Quienes crecieron al calor de los resúmenes de Estudio Estadio cuando sólo teníamos dos canales de televisión recordamos un fútbol distinto. Había escándalos, por supuesto, y malos arbitrajes con errores descomunales. Pero es que ahora mismo es raro que en una jornada no haya cuatro o cinco partidos que cambian drásticamente por decisiones como poco discutibles de los encargados de impartir justicia. Si ni siquiera desde el Comité Técnico de Árbitros se plantean que haya un problema más allá del recibimiento que puedan tener los árbitros y hasta amenazan con plantes si los clubes siguen denunciando los atropellos que sufren, también hay que decir que estas son acciones que no siempre se emprenden de la manera más acertada, el problema tiene difícil solución. Dicen que los árbitros no pueden hablar, pero alguien tan discutible como Mateu Lahoz, que precisamente se caracteriza por hablar, ha sido un árbitro despedido con cariño. Dicen que las ruedas de prensa o escuchar las conversaciones de VAR no ayudarían, pero en otros países esto se empieza a normalizar.
Si entramos en este asunto en clave Real Sociedad, podríamos hacer acopio de jugadas y jugadas en las que no parece que se hayan tomado las decisiones más adecuadas. Tres expulsiones ha sufrido la Real por decisiones del VAR, y las tres tienen contrapuntos curiosos. La más sorprendente, la de Aritz en Anoeta ante el Valencia, en una jugada totalmente fortuita que, cierto, se ha castigado con más rojas... aunque no siempre, con un criterio tan flexible como quiera el árbitro. La de Merino en Mallorca, con Martínez Munuera pitando, llegó después de un festival de entradas contra jugadores realistas en el que destacó un Kang-Il Lee que se marchó sin tarjeta. La sensación es que el VAR mira cuando quiere, y que, una vez más, el criterio brilla por su ausencia, lo que hace que la competición esté adulterada. Si las mismas jugadas, muy parecidas, incluso análogas, no se arbitran igual, es evidente que no estamos jugando en igualdad de condiciones.
Contra los grandes, un poco lo de siempre.. Contra el Barcelona, asombró la permisividad de Munuera Montero, que no quiso ver, como tampoco desde su VAR, el codazo que Dembelé le asestó a Aihen sin estar el balón en juego y que ni siquiera pudimos apreciar con una repetición en condiciones por cortesía de Mediapro, o las tres entradas limítrofes con la agresión que sufrió Brais Méndez en el Camp Nou, en la Copa, antes de perder los nervios y marcharse él expulsado. Y contra el Real Madrid, a pesar de la victoria en Anoeta, todavía resulta incomprensible que no se pitara el penalti que Militao le hizo a Oyarzabal, por mucho que Pulido Santana después compensara con la expulsión de Carvajal. Pero si hay una jugada que despierta asombro por la pasividad de un colegiado, Melero López en este caso, fue la intercepción con la mano que hizo Nacho de un saque de banda de Illarramendi. Una tarjeta amarilla de libro que no quiso sacar y que después Imanol afeó con la mayor clase del mundo, haciendo exactamente lo mismo después en un saque de banda del Real Madrid... y llevándose, él sí, la justa amonestación por ello.Con las manos uno ya no sabe qué es infracción y qué no. Dos así reclamó la Real contra el Betis en Anoeta, una de Sabaly y otra de Álex Moreno, acciones que en otros partidos y con otros equipos se han pitado, puede que lo haya hecho hasta el propio Iglesias Villanueva que aquel día no quiso saber nada. Y si nos vamos ya al derbi en San Mamés, con el manotazo con el que Vesga impidió que un remate de Merino llegara a la portería y que Soto Grado no quiso ver, es difícil creer que exista un consenso en el colectivo arbitral sobre qué es sancionable y qué no. Como no lo explican, no lo sabemos. Como el VAR actúa cuando quiere, la sensación de desamparo y desconcierto es absoluta. Y el nivel de autocrítica, como demuestran las intervenciones del máximo dirigente del Comité, Medina Cantalejo, brilla por su ausencia.
Pasa lo mismo con los fueras de juego, que se han convertido ya en cuestiones de fe. Hay que creerse las líneas que traza el VAR, que tampoco sabemos a ciencia cierta cómo se consiguen. Y a veces, ni eso, porque una de las escasísimas jugadas que o no se revisaron o no se llevaron a la retransmisión de esa manera, con esas líneas de colores que deben demostrar, o algo parecido, que la decisión adoptada es la correcta, fue el gol que encajó la Real en Valladolid y que acabó en el 1-0 definitivo de aquel día. En la toma general, parece que el atacante pucelano está en posición antirreglamentaria, pero no pasó nada. ¿Se solucionará esto con el fuera de juego semiautomático que se quiere implantar? Probablemente no, porque llegaremos al absurdo de olvidar para siempre el espíritu de la norma y de la posición en línea. El fuera de juego moderno parece existir solo para enfadar a todo el mundo.
Ni siquiera Europa ha sido un bálsamo en este sentido. No hay que olvidar cómo logró la Roma la clasificación en Anoeta, en un partido en el que el rumano Istvan Kovacs no consiguió que se jugara de manera efectiva más que en 50 minutos, tolerando sin sanción y sin advertencia la ingente cantidad de tiempo perdido por el equipo de Mourinho. Esto, obviamente, demuestra que el problema arbitral no es exclusivo del fútbol español. Pero si no nos damos cuenta de todo lo que está sucediendo, de la arbitrariedad de las decisiones, de la triste ineficacia del VAR, de la falta de criterio y de tantas cosas que se ven semana a semana, con el caso Negreira y sus ramificaciones sobrevolando el ambiente, lo único que nos queda es sobrevivir partido a partido, como ha ido haciendo la Real para conseguir al final sus objetivos.
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