La Real ofreció en el Camp Nou lo de siempre. Ni mejor ni peor que otros años. La misma derrota y con un desarrollo parecido. Ajeno al debate generado en las horas previas desde la convocatoria de Jagoba Arrasate, el equipo ofreció lo mismo que en las tres últimas visitas al estadio del Barcelona, un gol tempranero en contra que convirtió todas las buenas intenciones en algo absolutamente intrascendente. Lo triste es que el gol fue un regalo... y no precisamente debido a las cuestiones que más se habían discutido. Y como a perro flaco todo son pulgas, el partido estaba acabado en el minuto 8 y se fue torciendo todavía más con las lesiones de Xabi Prieto y Estrada. En realidad, para entonces ya no había mucho más que analizar. Por supuesto, la contundencia del marcador y el escaso espíritu competitivo que se ha atisbado en el equipo (insisto, el mismo de las últimas tres temporadas) avivará debates.
Arrasate planteó un once en el que tuvieron cabida Cadamuro de central, Estrada de lateral, Ros junto a Markel y Prieto en el centro del campo y Sangalli en una de las bandas, con Griezmann en la otra y Seferovic en punta. Debates al margen, lo que sucedió en el partido es que la Real salió con fuerza. Parece casi una broma viendo el conjunto del partido y el resultado final, pero dio la sensación de que el equipo txuri urdin quería dar un golpe sobre la mesa, rebelándose contra las polémicas previas. Los realistas presionaban arriba, robaron pronto dos balones, Markel dispuso de un primer disparo desde la frontal del área tras una buena jugada y Seferovic enganchó un zapatazo sensacional que se estrelló contra el larguero de un Víctor Valdés que nunca hubiera podido llegar al esférico. No habían pasado más que 80 segundos desde el inicio y, por absurdo que pueda parecer después del encuentro, las sensaciones eran diferentes a las de años anteriores.
Pero fue un espejismo de manual. En el tercer minuto de juego, Alexis cogió el balón en la zona derecha del ataque blaugrana, dejó atrás a Griezmann y su centro rebotó ligeramente en Iñigo Martínez. Cuando parecía que Bravo cogería el balón sin problemas, no terminó de hacer el gesto tras frenar Cadamuro su intento de despeje. Y Neymar apareció por detrás del guardameta chileno y empujó torpemente el balón al fondo de las mallas. Un gol de chiste que derrumbó el castillo de naipes y rompió la ilusión. Bravo y Cadamuro sabrán qué motivó la falta de entendimiento, pero la causa del gol estuvo ahí, no en el fútbol del Barça. Y el partido se acabó en ese momento. Todo lo demás llegó después de que ese gol recuperara la mandíbula de cristal que este equipo suele exhibir en el Camp Nou y el 2-0, en el minuto 8, terminó de romperla. El segundo gol fue otro error clamoroso de todo el entramado defensivo. Primero de un Markel Bergara, uno que tiene la vitola de titular, que apenas cortó alguna jugada culé y que en esta ocasión hizo pasillo a la entrada de Neymar por la izquierda. Con sólo un hombre en el centro del área, la defensa de la Real basculó innecesariamente hacia su derecha, y Messi entró solo en el segundo palo para marcar de cabeza.
Rematando la nefasta carambola que ya había convertido el partido en la inevitable derrota de siempre, Xabi Prieto se retiró lesionado, con una contusión que al menos no fue rotura, y Arrasate hizo un cambio ofensivo, que casaba con las posibilidades que daba el marcador pero no con el momento emocional de la Real. Entró Agirretxe y se colocó por detrás de Seferovic, aunque intercambiando posiciones, como ya es habitual en la zona atacante del equipo. El técnico había dicho que ambos podían jugar juntos y ahí lo estaban haciendo, nada menos que en el Camp Nou. Un detalle elogiable pero que no pudo tener trascendencia porque, sin tiempo para respirar, sólo un minuto después llegó el tercero del Barça. Después de una jugada de carambola en la que Bravo salvó el gol primero y Messi estrelló después el balón en el larguero y en el palo con un único disparo, Griezmann hizo un despeje que tendría que ir a los manuales de cómo no sacar el balón del área. Se lo entregó a Busquets en la frontal, que con un buen disparo batió de nuevo a Bravo. Lo peor del 3-0 que ya pesaba en el marcador era que el Barcelona no había hecho absolutamente nada para conseguirlo, que todo llegó por deméritos de la Real.
