Otro horrible partido de Finnbogason. |
Antes de que llegara el bochorno de los últimos minutos, si había un punto de interés era ver cómo iba a resolver Moyes la gran cantidad de bajas en el centro del campo. Su respuesta, la más ofensiva posible, con Markel en la contención y cinco hombres de corte más ofensivo: Xabi Prieto como el jugador con más obligaciones de contención, Canales, Chory Castro, Vela y Finnbogason, a quien el técnico escocés ha querido dar una gran cantidad de oportunidades por delante de Agirretxe en el tramo final de la temporada. Pero ni así hubo claridad en ataque. De los jugadores que acaban contrato, sólo Zubikarai comenzó el partido sobre el césped. Elustondo lo hizo en el banquillo y ni siquiera acabó jugando. Ansotegi y Estrada, que además cierra la temporada más lamentable de su carrera con una lesión, directamente en la grada. Y hasta tres potrillos se colaron finalmente en la convocatoria, el meta Bardají, Eneko Capilla y, por primera vez, Sanz.
Fue fácil sentir que la Real no tenía ya nada en juego ya desde el arranque del partido, porque su ritmo de juego encontró en los primeros minutos una calma nada habitual. Su presión, sin ser nada del otro mundo, parecía efectiva, lo que no dejó de ser una sorpresa sabiendo que el Granada sí se estaba jugando la permanencia. El único susto en el primer cuarto de hora lo solventó Xabi Prieto con un agarrón a Lass en el borde del área que le costó una justa tarjeta amarilla. En ataque, la Real encontró una movilidad espléndida. Sus laterales se convirtieron casi en extremos y eso, junto al ofensivo centro del campo que dispuso Moyes, daba una superioridad continua a los realistas y eso hacía que el balón rondara el área de Roberto. Canales y Chory estaba muy activos y Vela con muchas ganas de marcar la diferencia. Suyas fueron las dos primeras tentativas, la primera un disparo muy flojo desde la posición que más le gusta al mexicano para conectar sus disparos de rosca y el segundo, fuera aunque más peligroso, tras un gran servicio de Canales.
La tranquilidad que reinaba en el partido en el primer tercio, que el Granada sólo interrumpió con un disparo de Lass que se fue al lateral de la red, la rompió el árbitro, demostrando que con algo en juego o no, con un rival grande o con uno pequeño, con trascendencia en el resultado o sin ella, es muy fácil pitar en Anoeta. Estrada Fernández no quiso amonestar a Javi Márquez por un agarrón clamoroso a Chory Castro, se hizo el sueco junto a su linier cuando a Finnbogason le golpearon dentro del área al hacer un desmaque y concedió la ocasión más clara del Granada, bien solventada por Carlos Martínez, al no señalar un fuera de juego meridianamente claro. Con todos estos barullos, el Granada se metió algo más en el partido. Lass empezó a tomar protagonismo y Carlos Martínez no encontraba la manera de pararle ni la ayuda de sus compañeros. Rochina estuvo a punto de marcar en una de esas jugadas, pero su disparo se marchó a córner. La Real opuso una buena falta de Canales que obligó a Roberto primero e Iturra después a despejar como pudieron, y un disparo de Chory Castro que también se topó con el guardameta visitante.
Con el paso de los minutos, la Real se fue marchando paulatinamente del partido, comenzaron las pérdidas de balón en el centro del campo, e incluso hubo algunos pitos de impaciencia en la grada. Aunque el Granada no apretaba en esos momentos, no era más que el preludio de la debacle que se vivió en la segunda mitad. Antes de eso, en otra de las asombrosas faltas que Estrada Fernández se inventó en contra de la Real, Piti colgó el balón sobre el área, Mainz la rozó con la cabeza y Zubikarai demostró con una espléndida intervención que los reflejos bajo los palos son su punto fuerte. Salvo alguna que otra combinación no llegaron a convertirse en ocasiones, sólo en el mencionado disparo de Vela, esa estirada de Eñaut fue la única acción de mérito que ofrecieron los jugadores realistas en todo el partido, aunque ni siquiera sirvió para que el guardameta realista pudiera quedarse con un buen recuerdo de su último partido en Anoeta.
No hicieron falta más que cinco minutos de la segunda mitad para ver que la Real se había ido por completo del partido, que su defensa se había transformado en una nimia oposición al Granada y que sus jugadas ofensivas morían todas en centros imposible, sobre todo de Carlos Martínez y De la Bella. Y por eso la necesidad del Granada hacía que el 0-1 fuera cuestión de tiempo. Con todo, ese gol tardó en llegar casi media hora, unos 30 minutos bastante aburridos, en los que sólo uno de esos centros horribles del lateral diestro realista se estrelló sin querer en la escuadra, una falta desde la banda botada por Canales la despejó con apuros Roberto, con la cara en realidad, y Piti mandó a las nubes la mejor ocasión de los locales. Incluso con su pobre actuación, la Real tendría que haber superado al Granada. Moyes se cansó de otra actuación para olvidar de Finnbogason y le sacó del campo en el minuto 62, pero Agirretxe apenas entró en contacto con el balón porque su entrada en el campo coincidió con los minutos en los que se diluyó la Real.
Lo curioso es que el primer gol del Granada llegó cuando ya menos se esperaba. Sus pobres ataques no conseguían inquietar a Zubikarai, y de repente los de Sandoval se sacaron de la manga una espléndida jugada que desarboló a una defensa realista que, en todo caso, no se resistió demasiado. El Arabi convirtió en gol el buen pase de Rochina y puso, en el minuto 72, la primera piedra de la debacle realista. La segunda llegó cinco minutos después, cuando un disparo de Ibáñez rebotó en la pierna de De la Bella y cogió una parábola imposible para Zubikarai. Moyes dio claramente por perdido el partido y dio unos minutos más a Eneko Capilla, que entró al campo por Carlos Martínez. El escocés ni siquiera quiso hacer el tercer cambio, sabedor de que cuanto antes se acabara el partido, mucho mejor. Pero dio tiempo a que la derrota fuera además terriblemente sangrante. Rochina marcó desde 40 metros después de robar un balón a un equipo realista desconcertado y aprovechando la posición adelantada pero correcta de Zubikarai.
Anoeta despidió a la Real con una sonora pitada, un merecidísimo reproche a una actuación paupérrima. Cierto que la clasificación europea era ya matemáticamente imposible y que la permanencia ya era un hecho, pero habría que desterrar expresiones como que ya no había nada en juego, porque los realistas, únicos en su especie, se lo creen y se dejan llevar. Y es que la Real ha emborronado una buena segunda vuelta en casa con una goleada inaceptable. Ha firmado ya su puesto final en la Liga, el duodécimo, porque el equipo que le precede en la tabla, el Celta, ya le saca cinco puntos, y el que le sigue, el Elche, tiene tres menos y el average perdido con los realistas por aquel ya olvidado hat trick de Vela en Anoeta. Y ojo, que la despedida puede ser de órdago. Si el habitualmente valiente Rayo Vallecano se encuentra dentro de una semana una Real tan displicente, serán dos las goleadas con las que los de Moyes despedirán la temporada. Eso tendría que ser inaceptable, pero tampoco es una novedad en la Real. Así de triste, así de cierto.
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