El hecho de que la Real tuviera tres entrenadores diferentes
a lo largo de la temporada, aunque el segundo de ellos fuera interino, hace que
el diagnóstico sobre el rendimiento del equipo txuri urdin no pueda ser
positivo. Jagoba Arrasate comenzó la temporada con la clara misión de
clasificar de nuevo a la Real para competiciones europeas y corregir la línea
descendente con la que había finalizado la campaña anterior. No lo consiguió y
fue cesado con una temprana eliminación en la Europa League y dejando al equipo
en puestos de descenso tras diez jornadas. Asier Santana, técnico del Sanse,
cogió el mando para un único partido, ante el Atlético de Madrid y consiguió
motivar al equipo para superar al entonces vigente campeón de Liga con todo
merecimiento. Y David Moyes llegó con el objetivo de eludir el descenso sin
demasiadas preocupaciones, cosa que hizo, aunque sin superar el estado
depresivo que ha marcado la temporada en su conjunto.
La decisión de dar el mando del equipo a Arrasate ya fue
controvertida por su nula experiencia como técnico. Aunque su primera temporada
acabara con un gran poso de decepción por la caída libre de los últimos meses y
por el decepcionante papel en la Champions League, lo cierto es que hubo luces,
especialmente la lucha durante toda la Liga en la parte alta de la tabla o la
clasificación para las semifinales de la Copa del Rey por primera vez desde
1988. Pero todas esas luces se apagaron con la pretemporada. Arrasate cometió
tres errores fundamentales: el cambio de sistema en el que tanto insistió acabó
siendo un enorme fracaso por diferentes razones, no encontró la forma de que el
estado físico del equipo se adecuara al modo de jugar que buscaba y no pudo
frenar los inmensos problemas defensivos que tenía el equipo a nivel general.
Arrasate entendió que el 4-2-3-1 clásico de la Real ya no le
valía tras la marcha de Griezmann y decidió apostarlo todo a un 4-4-2 que
poblara el centro del campo por dentro, sin opciones en los extremos. Chory
Castro y Vela tendrían que acomodarse a jugar por el centro. Pero Arrasate no
tuvo en cuenta un factor esencial para jugar como pretendía: la velocidad. El
ritmo de juego de la Real, lento casi siempre y muy lejos de los fulminantes picos de la temporada 2012-2013, hacía impensable el funcionamiento de ese esquema.
Con todo, el técnico consiguió que se viera una versión parecida a lo que
pretendía en los dos encuentros de la Europa League jugados en Anoeta, ante
Aberdeen y Krasnodar, y ya en la Liga contra el Almería y el Valencia. Que en
esos dos partidos ligueros sólo se sumara un punto es la mejor muestra de que
el experimento salió mal..
La baja velocidad parecía consecuencia de que el estado físico de
los realistas no era el adecuado. No sólo por las muchas lesiones que sufrió el
plantel, sino porque los futbolistas no tenían el ritmo de juego necesario y
llegaban asfixiados al final de casi todos los encuentros. La preparación física, de la
que Arrasate no es el responsable directo pero sí la persona que podría haber
tomado medidas para modificarla, fue otro enorme error. Incluso la
planificación de la plantilla no fue la adecuada, porque se apostó por un tipo
de jugador con más talento que velocidad. Y eso, además, también pasó factura
en defensa. Arrasate bien decidió o bien comulgó con la decisión de reconvertir
a Elustondo en central, algo que parecía obvio para casi todos que no iba a
resolver los problemas defensivos, como así fue. Hasta la estrategia jugó en su
contra y la defensa en zona de los balones parados naufragó por todas partes.
Arrasate, en todo caso, puede lamentar que los jugadores no
estuvieron a la altura y no dieron la cara por él donde debían darla, en el
césped. En la sala de prensa todo eran buenas palabras y el respaldo a su técnico fue rocoso, pero a la hora de la
verdad le fallaron, por muy mal que Arrasate hiciera las cosas en algunas cuestiones. La
evidencia se tuvo con ese partido único de Santana. La forma en que lo
encararon los realistas no tuvo nada que ver con cómo habían jugado en las
fechas precedentes y el resultado premió esa entrega. Santana confirmó las dotes de motivador que demostraba en la banda de los partidos del filial, y eso le valió quedarse como segundo de Moyes en cuanto éste
aterrizó en San Sebastián. El escocés llegó con prudencia e inteligencia, sin
querer armar revoluciones desde el primer momento y confiando en el club, en
Santana y en quien conocía el equipo más que él. Por esos, sus primeras
alineaciones fueron continuistas.
Pero ya desde el principio Moyes tuvo un objetivo claro:
había que cerrar la portería realista a cal y canto para conseguir victorias.
El técnico escocés asumió que el número de ocasiones de gol que iba a generar
la Real sería siempre escaso y que los partidos serían cerrados y de pocos
goles, por lo que lo fundamental era encajar poco. Además de dar la titularidad
a Rulli tras unos cuantos partidos en los que mantuvo la confianza en
Zubikarai, dio protagonismo a Ansotegi ante el error de la reubicación de Elustondo y la baja
forma de Mikel González. Y por eso, también para
construir el equipo de otra manera, apostó por un doble pivote creativo, el
formado por Pardo y Granero, recuperando las bandas con Chory Castro y Xabi
Prieto casi como inamovibles, sobre todo el capitán y la presencia o ausencia
de Vela determinaba el esquema de juego.
Moyes supo hacer de la Real el equipo rocoso que pretendía,
pero no le dio la regularidad necesaria, no consiguió que diera el salto de calidad necesario fuera de Anoeta para ganar partidos con frecuencia y no terminó de
encontrar soluciones para que el juego colectivo mejorara. En realidad, pocos
fueron los partidos en los que de verdad se vio una actuación digna de destacar
en su conjunto. Las ocasiones de gol brillaban por su ausencia en la mayoría de
los encuentros, y el balón parado, a pesar de que Vela rompió la sequía de
cinco años sin goles de falta directa, fue una tortura continua. El equipo, al
menos, adquirió una firmeza de la que careció por completo en la etapa de
Arrasate, e incluso supo darle un plus de competitividad que hizo que sus
mejores momentos coincidieran con la lesión de su estrella, Vela, o que la
actuación en el Camp Nou, aún con la derrota habitual, fuera la más digna en
años.
Puestos a encontrar lo más brillante del trabajo de Moyes en
la Real, hay que destacar su faceta de manager y su impresionante profesionalidad.
El escocés ha dedicado sus primeros meses en San Sebastián a construir el
futuro. Puede que en su función primordial, la de técnico, haya dejado alguna duda.
Pero oírle hablar de la función del Sanse y de la filosofía de la Real, verle
en campos de España y de Europa buscando jugadores, hablando sin tapujos de
cuestiones como la mezcla entre cantera y fichajes o incluso de los horarios de
la Liga. También de la deficiente labor de los árbitros, algo que siempre ha
parecido tabú en la Real y a lo que Moyes dio incluso matices pedagógicos
cuando explicó que en España se sacan demasiadas tarjetas amarillas o se
señalan demasiadas faltas en comparación a otras ligas. Moyes ha sido valiente.
Por supuesto, no ha acertado en todo, pero hay mucha expectación por ver hasta
dónde puede llevar a una Real a la que entrene desde la pretemporada.
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