Con ese marcador, el Barcelona sí comenzó a jugar como sabe y si no cayeron más goles fue porque dio el partido por terminada y ganado y se dedicó a lucirse. Lo hizo, sobre todo en una jugada de campanillas que, curiosamente, se frustró porque Messi golpeó al aire y no a la pelota. Para la Real, sólo Griezmann pudo marcar desde el disparo al larguero de Seferovic en el arranque, pero Víctor Valdés reaccionó bien a su lanzamiento. Tras otra nueva lesión (incontables las que ha sufrido el equipo desde la pretemporada y ahí sí que convendría un análisis serio ya), la que obligó a Estrada a quedarse en los vestuarios, dejar su puesto a Ansotegi y mandar a Cadamuro al lateral derecho, la segunda parte amenazaba con convertirse en un monólogo en el que el Barcelona acumulara ocasiones y aumentara el marcador hasta donde quisiera. Y las tuvo, pero con una desgana propia de un entrenamiento. A la Real sólo le quedaron los habituales chispazos que sí muestra, incluso en sus peores momentos. En uno de ellos, en realidad el primero de la segunda parte y eso que ya estábamos en el minuto 65, Sangalli envió el balón al segundo palo, donde Agirretxe realizó un control magistral y colocó el balón dentro del área para que De la Bella, de largo el mejor realista en fútbol y en actitud, hiciera el 3-1.
En condiciones normales, ese marcador habría metido a la Real en el partido, como lo hizo aquel 1-2 de Chory Castro en el partido de Anoeta de la temporada pasada o el del propio Agirretxe un año antes también en el estadio donostiarra. Casi a renglón seguido, la Real tuvo la única ocasión de creer de verdad en que podía sacar algo positivo del Camp Nou, Valdés no pudo atajar el disparo de Griezmann y Sangalli estuvo a punto de llegar al rechace. Pero ahí se puso el punto final al encuentro, antes incluso de que Bartra hiciera el cuarto después de que Messi dejara atrás a toda la defensa realista en el minuto 76. Pedro, Piqué, Sergi Roberto y Alexis, que estrelló el balón en el palo, pudieron engordar la cuenta goleadora del Barcelona, pero ninguno de ellos consiguió batir de nuevo a Bravo. Esos minutos de la basura dejaron la preocupante imagen de un muy batallador Sangalli cayendo al suelo por culpa del esfuerzo, pero afortunadamente parece que no fue una lesión de importancia sino un síntoma de cansancio. Y también dejó un cambio inane de Arrasate, al dar entrada sin demasiada a razón a Pardo por Ros, y dejando sin minutos a Chory y Vela.
El 4-1 es un resultado claro y que seguramente no hace justicia a los méritos de uno y otro. La goleada pudo y debió ser más abultada. Y cada cual sacará sus conclusiones sobre las causas. Hay fracasos colectivos evidentes, porque no es normal perder 16 partidos seguidos en ningún campo, por mucho Camp Nou que sea, y que rara vez se haga plantando cara de verdad al Barcelona. Y hay fracasos personales que no se pueden eludir. Incluso asumiendo las rotaciones, era un día para que los más experimentados cogieran la responsabilidad. Pero si Markel hace pasillo a las llegadas iniciales del Barcelona o Griezmann (que sí dio la cara y fue el hombre más peligroso de la Real) despeja como despejó el balón que precedió al 3-0, es imposible que los menos habituales eleven el nivel. Cadamuro fue, de largo, el más desafortunado y está perdiendo la oportunidad que le dio la lesión de Mikel González para consolidarse como jugador de la Real. Estrada y Ros cumplieron. Sangalli destacó por ilusión al principio y por coraje después, y merece más oportunidades. Pero lo peor es la sensación de que con este u otro once, con esta u otra convocatoria, la derrota era inevitable. Eso sí que duele, por mucho Barça que esté delante.
1 comentario:
La Real Sociedad no hace acto de presencia en los grandes estadios. Eso es de equipo pequeño, muy pequeño.
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