Durante muchos años, en la Real hubo cierto recelo, incluso miedo, a hablar de objetivos elevados. Y eso se rompió en la pasada pretemporada. Se hablaba de estar arriba, de soñar con un gran camino en la Europa League, de repetir una buena actuación en la Copa y se pronunció la palabra maldita: títulos. Se hablaba de la posibilidad de que la Real fuera campeona. Las dos competiciones de eliminatorias, la Copa y la Europa League, se fijaron como algo prioritario para este objetivo, ya que la Liga se antoja imposible en este fútbol de poderosos y millonarios gigantes. Habían pasado 30 años desde el último título, la Copa del Rey de 1987, y 29 desde la última final, en la misma competición. Y sí, el club hablaba de buscar un título y lo hacía en serio. Pero el fútbol nos despertó a bofetadas. Nunca unas expectativas tan altas fueron tan poco satisfechas. Un triste caminar en la Liga, un pobre resultado en Europa cuando se llegó a la fase de las eliminatorias y, sobre todo, una debacle humillante e inesperada en la Copa destrozaron el sueño.
Y eso que el arranque de la temporada fue inmejorable, confirmación de que el equipo estaba en condicional al menos de luchar por cotas importantes. La Real ganó sus tres primeros partidos de Liga y llegó a ser líder de Primera División, posición que no ocupaba desde la inolvidable temporada 2002-2003, y convirtió dos de sus tres primeros partidos en la Europa League en las mayores goleadas logradas en su devenir continental desde que se asomó a este escenario del fútbol internacional en los años 70. Pero ahí comenzaron a truncarse todos los objetivos. Tres derrotas consecutivas en la Liga y el desastre ante el Zenit mostraron que la Real tenía un gran problema defensivo. No era un equipo fiable ni seguro. Tenía dinamita arriba, pero su retaguardia era de cristal. Jugadores intocables en la primera temporada completa de Eusebio Sacristán estaban mostrando un nivel bajísimo y la política de rotaciones del técnico para afrontar las tres competiciones estaba muy lejos de funcionar como le hubiera gustado.
La mejor demostración de la montaña rusa emocional en la que se habían convertido los partidos de la Real fue el 4-4 de su encuentro ante el Betis en Anoeta en la séptima jornada de Liga. Al equipo txuri urdin se le había olvidado defender y sobrevivía porque veía gol con facilidad. En esas siete primeras jornadas de Liga, Rulli había encajado nada menos que 17 goles, una tendencia que Eusebio nunca llegó a revertir. Con momentos de alivio como las victorias en los derbis ante Alavés y Eibar, la situación de la Real se complicó hasta el extremo con dos fracasos consecutivos en Anoeta ante dos colistas, el empate a dos contra Las Palmas y la derrota por 0-2 ante el Málaga, y sobre todo con el histórico ridículo copero. Una eliminatoria encarrilada ante el Lleida con el 0-1 de la ida y con un 2-0 al descanso del partido de vuelta se convirtió en un drama incomparable. El equipo catalán marcó tres goles en media hora y echó a la Real a la primera de la competición que ansiaba ganar.
Ahí el proyecto de Eusebio quedó definitivamente herido de muerte, pero el club no lo quiso ver. Volcó todas sus apuestas en la Europa League, a pesar de que el equipo falló en los dos partidos ante el Zenit. La Real fue segunda en su grupo, lo que le arrebataba el factor campo para la eliminatoria, gracias a que en los dos partidos contra el equipo ruso este ni siquiera tuvo que ser mejor que los realistas, solo aprovechar sus clamorosos errores defensivos. Con la eliminación copera y el descanso europeo, el técnico minimizó la aportación de la segunda unidad de su plantilla, retomó su práctica de buscar un once tipo, la manera de proceder que tan buen resultado le dio un año antes. Pero esta vez las cosas no salían como entonces. Salvo tirones emocionales como la victoria ante el Sevilla en la despedida de Carlos Vela, que dejó la Real en el mercado de invierno para marcharse a la Liga americana, o la respuesta canterana y de orgullo que motivó la traición de Iñigo Martínez, que meses atrás había aceptado una de las capitanías del equipo, la trayectoria estuvo llena de sinsabores.
