Markel, sobrepasado por Modric. |
El resultado final y la forma en que se convirtió en realidad acaba siendo aún más sangrante recordando el primer cuarto de hora del partido, en el que la Real sí dio la talla o, al menos, dejó entrever que sabía como hacer daño a su rival. El Madrid, con el cansancio acumulado de su partido de Champions, estaba francamente incómodo sobre el césped de Anoeta. Arrasate había dispuesto un esquema muy parecido al que desplegó ante el Barcelona, pero con algunas diferencias. Esta vez el objetivo era presionar arriba, que el equipo de Ancelotti le costara sacar el balón y tuviera que recurrir a pelotazos largos que dieran ventaja a la defensa. Esa era la primera parte del plan y comenzó saliendo francamente bien, porque el Madrid no sabía salir de su área. Ni Xabi Alonso, ni Illarramendi, ni Modric encontraban las salidas. La segunda parte de ese plan era que los ataques realistas fueran fulminantes y que partieran desde fuera en diagonales hacia dentro. Y esa segunda parte también estaba funcionando. En ese primer cuarto de hora, Griezmann, Vela y hasta Elustondo en dos ocasiones encontraron esas diagonales y sorprendieron a la defensa madridista, aunque sin encontrar la portería.
No quiere decir eso que la apuesta de Arrasate, entre la valentía y la cerrazón por diversos motivos, saliera enteramente bien. Y el problema no estuvo en la pizarra, que los primeros minutos demostraron al menos válida, sino en la elección de los jugadores que la llenaban. Es llamativo que, teniendo donde elegir, Pardo sea siempre el jugador que no disputa los partidos grandes. Mucho más cuando los nombres escogidos para rellenar el once han demostrado ya más de una vez en la presente temporada que no están en disposición de ser los idóneos. Markel es un jugador mucho más sobrepasado de lo que aparenta y ni siquiera se vio ante el Madrid su capacidad para destacar cuando peor juega la Real. Elustondo es, directamente, un jugador intrascendente, que sólo fue capaz de hacer las mencionadas diagonales pero que nunca fue capaz de encontrar la pelota ni de obstaculizar, como tampoco hizo Markel, la salida del Madrid. El caso de Elustondo es, en ese sentido, mucho más grave. Y Zurutuza no está en forma. No la está recuperando con los muchos minutos que le está dando Jagoba y, en cambio, la sangría en el centro del campo continúa. De esa forma, Canales, el más y mejor entregado a la causa, recorre una enorme cantidad de campo sin demasiado éxito.
Ahí es donde se le empezó a ir el partido a la Real, en el desgaste progresivo de su ya precario centro del campo, y no por la calidad del Madrid. Y, aunque pasara algo desapercibido, también se escapó el partido por la lesión de José Ángel, por un bocadillo. Dentro del buen tono que mostró la Real en ese arranque de partido, el que mejor lo estaba leyendo tanto en defensa como en ataque era José Ángel. En el esquema sin delantero que dispuso Arrasate los laterales debían tener una importancia capital, tanto en la salida de balón como en las opciones ofensivas. Y al cuarto de hora el técnico tuvo que colocar a Ansotegi en el campo y desplazar a Mikel González a la banda. Mikel que está completando una temporada bastante deficiente se veía así en la peor de las posiciones posibles y la Real perdía a su mejor estilete ofensivo de entre los hombres que debían apoyar a Griezmann y Vela. Tras el cambio, que se produjo en el minuto 17, la Real se fue desinflando poco a poco. Y por su propia inercia, porque el Madrid era incapaz de dar dos pases seguidos que le llevaran a posiciones de peligro. Simplemente ganó metros porque la Real los fue perdiendo.
En toda la primera mitad, no hubo que reseñar más que dos jugadas de verdadero peligro, una en cada área. La de la Real llegó en el primer tercio, el único momento en que creyó en la victoria como se ha apuntado, con un buen cabezazo de Griezmann, su única acción trascendente del partido por está irreconocible tras alcanzar la internacionalidad, tras un pase de Vela. En esos minutos, el equipo rondaba la frontal del área y dando cierta sensación de peligro, pero Diego López se fue prácticamente inédito de Anoeta, a excepción de un auténtico paradón tras un remate de Vela que Hernández Hernández, a instancias de un linier groseramente equivocado, anuló por un fuera de juego inexistente (su compañero en la otra banda también pitó otro absolutamente indecente en una jugada en la que Isco recibió el balón estando habilitado). La ocasión del Madrid llegó en el minuto 45. Y fue gol. Illarramendi culminó su traición al corazón realista que perpetró con su huida el pasado verano marcando tras un despeje no muy afortunado de Bravo, en una jugada en la que Elustondo perdió un balón absurdo en el área madridista que después ningún realista supo leer. Ni el guión más cruel se había escrito de antemano pensando en un gol de Illarramendi.
