Cuesta creer que Imanol Alguacil ya haya dejado de ejercer su trabajo como entrenador de la Real Sociedad. Cuesta porque su nombre estaba asociado a los triunfos más recientes del equipo, a las cinco clasificaciones europeas consecutivas y a la Copa lograda en la final de finales. Cuesta porque había dado una estabilidad sin precedentes desde que John Toshack siempre parecía estar dispuesto a rescatar al equipo. Pero cueste más o menos, la era Imanol ha llegado a su fin. Él mismo, en su preciosa despedida en Anoeta, dejó claro que se va porque ha dejado de ganar lo suficiente para seguir en el cargo. Le honra ese reconocimiento de que la temporada no ha sido la que él esperaba, por mucha polvareda en redes sociales que levantara en su momento el uso que hizo de la palabra "temporadón" para evaluar el rendimiento de los suyos. El temporadón es a nivel de implicación, de sufrimiento y de entrega, obviamente no de resultados. Y seguramente los resultados no han llegado porque a Imanol le ha faltado aquello que mejor hizo en todas las temporadas anteriores, encontrar la mejor versión de sus jugadores y hacer con eso un colectivo admirable, al principio más vistoso y después más rocoso, cogiendo primero lo mejor de una Real propia de Toshack y asimilando después la fortaleza defensiva que caracterizaba al aguerrido grupo de Ormaetxea. Pero eso está temporada ha saltado por los aires y el de Orio no ha logrado encontrar el camino correcto para solventarlo.
¿Que deberíamos juzgar en Imanol? ¿Su trayectoria, el legado que dejado en el club después de un lustro, o la temporada recién finalizada? ¿El discurso de una rueda de prensa de abril o mayo o el que ha implantado como parte del ADN de su Real durante el tiempo que se ha sentado en su banquillo? Quizás el debate más trascendente esté justo ahí, aunque por lo general nos resistamos a enfocarlo de esa manera. ¿Tiene lógica basar el adiós de un entrenador de la Real en un mal año, el último, de un ciclo de seis? ¿Entendemos por tanto que el fútbol es una ciencia lineal en la que una curva a la baja es imposible de remontar? ¿Hay tanta seguridad en las voces que entienden el cese de Imanol como algo necesario como para saber que el próximo curso, con las novedades que correspondan, habrían prolongado esa caída manteniendo al mismo entrenador? Haya más o menos resquemor en este momento hacia Imanol, se puede admitir el debate como lícito e incluso como necesario. No es tan fácil encontrar un entrenador capaz de llegar a un ciclo ganador y de mantenerlo durante tanto tiempo como para prescindir de él a la ligera. El tiempo, desde luego, dará y quitará razones a quienes defienden ambas posturas, que al final dependen de la Estrategia global del club.
Es indudable que el legado de Imanol es intocable. El de Orio ha dado al club una dimensión inesperada cuando aterrizó en su banquillo. Pocos, casi nadie, veían en el un técnico a largo plazo cuando se sentó por primera vez en el banquillo del primer equipo, en Ipurua en el primer y breve tramo, que venía a confirmar esa teoría cuando volvió al Sanse, y en el Santiago Bernabéu después, en el arranque de sus exitosos seis años y medio. De su mano, la Real ha sido un equipo siempre de la mitad alta de la tabla. Siempre. Incluso hubo algunos lunes que amanecimos con un periódico que ponía al equipo txuri urdin como primero en la clasificación. La pandemia cortó su período de mayor esplendor, de juego y de resultados, pero no impidió que el equipo se coronara en la final más inolvidable de todas, una en la que el rival fichó a un entrenador que nunca perdía con la Real con el firme propósito de ganar el partido de sus vidas y que sucumbió ante las artes tácticas de un Imanol que hizo que sus jugadores llevaran el partido hacia donde querían. Luchar siempre por Europa, jugar cada partido para ganarlo, sumar buenos resultados en ir creciendo en un gen competitivo que siempre salía en los finales de cada temporada, aunque se echará en falta, por unas razones o por otras, en el momento decisivo de las competiciones europeas.
