El clarísimo penalti de Lopo a Agirretxe en Riazor. |
Dentro de esas hipotéticas y ficticias clasificaciones que se establecen compensando los errores arbitrales, las cuentas son sencillas: la Real tendría que lucir en su casillero ocho puntos más. Una barbaridad que se desglosa de la siguiente manera: uno en Eibar, por el penalti no pitado a Canales; dos en Vigo, por el gol con la mano que anotó Larrivey; uno más ante el Almería, por el primer gol de los andaluces en fuera de juego; dos más por otro gol con la mano, esta vez de Xisco, del Córdoba; y dos más por el clamoroso penalti sobre Agirretxe que se fue al limbo en Riazor. Con esos ocho puntos, la Real tendría ahora mismo 18, los mismos que ahora disfruta el octavo clasificado, el Villarreal. Y eso sin contar el gol legal que el arbitro dejó en fantasma que Iñigo Martínez convirtió ante el Valencia, la no expulsión del malaguista Welligton todavía con 0-0 en el marcador o los hasta tres penaltis que se comió el colegiado ante el Atlético de Madrid.
Es bastante evidente que la táctica de la Real con los árbitros no funciona. Sobre el papel, es sin duda la más elogiable. Es la que respeta el trabajo de todos los que actúan durante un partido y la que se muestra respetuosa con la labor de quienes, por mucho que queramos, ni van a ver todo lo que sucede en un terreno de juego ni van a acertar siempre en sus decisiones. Pero en la práctica, lo que provoca es que la Real sea un equipo increíblemente fácil de arbitrar. ¿Que Vela sufre falta tras falta? No pasa nada, porque siempre se levanta, nunca da una vuelta de más y no consigue que sus jugadores rodeen al árbitro exigiendo amonestaciones como hacen tantos otros equipos. ¿Que el rival duplica en infracciones a la Real? No hay problema, porque es muy raro conseguir una expulsión (de momento, la del atlético Siqueira, y bien que se notó). ¿Que hay un penalti clamoroso o un error grotesco en su contra? Da igual, no hay protestas durante el partido o después de él, ni tan siquiera en la prensa afín y a veces ni siquiera lo lamenta la afición.
Es una de las cosas que David Moyes todavía tiene que aclarar, cómo va a reaccionar ante estos detalles más allá de que pasara por alto el penalti a Agirretxe en Riazor, pero en La Coruña dejó una alentadora muestra de carácter, lo que con tanta frecuencia demuestra la Real que no tiene en grandes cantidades, con el gesto que le hizo el banquillo del Depor en la jugada en que fue expulsado su preparador físico. Tranquilos, les dijo con la mano, en repetidas ocasiones y casi desafiante ante las protestas deportivistas. Puestos a recordar un precedente, aunque estuviera teñido de la pasión uruguaya, recordó a la forma en la que Martín Lasarte se enfrentó al banquillo del Levante en la temporada del ascenso. Para encontrar algo de raza frente a las provocaciones, probablemente ya haya que retroceder hasta John Toshack, un entrenador que nunca dudaba en alzar la voz desde la rueda de prensa o durante los partidos cuando se producían atropellos en contra de los suyos.
Viendo el perjuicio constante y las maneras que apunta Moyes, quizá sea hora de cambiar la táctica que ha seguido la Real durante los últimos años. No se trata de convertir al realista en un equipo pendenciero. Ni lo es, ni tiene mimbres para serlo, ni sería bueno que sufriera una deriva como esa. Pero quizá convenga que quede claro que estas cosas se ven. Sorprende que ante una acción como la que sufrió Agirretxe el sábado en La Coruña sólo él protestara al colegiado. Y sorprende aún más que siempre haya un tono comprensivo en los jugadores realistas al hablar de estas jugadas, incluso cuando los errores son grotescos e inverosímiles. ¿Cuántos puntos más tendrán que volar por las decisiones arbitrales, nada difíciles la mayoría de las que han perjudicado hasta ahora a la Real, para que nos demos cuenta de la gravedad de la situación? ¿Y será David Moyes quien por fin alce la voz ante esta situación?
No hay comentarios:
Publicar un comentario