Con ese golpe, tan psicológico por el minuto en que llegó como cruel por su protagonista, se acabó la Real. Y comenzó a desangrarse rápidamente. Se desmoronó físicamente, sin que haya una justificación en el ritmo del partido, siempre mucho más lento de lo que cabía esperar. Se autodestruyó anímicamente, y en eso la responsabilidad no puede ser únicamente del entrenador. Y fracasó tácticamente. Esto último, de ser visible, tendría que acabar de una vez por todas con el discurso que lleva a cambiar los planteamientos para fortalecer el centro del campo. La Real no fue fuerte en esa zona. No robó balones. No hizo faltas. No sujetó los ataques del Madrid. No hay una Real más fuerte con Markel y Elustondo en el centro. Sencillamente no la hay. Como todos los jugadores, podrán estar mejor o peor según sus capacidades personales y lo bien que se asocien, pero la fortaleza que aportan ambos es un mito ya imposible de creer. Y probablemente también analizados por separado. Si a eso unimos una moral que se fue minando por la deficiente defensa de las jugadas de estrategia (Ramos y Bale remataron a placer sendos córners, el primero de ellos mandando el balón al larguero), no había más opción que la derrota.
Y esta se certificó ya con el 0-2, que llegó por un clamoroso fallo de Bravo precisamente en la suerte futbolística que mejor domina, el golpeo con el pie. Un precipitado y fallido saque del chileno rozó en la espalda de Ansotegi y cayó en los pies de Bale, que viendo la portería desocupada colocó el balón entre los tres palos y sentenció el encuentro. Era el minuto 65, y las sensaciones no podían ser peores, ya que incluso un minuto antes Benzema había estrellado de nuevo en el larguero un precioso zapatazo. Nadie en ese momento pensó en la remontada. Anoeta se quedó en silencio sin llegar a comprender la falta de fe de un equipo que precisamente contó con esa cualidad como una de las fundamentales para todos los méritos que había mostrado en los últimos años. El gol, además, invalidó la tentativa ofensiva de Arrasate, que retiró al desaparecido Zurutuza para colocar por fin a Agirretxe sobre el campo. No hubo tiempo de comprobar si había posibilidades de compensar lo mucho que se notó que no hubiera un delantero centro en el campo en algunas jugadas de la primera mitad.
El tercer cambio no contribuyó demasiado a que el equipo encontrara esa fe. Retiró a Mikel González (un cambio, por ciento, que se está convirtiendo en algo habitual), para poner sobre el verde a Pardo y dejar una defensa tan inédita como inaudita, con Elustondo como central al lado de Ansotegi e Iñigo Martínez como lateral izquierdo. Este es el riesgo de no tener laterales en el banquillo, una decisión que suele adoptar con frecuencia Arrasate. Ros, obviamente, ya no cuenta ni para ese papel de parche de emergencia cuando faltan cuatro de los cinco laterales puros que puede alinear el técnico txuri urdin, por lo que es evidente que hay un claro error en la confección de la lista. No es un error nuevo, pero sus consecuencias sí se han visto hoy con más claridad que nunca. A partir de ahí, la goleada era más que previsible. Pudieron marcar Isco, Benzema, Di María y, en lo que hubiera sido un requiebro demasiado cruel con la afición, Xabi Alonso de falta, pero lo hicieron Pepe, de forma nada casual en otro córner mal defensivo, y Morata, al culminar un contragolpe en el que, sin noticias de Elustondo, Markel corrió detrás de una sombra naranja como durante todo el encuentro.
A la espera del partido del Athletic, la sensación final es tan pobre ante un Madrid nada esplendoroso que pocos habrá ya que piensen en las opciones de Champions. Lo único que ya sabe es que el Villarreal no acabará esta jornada por delante y hay que esperar al resultado del Sevilla, pero lo importante siempre es lo que haga el equipo txuri urdin y hoy fracasó rotundamente. No por perder ante el Real Madrid que, hay que insistir en ello, es algo relativamente factible. No en vano los de Ancelotti han ganado ya 24 partidos. Pero perder sin un mínimo atisbo de resistencia es muy doloroso. Sobre todo porque este partido estaba marcado en rojo en el calendario. Anoeta como fortín. Un Real Madrid que no pierde ahí desde hace diez años. Y con la persecución al Athletic por la Champions como ilusión, incluso dentro de la desilusión a la que la propia Real ha dado rienda suelta en el último mes. Por eso este 0-4 es una fracaso. Porque la sensación que dejó es curiosamente similar a la del partido del centenario, en 2009, también ante el Real Madrid. La Real, aquel día, corrió, sufrió, quiso plantar cara, pero perdió fácil. ¿La diferencia? Que esta Real es de Champions y que aquella, que era de Segunda, sólo cayó por 0-2 y no dejó de creer hasta el final.
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