Pero si el legado es innegable, también lo es que su despedida ha dejado un peor sabor de boca. Quién sabe lo que podría haber sido de haber logrado el merecido premio de la final de Copa o si hubiera podido competir en igualdad de condiciones en la eliminatoria que puso fin al sueño europeo, pero a Imanol le ha pasado factura justo eso. La Real se le cayó en muchos momentos, pero sobre todo en ese tramo final en el que siempre resurgía. Sabiendo que no estaba siendo la mejor de las temporadas, el equipo sí llegó a abril en disposición de lograr sus objetivos, pero tras caer en las copas, en la doméstica y en la europea, el equipo bajó los brazos. No en entrega, pero sí física y anímicamente, como si ya hubiera dado todo lo que tenía para este curso. Es lo que más se puede achacar a Imanol, eso que él mismo hace tras las derrotas de asumir la culpabilidad para exonerar a los jugadores, cuando él mismo sabe que muchos puntos han volado por errores que difícilmente se pueden achacar a movimientos tácticos o entrenamientos técnicos.
Sí ha costado entender algunas decisiones, y las explicaciones dadas no han terminado de satisfacer. Si el equipo estaba tan justo en lo físico, ¿por qué el entrenador insistió en decir que no había pedido refuerzos tras despoblar la delantera en el mercado invernal? Si la apuesta por Zubieta ha sido tan contundente en casos como los de Aramburu o Pablo Marín, ¿por qué parecía tan reacio a darle titularidades a Jon Martín cuando la defensa comenzó a ver sus fisuras? Si Oyarzabal era su opción preferente en la punta de ataque, ¿por qué se acometió una inversión tan fuerte en un delantero extranjero que no iba a venir con la etiqueta de titular? ¿Por qué jugadores como Turrientes u Olasagasti han parecido estar fuera de la dinámica durante tramos bastantes largos con un Zubimendi sobreexplotado? Hay, evidentemente, decisiones en todas estas cuestiones en las que la dirección deportiva también tiene mucho que decir, pero con temas que desgastan la figura del entrenador, que al final es el único que ha dado la cara públicamente.
Se ha popularizado el mantra de que Imanol se ha comportado con inmovilismo en lo táctico, y no es del todo cierto. Es verdad que sus cambios, en los que ha insistido siempre en mantener un sistema base, han eliminado el factor sorpresa del equipo en las segundas partes y es complicado no relacionar eso con el hecho de que el equipo no ha remontado ni un solo partido esta temporada. Que ponerse por debajo en el marcador sea un síntoma evidente de que el equipo ya no va a ganar es algo que merma mucho. Y no, Imanol no ha sabido tampoco dar al equipo los revulsivos que necesitaba para romper esas marcas. Pero sería injusto no apreciar que el técnico sí cambia. Detalles, formas de defender, impulsos por las bandas, extremos que buscan cosas diferentes en función del rival. ¿Ha funcionado? Muchos días no, y eso, obvio, forma parte del trabajo del responsable del equipo, pero su labor ha sido menos inmovilista de lo que se ha venido a decir, aunque este año ha explotado menos la diversidad de dibujos visibles que sí se apreció en otras temporadas.Imanol es consciente de lo que ha conseguido en la Real, también de lo que se le ha escapado este año. Si no, probablemente habría firmado la oferta de renovación que el club le puso sobre la mesa muchos meses atrás. No parece que haya sido un acierto dilatar la decisión de su continuidad hasta el tramo final del campeonato, aunque no puede ser tan perjudicial en un equipo profesional, que ha de estar preparado para cualquier contingencia. Puede que nunca sepamos buena parte de la intrahistoria de este proceso que separa los caminos de Imanol y la Real, pero esa sensación de que nos falta información es inevitable. Si esto fuera un examen, sería difícil que Imanol llegara al aprobado en este curso, pero no parece que su trabajo sea lo único que ha conducido a que los resultados no hayan sido los satisfactorios en el grupo. Mucha suerte allá donde vayas, patrón, Anoeta supo despedir de la manera correcta a un entrenador que ha escuchado mucho ruido en redes sociales, pero que siempre ha tenido el apoyo del público donde tiene que tenerlo, en las gradas.
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