Los
campos de fútbol tienen olores y sonidos propios. No hay dos campos iguales, y
eso lo sabe quien haya viajado siguiendo a un equipo. Por eso, la mayor
revolución que ha vivido este año la Real no ha estado en la forma de Anoeta,
en esa tan deseada remodelación que culminará en pocos meses. Ha estado en su
sonido. Anoeta ya no es un estadio de charanga o en el que resuene el vacío que
las pistas de atletismo hacían sentir. Anoeta suena distinto, suena a fútbol
del de antes. No es Atotxa, nunca podrá serlo, pero qué gozaba recuperar
sensaciones que se habían quedado en la memoria de 1993, el año en el que se
despidió al viejo campo, y que parecían reservadas a los santuarios de otros
equipos.
La transformación tiene un nombre: la grada Aitor Zabaleta.
Es de justicia reconocer que la decisión de la directiva presidida por Jokin
Alerribay de darle a la nueva grada el nombre del hincha txuri urdin asesinado
a las puertas del Vicente Calderón es un acto de justicia que engrandece a la
Real en todo su ser. Y también es de justicia reconocer el esfuerzo que hace
cada una de las personas que se sienta cada jornada en esa grada es lo que hace
que Anoeta suene diferente. En ocasiones ha habido críticas en las redes
sociales por su forma de seguir los partidos, aunque qué no se critica hoy en
día en las redes sociales, pero lo importante es que contagia. A la grada y al
equipo. Es puro fútbol. Y eso escasea en el fútbol moderno, por lo que resulta
aún más impresionante poder celebrar el nacimiento de algo así a finales de la
segunda década de este siglo XXI que transitamos.
Las cifras de asistencia a Anoeta a lo largo de la temporada no han sido especialmente buenas. Los mejores datos se registraron en los partidos habituales. En la visita del Real Madrid hubo 27.322 espectadores; 27.073 en la del Athletic; y 26.756 en la del Barcelona, primer partido del nuevo y todavía inconcluso Anoeta. En ningún otro partido se sobrepasaron los 20.000 espectadores, y sí hubo x en los que hubo menos de 20.000, los 17.744 que vieron el encuentro ante el Celta, los 17.301 que contemplaron la victoria ante el Espanyol, los 19.386 que acudieron para el triunfo ante el Getafe y los 16.417, la peor entrada de la temporada, que acudieron a Anoeta para ver el choque ante el Betis. Hasta en los dos partidos de Copa se superaron los 21.000 espectadores, lo que habla bien claro de este mal dato.
Pero más allá de Anoeta también hay más cosas que decir sobre
la afición. Es de justicia reconocer que la Real es uno de esos equipos que
moviliza gente allí donde va. En todos los rincones de España hay realistas con
el corazón tanto o más txuri urdin que los que se sientan en Anoeta.
Realistas que sufren en la distancia y que hacen que los partidos en Sevilla,
en Vigo, en Valencia o cualquier lugar sean el acontecimiento más grande.
Ellos, que se unen a aquellos que viajan desde Gipuzkoa entera, hacen que la
Real sea algo tan grande que no se puede explicar con palabras, porque es algo
que no depende de triunfos y éxitos deportivos. No, la Real podrá
decepcionarnos una y mil veces, pero sus gentes siempre estarán ahí.
Y como esta, a pesar de su final, ha sido una temporada de muchas decepciones, de etapas áridas muy prolongadas y sobre todo de un caminar como local que nadie esperaba que fuera tan desesperante por momentos, es de justicia reconocer también al abonado de a pie, al que va al campo contra viento y marea, al que sufre los horarios de Tebas y su calendario asimétrico, al que se pelea contra sus propios instintos por llevar a su terreno aquella maravillosa máxima de los mismos once cabrones de Toshack. Y por eso mismo, también hay que reconocer al desencantado, porque ese es tan realista como todos los demás y acabará volviendo porque la Real es una droga, nuestra droga, y tarde o temprano vuelve a hacernos sentir sus efectos con toda la fuerza de antaño.
La Real es su gente, la gente es la Real. Y todos, pensemos como pensemos, vamos en el mismo barco, uno de velas blancas y azules con el que nos dirigimos a la conquista de nuestros sueños, sin dejar a nadie atrás. La gente es el auténtico gran patrimonio txuri urdin, y es obligado decirlo un año más. Ha sido el año de la Aitor Zabaleta, sin duda, pero todos sumamos, todos somos Real.
Y como esta, a pesar de su final, ha sido una temporada de muchas decepciones, de etapas áridas muy prolongadas y sobre todo de un caminar como local que nadie esperaba que fuera tan desesperante por momentos, es de justicia reconocer también al abonado de a pie, al que va al campo contra viento y marea, al que sufre los horarios de Tebas y su calendario asimétrico, al que se pelea contra sus propios instintos por llevar a su terreno aquella maravillosa máxima de los mismos once cabrones de Toshack. Y por eso mismo, también hay que reconocer al desencantado, porque ese es tan realista como todos los demás y acabará volviendo porque la Real es una droga, nuestra droga, y tarde o temprano vuelve a hacernos sentir sus efectos con toda la fuerza de antaño.
La Real es su gente, la gente es la Real. Y todos, pensemos como pensemos, vamos en el mismo barco, uno de velas blancas y azules con el que nos dirigimos a la conquista de nuestros sueños, sin dejar a nadie atrás. La gente es el auténtico gran patrimonio txuri urdin, y es obligado decirlo un año más. Ha sido el año de la Aitor Zabaleta, sin duda, pero todos sumamos, todos somos Real.
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