Si estamos hablando de una temporada en la que la Real dejó de jugar una final de Copa por una semifinal a doble partido con decisiones en ambos partidos que afectaron claramente al resultado, la conclusión más inmediata y evidente es que el arbitraje sigue viviendo días muy oscuros. Días que la implantación del VAR no solo no ha conseguido enterrar, sino que los ha acentuado. Con cada nuevo paso que se quiere dar, la situación parece todavía peor y el fútbol es cada vez menos fútbol, la poca credibilidad que se pudiera tener en el arbitraje está en una caída sin frenos y a nadie parece importarle. Nadie aporta soluciones, no hay quejas globales y organizadas, y el fútbol sigue sufriendo, víctima también de un madridbarçismo cada vez más insoportable. Arbitralmente, ha sido otra temporada nefasta
La Real, decíamos, no consiguió eliminar al Mallorca en las semifinales de la Copa del Rey. Resultó decisivo que Tierney marcara el que habría sido su primer gol con la Real ya en la prórroga, con 1-1 en el marcador, y Gil Manzano no le diera validez. En España no existe tecnología de gol porque no quieren sus dirigentes, y eso tuvo un efecto de trascendencia insuperable aquel día, en el que Pizarro Gómez desde el VAR no se atrevió a decirle al árbitro de campo, seguramente con la lógica de no tener una toma definitiva, que la Real había marcado. Aquello, que tendría que haber sido un escándalo definitivo, apenas se comentó. Desde luego, se habló mucho más de un gol fantasma del Barcelona en el Bernabéu unos días después que habría servido, en el mejor de los casos, para retrasar el alirón del equipo blanco. Aquello sí generó ruido.
Pero es que en el partido de ida, en Mallorca, hubo un claro derribo a Barrenetxea dentro del área del que ni Muñiz Ruiz desde el campo ni González Fuertes desde el VAR quisieron saber nada. Es la tónica en el fútbol español, donde ya se ha normalizado que media docena de partidos cada jornada tengan mucha polémica, resultados afectados directamente por el uso o no uso del VAR y criterios de una disparidad absoluta entre un arbitro y el que pita la semana siguiente. Lo vimos, por ejemplo, con las manos. Una de Carvajal en la visita del Real Madrid Anoeta, con 0-1 en el marcador y en los minutos finales, fue ignorada por Munuera Montero desde el campo, y rápidamente zanjada por Busquets Ferrer con el videoarbitraje, a pesar de las protestas de Becker, y sin embargo el VAR de Iglesias Villanueva se tomó su tiempo para indicar a Arberola Rojas que mandara al punto de penalti una mano de Odrizola contra el Barcelona en Montjuic tres minutos después de que se produjera para sorpresa hasta del equipo blaugrana.
Munuera Montero, nuevamente, ha sido uno de esos árbitros a tener en cuenta en la vida de la Real. Queda ya para la historia negra lo que hizo en el Metropolitano en perjuicio del equipo txuri urdin, coronando su siempre sibilina actuación con dos acciones de penalti sobre las que decidió de manera tan desigual como injusta. Prieto Iglesias le llamó la atención desde el VAR por una clara mano de Morata dentro del área, fue a verla al monitor y decidió mantener su criterio. Lo sorprendente vino unos minutos después, cuando una mano de Carlos Fernández, en el suelo y de espaldas, sí fue sancionada como penalti. Sin esperar a ninguna indicación del VAR, sin ir a verlo siquiera a la pantalla, ahí sí tuvo los arrestos de responder a las inmediatas protestas de los jugadores de la Real con una vehemencia inverosímil. "Es una mano como una catedral", les decía. El colegiado fue a la nevera por esta actuación, lo que no impidió al Comité volver a enviarle a Anoeta contra el Madrid cuando la Real luchaba por conseguir su plaza europea. Munuera Montero es, desde luego, la peor noticia que puede recibir la Real antes de un partido.
Ojalá fuera el único nombre que nos hace temblar, pero no es así. Y no es asumible que el arbitraje genera estas sensaciones. Durante muchas jornadas, se aceptó como algo inamovible lo que dictara el VAR, los colegiados no se atrevían desde el campo a llevarles la contrario (hasta Munuera Montero en el Metropolitano, claro). La Liga, de hecho, ya empezó con un show en ese sentido cuando Hernández Maeso señaló en la primera jornada un penalti que pareció claro sobre Oyarzabal en la visita del Girona a Anoeta, penalti que se despitó porque Jaime Latre desde la pantalla le dijo que no era nada. Cuando Stuani agredió a Le Normad dentro del área, ahí el colegiado VAR no vio nada, qué cosas, y Jaime Latre zanjó la cuestión con tarjeta amarilla para los dos por "discutir" con un rival. El propio Jaime Latre, desde el VAR, no fue tan intervencionista con penaltis que le hicieron a Oyarzabal en Anoeta contra el Granada o a Turrientes contra el Getafe, por citar jugadas que se produjeron en un plazo cercano.
