibida una de las estadísticas de la Liga que finalizó hace unas semanas. Ningún jugador de la Real vio la tarjeta roja en las 38 jornadas y sólo fue expulsado uno de sus rivales (Damiá, del Osasuna, en el descuento del partido jugado en Anoeta). Es poco entendible que el dato no haya tenido más repercusión, aunque sólo fuera por lo insólito que es. De hecho, no hay un equipo de la Liga que acabe sin expulsados desde el Sevilla de la temporada 89-90. La primera lectura del dato obliga a aplaudir a la Real, pues es evidente que la tarjeta roja es un castigo al juego antirreglamentario, una clara llamada de atención para que el público y la competición señalen con el dedo acusador a aquellos que eligen jugar al margen de las normas del fútbol. Sin embargo, otros lo han entendido como un síntoma de lo blanda que fue la Real a lo largo de la temporada y rápidamente se unió este concepto al elevadísimo número de goles encajados por el equipo (el tercero más goleador, después de Almería y Málaga).

Volvamos al ejemplo de aquel Sevilla de hace 21 años. Entrenado por el chileno Vicente Cantatore, jugaba con un 4-4-2, con Bengoechea y Salguero como mediocentros y Martagón y Diego como centrales. Nueve de los 20 equipos de la Primera División encajaron más goles que aquel Sevilla (que recibió 46), pero sólo tres marcaron más que sus 64 dianas. El equipo hispalense se clasificó para la Copa de la UEFA en aquella campaña gracias al sexto puesto que ocupó en la clasificación final, lo que evidencia que no es necesario provocar tarjetas rojas para salvar tantos puntos. La Real, por cierto, fue quinta y también consiguió billete para Europa, pero con tres puntos por victoria habría quedado por detrás del Sevilla. El Logroñés, séptimo al final, encajó cionco goles más que los hispalenses y el Osasuna, octavo, cuatro menos. En la temporada 2010-2011, el equipo txuri urdin que tampoco vio tarjeta roja alguna quedó en la decimoquinta posición, con 49 goles a favor y 64 en contra. Seis equipos que quedaron por delante de la Real en la tabla marcaron menos goles. La diferencia está en que sólo el Málaga (junto con el colista Almería) recibió más tantos de sus rivales que la Real.

¿Que quiere decir esto? Que en el final de la década de los 80 era factible llegar a lo más alto sin necesidad de emplear un juego agresivo o violento. Ahora, en cambio, no. ¿Por qué? Es evidente que el fútbol ha evolucionado hacia una forma de jugar mucho más agresiva y física. En los años 80 primaban los futbolistas incluso en equipos de mitad de la tabla, y todos podemos recordar grandes y muy técnicos jugadores que militaban en equipos como el Sporting de Gijón, el Valladolid, el Zaragoza o el Cádiz. Ahora son los atletas los que dominan el panorama, incluso en los conjuntos de la parte alta de la clasificación. Táctica y futbolísticamente, se valora mucho más a un pulmón agresivo en el centro del campo (¿nosotros no?) que a un regateador en el extremo. La Real ha demostrado que tiene calidad arriba, pero le ha faltado gente que entienda ese subterráneo fútbol moderno. Al principio de la temporada ya tenía claro que a esta Real le faltaba un Karpin para esas tareas. El ruso era capaz de controlar esas cosas sin necesidad de crearse enemigos. Llorente puede cubrir en parte esa labor, pero no olvidemos que nos ha faltado por lesión durante la mitad de la temporada.

En realidad, para mí es una espléndida noticia que la Real acabe la temporada sin ver una sola tarjeta roja. Me parece que dice mucho y muy bueno de nuestra forma de jugar, porque desprecio sin límite a aquellos equipos que basan su juego en frenar a base de patadas a los mejores jugadores del rival. Antes los leñeros estaban bien señalados y localizados. Ahora todos los equipos pegan. ¿Acaso alguien recuerda a Kortabarria, Górriz, Gajate, Larrañaga o Pikabea marcando a un jugador a base de agarranes y hachazos? Y esos nombres se pueden sustituir por los de los defensas más legendarios de cualquier equipo de Primera, con las excepciones que cualquiera puede recordar. Antes se defendía con mucha más clase. ¿Y dónde está entonces el problema? En el otro lado de la estadística. La Real no pega y no recibe expulsiones, hasta ahí todo correcto. Pero a la Real le pegan y no consigue sanciones para sus rivales. Sólo una tarjeta roja contra un rival txuri urdin en toda la temporada. Eso, teniendo en cuenta que la Real ha sido el cuarto equipo que más faltas ha recibido y que tiene dos jugadores entre los seis más castigados (Xabi Prieto segundo y Zurutuza sexto), es una broma de mal gusto y un claro indicativo de dónde está el problema: en el arbitraje.

Es hora de que los árbitros se apliquen. Que corten el juego violento con más efectividad. Que primen el espectáculo por encima de las tácticas agresivas y violentas. Que favorezcan de una vez a los equipos que juegan dentro de los límites del reglamento. Pero, claro, si esta estadística no es conocida, ¿cómo se va a buscar una solución a la misma? No voy a engañaros, no soy optimista. A la Real no le ha ido bien manteniéndose al margen de las triquiñuelas del fútbol. No ha encontrado colaboración en los árbitros y sí muchas críticas entre los suyos. Porque la creencia de que la Real es un equipo blando, dicho de la forma más negativa posible, está muy extendida en el entorno txuri urdin, pero en cambio no tenemos la misma determinación a la hora de exigir a los árbitros que cumplan y hagan cumplir el reglamento. Son bastantes las expulsiones que podrían haber beneficiado a la Real y que nunca llegaron. Y sólo recuerdo una derrota, contra el Valencia en Anoeta, que se podría haber evitado forzando una tarjeta roja (si Mikel González hubiera cazado a Aduriz). ¿Compensa? ¿Un punto más en el casillero por sacrificar la nobleza del deporte? A mí no. Pero está claro que a muchos equipos les va bien por el camino opuesto al de la Real. Ojalá cambiaran las tornas, pero lo veo imposible.

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