Dicen que el fútbol es un deporte sin memoria, y puede que sea cierto. Eusebio Sacristán, desde luego, puede sentir que esa máxima se cumple por la forma en la que se puso fin a su etapa en la Real Sociedad, pero nadie podrá negar que fue él mismo quien dilapidó su propio éxito. Porque lo tuvo, y al margen del nivel de aceptación que tuviera su modelo futbolístico no se puede negar que iluminó a un equipo que estaba en una espiral bastante oscura. Cuando cogió el banquillo del que el club sacó a David Moyes, se encontró con un equipo con buena materia prima, no en vano seguía buena parte de la plantilla que había llegado a la Champions League un par de años antes, pero que estaba anímica y futbolísticamente hundido. En media temporada le devolvió la autoestima. En la siguiente, con tramos de muy buen fútbol, llevó a la Real a la parte alta de la tabla y a Europa. Pero ahí, en la siempre difícil temporada de tres competiciones, falló en casi todo.
Eusebio arrancó la temporada con un mensaje claro: el once tipo de la 2016-2017 era historia. Jugar Liga, Copa y Europa League obligaba a estirar la plantilla. Pero el técnico hizo de la política de rotaciones su primer problema. No solo no fue capaz de implicar a toda la plantilla, dejando un grupo de marginados bastante amplio y constantemente señalado, de lo que puedan dar fe por ejemplo Rubén Pardo o Aritz Elustondo, sino que además no fue capaz de replicar el nivel que dieron los puntales del equipo para llegar a la competición continental. En realidad, casi ningún jugador alcanzó lo que puede dar, y en eso, cuando es algo tan extendido en una plantilla, algo tiene que ver el entrenador. Esa falta de confianza en el grupo hizo que en sus últimos meses, ya sin la Copa, apostara de nuevo por un once tipo, pero eso acabó sobrecargando y agotando sobre todo a su centro del campo ideal, Illarra, Zurutuza y Xabi Prieto. Los tres tuvieron lesiones y problemas para llegar al minuto 90 con demasiada frecuencia.
Eso era, además, un mal endémico del equipo. A la Real de Eusebio le pesaba todo en los partidos. El técnico nunca fue capaz de frenar la sangría de goles que destrozó su esquema táctico primero y a sus dos porteros después. Falló en el cambio de sistema, cuando apostó por una defensa de cinco que naufragó en Villarreal, y no supo gestionar con qué hombres podía sustentar sus apuestas. El ejemplo claro es el momento en el que sentó a Rulli en aquel encuentro en el Estadio de la Cerámica y dejó a Toño a los pies de los caballos, con un sistema nuevo que apenas ensayó, ante un rival que olía la sangre y debajo de una portería que estaba siendo examinada con lupa después de los constantes errores de Rulli. No hay más que ver lo que dijeron, tras su cese, algunos jugadores de la plantilla como Juanmi o Elustondo, o la sangrante comparación de la exigencia física de sus entrenamientos que hicieron los cedidos Markel Bergara o Joseba Zaldua.
Pero lo que realmente cavó la tumba de Eusebio fue su falta de autocrítica. En su primera temporada fue capaz de amoldar su apuesta de toque a una mayor fortaleza defensiva, y eso de hecho fue lo que propició su mayor racha de victorias consecutivas, incluyendo una en San Mamés, pero en su campaña final siguió avanzando sin parecer darse cuenta de que lo hacía en dirección a un precipicio. Siempre hablaba de que la Real estaba en el camino correcto, de que perseverando se iban a lograr resultados. Y eso tenía su sustento en el gran poderío ofensivo que ha mostrado la Real, indudable por cantidad y por variedad de goleadores, pero no en un fútbol real. Cada balón a la espalda de la defensa era un drama. Con demasiada frecuencia asistíamos a partidos en los que un dominio abrumador de la pelota apenas se traducía en ocasiones de peligro. El primer tiro a puerta del rival era gol con frecuencia. Y los cambios rara vez servían para algo positivo. El ocasional espectáculo ofensivo no tenía el equilibrio necesario para que eso redundara con regularidad en éxitos en forma de triunfos y puntos.
Se puede decir que el resto de los entrenadores sabía cómo jugaba la Real mejor que el inquilino del banquillo de Anoeta. Cuando la fórmula funcionaba, era espléndida. Es lo que llegó al equipo txuri urdin a Europa, y lo que provocó picos de gran fútbol, como ante el Villarreal o en la primera parte ante el Barcelona. Pero Eusebio no supo aprender, no tuvo la capacidad de adaptarse, ni siquiera gestionó correctamente con la dirección deportiva la composición de una plantilla que para él tenía diferentes niveles, y perdió el rumbo que tan claro decía tener. Su apuesta fue una huida hacia adelante, un cerrar los ojos y confiar en los astros volvieran a alinearse por sí solos. Y con eso desplazó a algunos jugadores, quemó a otros y no fue capaz de mantenerse a flote. Tan dura fue su caída que Aperribay, un presidente tan poco incisivo con sus entrenadores, acabó cesándole después de desear que se mantuviera durante años en el equipo. Y, aunque le pese al técnico, fue un cese tan justo como necesario viendo la deriva en la que había caído la Real.
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