Sirva como ejemplo la victoria del Barcelona en Anoeta, que a la postre fue una de las causas de que esta temporada se haya perdido uno de los bienes más preciados que tenía la entidad, el récord de imbatibilidad. La Real destrozó al Barcelona en una primera parte memorable, en la que si no logró una ventaja más amplia fue porque de nuevo González González se encargó de ello. Pero en la segunda parte se hundió de tal manera que el Barcelona no solo remontó sino que además lo hizo con claridad, hasta llegar al 2-4. La Real cayó a la zona media de la clasificación, mirando más hacia abajo que hacia arriba y suspirando por el regreso de la competición europea como bálsamo de sus males domésticos. Pero la Europa League se convirtió en otra losa más y terminó de enterrar todas las ilusiones puestas en esta temporada. El rival que cayó en suerte, el Salzburgo, llegó a semifinales, pero, como el Zenit, no demostró ser mejor que la Real. Le bastó con aprovechar las flaquezas defensivas de la Real para empatar a dos en el descuento en Anoeta, y cuando estaba contra las cuerdas en terreno austriaco sacó provechó de un penalti cometido por Rulli, que además se lesionó al intentar pararlo sin éxito, y dejó fuera a la Real.
Estábamos en febrero y la temporada parecía acabada. Pero la Liga devolvió a la Real a la cruda realidad, la de que todavía era necesario asegurar la posición en Primera. Es verdad que el bajo nivel de puntos de los tres descendidos nunca puso en verdadero peligro la permanencia, pero el temor a que alguno de ellos encadenara dos o tres victorias seguidas y pusiera en apuros a los de Eusebio aumentó con la racha que siguió a la eliminación europea, una victoria en cinco partidos y cuatro puntos de quince posibles. El triunfo en Anoeta del Getafe, que protagonizó algo inédito al superar a la Real en los dos partidos de la Liga por 2-1 y después de que el equipo txuri urdin se adelantara en ambos encuentros, puso punto final a la era de Eusebio y, lo que es más trascendente, a la de Loren Juarros como director deportivo. La Real dio un giro salvaje en un domingo que tardará en olvidarse. Aunque tardó unos días en oficializarse, Roberto Olabe volvía a la dirección deportiva que dejó unos meses antes por causas que el club nunca quiso aclarar del todo y se le dio el mando del equipo temporalmente a un Imanol Alguacil que estaba llevando al Sanse a lo más alto.
La labor de Imanol fue sobresaliente. Por un lado, dio a la Real una espectacular seguridad defensiva, la misma que venía demostrando su Sanse. Y por otro, reactivó a jugadores apartados y dormidos. De esa manera, estuvo cuatro partidos sin encajar un gol, sumó tres victorias consecutivas, venció después en el derbi ante el Athletic y, a pesar de la triste derrota ante un descendido Málaga, consiguió lo imposible: que en la jornada 36 se jugara una final en Sevilla por la séptima plaza, que daba pasaporte europeo. Aquel partido se perdió, pero recuperar esa ilusión por hacer algo en mayo en una temporada que parecía muerta en febrero es algo que tiene mucho mérito. Y, al menos, la despedida ha sido digna, hasta con la enésima derrota en el Camp Nou. Xabi Prieto lo ha marcado todo. Absolutamente todo. No es muy frecuente despedir a una leyenda que haya disputado más de 500 partidos con la camiseta de la Real, cifra que celebró en la ya icónica imagen agarrando el escudo tras su gol ante el Villarreal. Solo hay cuatro más que hayan llegado a esa cifrra. El capitán se va y nos deja un poco huérfanos, pero nos ha recordado, aunque nunca lo olvidemos, qué significa la Real.
La temporada, en todo caso, ha sido mala. Es obligado reconocerlo. Nada de pensar, como hacía Eusebio, que el camino era correcto. No lo ha sido en toda la temporada. Y no corregirlo es lo que ha provocado tanta frustración. Toca aprender, coger fuerza y después del verano demostrar que esto ha sido un accidente.
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