Hay miedo, palpable, cada vez que hay una entrada medio dudosa, y eso que este año la Real se ha librado de sufrir expulsiones VAR, las dos que ha tenido en esta temporada las decretó directamente el colegiado de campo. Pero a favor, otra historia. Podemos acordarnos de la salvaje entrada de Mosquera a Zubimendi en el partido de Mestalla que Hernández Hernández dejó en amarilla con la connivencia de Del Cerro Grande, otro que siempre ha sido bastante peligroso para la Real; la roja que el ya mencionado Arberola Rojas no quiso sacar a Araujo en Anoeta por una violenta acción sobre Aihen, acción que acabó siendo decisiva pues él fue el autor del 0-1 con el Barcelona ganó en Donostia; la patada en la frente que Gundogan le da a Le Normand sin efecto alguno en el arbitraje de nuevo de Arberola Rojas, cuando esa misma jugada, en otros partidos de la Liga, venía de provocar no menos de dos expulsiones; o las dos flagrantes e injustificadas agresiones de Alcaraz a Kubo en el partido de Cádiz que ni Iglesias Villanueva ni Pizarro Gómez quisieron ver.
La conclusión es que el arbitraje es ahora mismo una lotería. Han conseguido que nadie sepa qué se va a pitar, cuándo va a entrar el VAR y por qué se impone o no su criterio. Mediada la temporada decidieron hacer públicos los audios de las jugadas en las que el VAR cambiara el criterio arbitral, y eso no ha hecho más que demostrar la arbitrariedad con la que se actúa. ¿Y por qué no todas las conversaciones? ¿Por qué no escuchamos lo que hablan cuando no hay modificación? ¿Por qué no supimos por qué la mano de Carvajal no era penalti o por que la acción sobre Oyarzabal con el Barcelona en Anoeta tampoco nos mandó a los once metros? Y ya que estanos, ¿por qué esas conversaciones no se escuchan en directo? ¿Por qué da la sensación de que cada decisión que toma el Comité Técnico de Árbitros no es más que una huida hacia adelante para tapar aquello que no quieren, no pueden o no saben corregir? Si no se se asume que, ahora mismo, no sabemos qué se pita ni por qué es imposible solucionar el problema.
En los partidos de la Real hay un síntoma claro de que las cosas no van bien con los árbitros: los gestos de ciertos jugadores. Hay que ver las caras de Merino, Oyarzabal o Brais, pero el más claro y vehemente ha sido Traoré, que con frecuencia parece no dar crédito a lo que hacen demasiados colegiados en demasiados partidos. Y no parece un jugador especialmente protestón sin motivo. Tampoco Becker, y aún así la única tarjeta amarilla que vio en sus primeros meses como realista fue por protestar. Como aquella de Le Normand contra el Real Madrid por un córner que el asistente inventó a menos de dos metros de la jugada, y que tuvo el mismo castigo, una amarilla, que la protesta organizada de media docena de jugadores del Real Madrid unos minutos, protestas de un estilo que jamás se ven en la Real aunque eso no genere en los árbitros el respeto que seguramente merecería. ¿Criterio? No lo hay en las protestas, no lo hay en las manos, no lo hay en las rojas, no lo hay en los agarrones, no lo hay para ir o no al monitor, no lo hay desde el VAR para llamar o no al árbitro, no lo hay en los descuentos, no lo hay, en definitiva, en nada.
Nadie pretende insinuar que esto es una persecución contra la Real, porque esto es algo que se ve, lo hemos dicho, en media docena de partidos por jornada, con polémicas además que crecen a medida que lo que está en juego es cada vez más decisivo. Pero mientras el análisis arbitral vaya solo a eso, a una polémica puntual e interesada de un equipo concreto, no hay nada que hacer. El estamento arbitral seguirá en una posición acomodada, sin tener que dar explicaciones de nada, jugando con el reglamento a su antojo sin que se unifiquen criterios incluso en jugadas que parecen fáciles, deteniendo el juego durante tanto tiempo que aburre a cualquiera para tomar decisiones que incluso con la primera de las repeticiones televisivas ya parece clara. Hace falta un cambio radical, y sin embargo no podemos expresar más que el convencimiento descorazonador de que dentro de un año las sensaciones seguirán siendo las mismas.
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