Yuri fue titular en la banda izquierda. |
Si la convocatoria de Moyes ya era toda una proclama ambiciosa tras el 1-0 adverso del partido de ida, con toda la artillería y la justa presencia de jugadores del Sanse a la que obligaba la necesidad, el once inicial parecía ser un auténtico llamamiento a las armas: Rulli, Aritz Elustondo, Iñigo Martínez, Mikel González, Yuri, Granero, Pardo, Xabi Prieto, Vela, Canales y Agirretxe. Lo mejor, en el campo. Sin reservar a nadie y buscando perfiles muy ofensivos. Moyes parecía dar a entender de esta manera que la Real quería su remontada. Pero en realidad la elección del once sólo fue el preludio de una forma absolutamente equivocada de entender el momento en el que estaba la eliminatoria tras los primeros 90 minutos. La Real quiso contemporizar, jugar con sosiego, calmar el partido en busca de un gol que sirviera para nivelar la eliminatoria. Y de esta manera, olvidó que delante estaba el Villarreal, un equipo que llegó a Anoeta dispuesto a aguantar con orden y sin demasiadas complicaciones el movimiento inane del balón que practicaba la Real para después lanzar contras mortales.
Si la Real tuviera velocidad en la circulación de balón, se podría haber entendido ese planteamiento. Pero no la tiene, y Pardo en solitario con algún buen cambio de juego no es suficiente para hacer este fútbol. Y no parece asumirlo, ni para solucionarlo ni para buscar una alternativa. Por eso, cada jugada de la Real acababa con un pase atrás de uno de sus laterales y una vuelta a empezar. Y cuando el equipo txuri urdin conseguía superar todas las líneas de presión, no necesariamente por fútbol, la defensa del equipo castellonense estaba siempre atenta, lo que comenzó a provocar ya en esos minutos un torrente de córners con los que los realistas casi nunca fueron capaces de generar peligro. En el primer cuarto de hora, la poca habilidad de Giovani para mantenerse en posición correcta impidió que las contras del Villarreal machacaran muy pronto la eliminatoria. Esas jugadas sirvieron para darse cuenta de que a la Real se le había olvidado lo que tendría que su objetivo principal, buscar el gol. Su única tentativa en este sentido, y no llevó ningún peligro, fue un equivocado disparo de Yuri que se fue por muy encima del larguero de Asenjo.
Rulli intervino a los 19 minutos para evitar el gol de Trigueros, con una espléndida parada que demostró el extraordinario nivel del guardameta argentino. Anoeta ya esperaba en silencio la puntilla a la eliminatoria, y esta llegó a los 26 minutos. Nadie puede sorprenderse de que llegara en una contra, que culminó Gerard Moreno después de que Giovani hiciera una espléndida conducción. Con la eliminatoria cuesta arriba, más todavía, la única respuesta de la Real fue tambalearse y el único instante en el que el empate se vio venir fue cuando un despeje de Dorado estuvo a punto de sorprender a Asenjo. No hay mejor manera de recordar a un equipo el poco peligro que es capaz de llevar sobre la portería rival que una ocasión en propia puerta como acción más destacada. Rulli sí tuvo que intervenir con acierto para evitar el segundo. Y ya cuando Velasco Carballo, más adelante se evaluará su provocador y desquiciado arbitraje, estaba a punto de pitar el final, ocurrió el milagro: la Real aprovechó un córner para marcar. Asenjo hizo la parada de la noche para sacar un gran cabezazo de Agirretxe, pero el rechace fue a pies de Vela, que marcó sin oposición.
La Real había firmado una primera parte patética, un reconocimiento sin concesiones de su inferioridad manifiesta ante el Villarreal, y sin embargo la eliminatoria no estaba decidida a 45 minutos del final, por mucho que fueron dos los goles que necesitaba el equipo txuri urdin para superar la ronda. La segunda mitad fue muy distinta. La inferioridad realista era manifiesta y prolongada, pero al menos se vio el ritmo, el corazón y las ganas de buscar al menos el gol que pudiera meter el miedo en el cuerpo al Villarreal. Bien es cierto que eso dejaba tantos espacios al equipo castellonense que se olía más el 1-2 que el 2-1, pero luchar por la remontada era lo mínimo que se le podía exigir a este equipo, por mucho que el fútbol de uno y otro equipo convirtiera esa batalla en un imposible. De hecho, Rulli fue el único portero que tuvo que intervenir en estos minutos en los que el partido podía moverse en un intercambio de golpes. Hasta el minuto 54 no tuvo una ocasión clara de gol la Real, un cabezazo de Xabi Prieto que sin darse cuenta envió a córner Jaume Costa con la cabeza.
Moyes buscó la chispa que faltaba colocando en el campo a Chory Castro por un Canales que, una vez más, firmó una actuación que fue de más a menos, pero no la encontró. El partido entró en una fase en la que apenas había incidencias que ayudaran a la Real en su búsqueda de dos goles y que terminó cuando el equipo txuri urdin acabó sucumbiendo a la evidencia de sus escasos recursos, tanto ofensivos como defensivos, aunque la mejora en esta parcela desde la llegada de Moyes sea evidente. Pero es que fue un saque de banda del Villarreal lo que provocó el 1-2 que parecía la sentencia definitiva a la eliminatoria. Dos atacantes y dos defensores buscaron ese balón y, por supuesto, lo encontró Giovanni con los dos realistas por los suelos, por mucho que pudiera haber falta sobre Iñigo Martínez. Claro que las situaciones más desesperadas son cuando la Real se empeña en demostrar que tiene corazón. Y fútbol, aunque por algún extraño motivo, no lo quiera sacar. Porque el empate a dos no sólo llegó en la siguiente jugada, lo que invita a pensar en que el equipo tiene carácter, sino que fue un tanto portentoso. Granero, Yuri, Vela y Chory trenzaron una jugada que finalizó el Pirata con una volea extraordinaria, un gol que merecería estar entre los nominados al Puskas del año que viene pero del que nadie se acordará.
