Aritz celebra su gol al Deportivo de esta gráfica manera. |
Cada vez que uno de estos millonarios prematuros que se dedican al fútbol se sienten en la necesidad de justificar una traición, apelan al hecho de que son profesionales. Y cada vez que lo escucho, algo se remueve en mi interior. El hecho de ser profesional implica mucho más que ganar dinero por una actividad, y no sé por qué aceptamos los derechos pero no recordamos las obligaciones de quienes desempeñan una profesión, más todavía uno que ha aceptado la responsabilidad de ser capitán, eso que sigue teniendo un significado en clubes como la Real. ¿Que un jugador tiene derecho a cambiar de aires, a proponer las cláusulas que quiera en su renovación o a dejar la práctica del fútbol cuando le venga en gana? Por supuesto que sí. Pero vale ya de tomar el pelo y dar a entender que el futbolista profesional solo tiene dos misiones en la vida, ganar títulos y ganar dinero.
El fútbol, mal que les pese a quienes defienden, alientan y solo han vivido el momento actual, es mucho más que esa manera de entender la profesionalidad. Un profesional firma un contrato que está compuesto de muchas más cláusulas que la de rescisión, y no parecen tenerse en cuenta cuando se trata de ejercer el poder de hacer lo que les venga en gana si tiene el dinero para que ese contrato sea poco más que papel mojado. Un profesional, en este caso, se dedica a una profesión que tiene una repercusión social que incluso va más allá de lo que pone en su contrato. ¿Fue más profesional Paolo Maldini por desempeñar toda su carrera en el Milán que Matt Le Tissier por hacerlo en el Southampton?¿A que nadie pondría en duda la profesionalidad de ninguno de los dos? Ambos, por cierto, han sido premiados por el Athletic, en ese curioso premio que dan los vecinos a los One Club Men del mundo y que jamás se atreverán a dar a un jugador de la Real, aunque este sea el equipo de la Liga española que más futbolistas fieles a sus colores ha tenido. Y eso, aunque en algún lugar duela, es un dato, no una sensación.
¿Pero sabéis lo que es ser profesional? Acabar el trabajo. Si un equipo tiene un objetivo, llegar a él. Si una temporada se tuerce, arreglarla. Si te pasas unas semanas sin jugar, trabajar como el que más para que el entrenador cambie de opinión. Si eres capitán, guiar al resto, dentro y fuera del campo, luciendo con orgullo y honor no solo el escudo que llevas en el pecho sino también en el brazo. Cumplir con lo que te pide quien te paga por un lado y quien te anima por otro. Y ahí hemos llegado al punto culminante. Estos que se agarran a la profesionalidad por el dinero no se dan cuenta de que se deben a dos pagadores. Uno es, efectivamente, el que te ingresa la nómina en el banco, tu club, una empresa que se dedica al negocio del fútbol, y ahí es lógico que uno atienda a las condiciones del pagador para elegir su futuro. Pero ojo, no solo las económicas. Eso es solo parte del trabajo. El otro pagador es el aficionado. El que acude a la grada, el que lo ve por la tele, el que anima, el que da palmadas de aliento a sus jugadores, el que sufre con las derrotas y el que es la persona más feliz del mundo con las victorias, por insignificantes que puedan resultar estas alegrías a quien suma ceros en su cuenta bancaria.
Profesional es Aritz Elustondo, porque él sí entiende que el fútbol es algo más que el dinero que ganas, porque comprende el componente de ilusión que tiene, porque ha entendido que no jugar es un aliciente para hacerlo mejor todavía cuando le toque saltar al césped, porque tiene tiempo de celebrar los triunfos con los suyos y con todos los demás que comparten colores y porque sabe que el trabajo no se acaba después de un partido o un entrenamiento, sabe que el trabajo sigue porque forma parte de los sueños de miles de seguidores. Profesional es Aritz Elustondo, sí, como antes lo fueron Mikel González. O Ion Ansotegi, este más profesional aún porque fue un capitán modélico. O Kote Pikabea, por seguir retrocediendo en la historia de la Real y sin necesidad de llegar a la maravillosa época del equipo campeón. O Gabi Schürrer, por dejarle claro a algunos que tampoco es una cuestión de lugar de nacimiento. Todos ellos son centrales que, siendo claros, no tienen las condiciones del anterior número 6 de la Real, pero de los que nadie se borraría el número de la camiseta y a los que ningún niño tachará jamás en sus pósters.
Todos ellos saben que jugar en la Real es algo grande. Lo hicieron y lo harán mientras puedan, y en las mejores condiciones. Y cuando llegue el momento de irse, por edad, porque aparecen otros mejores o porque de verdad crean que su camino les ha de llevar a otro lugar, lo harán con la cabeza alta y con lágrimas en los ojos, no encapuchados y escribiendo falsas palabras de despedida. En la Real quiero a esos profesionales, quiero la sonrisa de Mikel, el cariño de Ion, por descontado la leyenda de Xabi Prieto o Mikel Aranburu. Los que huyen por dinero o por despecho para enmascarar su falta de compromiso, ni en pintura. Por muy buenos que sean. Por eso los golpes de pasión sobre el escudo y el corazón, por eso la piña antes del partido, por eso la sonrisa de satisfacción que ahora tenemos tenemos los realistas de saber que hemos perdido a un gran jugador pero, ahora lo hemos descubierto, también a un gran lastre. Pero sobre todo felicidad por la renovación de Aritz. Porque a estos jugadores los queremos con nosotros todo el tiempo que sea posible.
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