Quedaban 16 minutos y Moyes decidió liarse la manta a la cabeza y buscar al menos un cuarto de hora honroso, un toque de corneta radical y la persecución de un milagro. No es poco para los tiempos que corren en la Real y hay que reconocérselo. Retiró del campo a Mikel González para poner a Finnbogason y la Real pasó a jugar con tres atrás y todo el mundo atacando. Tan metido estaba en el partido, que Velasco Carballo acabó expulsándole por protestar un fuera de juego de Finnbogason, una de las muchísimas decisiones con las que el árbitro fue minando poco a poco a a Real. El suyo fue un arbitraje cobarde, desacaradamente anticasero con un doble rasero vergonzoso, por mucho que disimulara advirtiendo a Marcelino en la primera mitad, desquiciado cuando el partido se puso frenético y tan peligroso que incluso en la primera mitad llegó a sacar dos tarjetas a los realistas por protestar, a Iñigo y a Yuri. Ojo, por protestar. Y todos sabemos cómo de livianas son las protestas de la Real. La chulería de Velasco Carballo quedó de manifiesto en esa jugada, en la que dejó de seguir con la mirada un contraataque del Villarreal para retar a Iñigo antes de amonestarle. Demencial.
Pero su show fue continuo en la segunda mitad, cuando dejó que el Villarreal entrara siempre, legalmente o no, para frenar los ataques de la Real, sirviéndole en bandeja los contraataques con los que tanto disfrutó el equipo de Marcelino. Moyes en la banda y jugadores como Pardo y Granero sobre el césped evidenciaban una incredulidad continua, por mucho que no ocurriera nada en las áreas ni hubiera una alteración del marcador. El reparto de tarjetas fue vergonzosamente parejo hasta que a Velasco se le volvieron a cruzaron los cables y expulsó a Mussachio por una falta sobre Agirretxe en la frontal. Quedaban siete minutos más el descuento (que todo el mundo sabía que, a pesar de las constantes pérdidas de tiempo del Villareal, de las dos expulsiones y de cinco cambios, no iba a superar los tres minutos rutinarios) y Anoeta, por alguna razón, probablemente también por la raza que mostró Moyes y que no se veía en el banquillo realista desde aquella trifulca de Lasarte contra el Levante todavía en Segunda División, creyó en la remontada. O al menos en una muerte con honor. Todo dependía, en realidad de que esa falta desde la frontal fuera gol. Pero el desafío a cinco años de sequía en esta suerte futbolística se estrelló en la barrera.
En realidad, la Real no gozó de ninguna ocasión de gol para ganar el partido y forzar al menos una despedida heroica, y con la ausencia de Moyes ya ni siquiera se planteó un tercer cambio. Y no tuvo opciones de marcar sencillamente porque no tiene los fundamentos futbolísticos imprescindibles para competir al más alto nivel. No hubo un solo centro decente en todo el partido, ni siquiera cuando había dos delanteros centro en el campo y el Villarreal tenía un defensor menos, y eso habla francamente mal no ya de la preparación física de este equipo, de la planificación de la plantilla o de los aciertos desde el banquillo, que son los focos de crítica más reiterados hacia la Real en esta temporada, sino de la categoría individual de cada uno de los jugadores que pisaron hoy el césped de Anoeta. Todos ellos se dejaron la vida, eso es indiscutible, el problema de la Real no es de desidia ni siquiera en el caso de Xabi Prieto aunque a veces lo parezca. Pero casi ninguno decide bien. Rulli siempre. Agirretxe a veces. Vela cuando tiene el día, y hoy no lo empezó a tener hasta la segunda mitad. Pero no hay juego colectivo, por mucho que el segundo gol evidencia que parece imposible.
Al menos, la segunda mitad lavó algo la cara de un equipo que se encontró con la esperanza cuando su paupérrima actuación invita a pensar en una goleada del Villarreal. Pero es evidente que la motivación no fue la adecuada. Moyes habló de ganar la Copa y puso sobre el césped a un once para que la remontada fuera una posibilidad real, pero o bien su mensaje en el vestuario no fue el mismo y se equivoco con un planteamiento conservador que no respondía a la ambición de su equipo inicial o bien los jugadores no le entendieron en absoluto. Si la primera parte fue la versión más ofensiva para el aficionado que sí hubiera creído en la remontada, la segunda expresó la realidad del equipo, una insuficiente para lograr grandes cosas pero, gracias a su calidad y a su corazón, suficiente para plantar cara a cualquiera, incluso sin dominar los registros a balón parado, sin tener un fondo de armario en el que confíe Moyes y con delanteros que no consiguen rematar a portería. La Real está fuera, confirmando que, pese a su arreón final de orgullo, la Copa era un estorbo.
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